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20 DE DICIEMBRE DE 2024
Con esas palabras saludaba Ezequiel Martínez Estrada la primera edición de Zama. Y así deberían saludarse la noticia de que Lucrecia Martel filmaría una película basada en esa novela y el tratamiento que de ella hace Valentina González en Edición Cuyo. Y no es para menos.
Hubo que esperar hasta el siglo veintiuno (no debe ser casual la cifra) para que el texto que obsesionaba a Di Benedetto en su realización al lenguaje audiovisual, cumpla una de sus posibilidades. No siendo ya Nicolás Sarquis y Roa Bastos, a quienes les había dado toda su confianza para este propósito, los que puedan llevarlo a cabo, es de esperar que sea Martel -y por las razones esgrimidas por Valentina González- una artista capaz de hacerlo y a la altura de la obra. Crucemos los dedos.
Los motivos de una obsesión
La pasión de Antonio Di Benedetto por el cine es muy conocida. Tanto por la influencia que tuvo en su literatura como por sus tareas de crítico, difusor y guionista. Las primeras las desempeñó en la sección del diario Los Andes, Espectáculo, cine y literatura, desde 1945. Esto le permitió asistir a los festivales de cine más importantes: Mar del Plata, Cannes, San Sebastián, Berlín y Hollywood. Desde esas mismas páginas Di Benedetto ofició como difusor y gestor cultural: allí historió el desarrollo del cine en la provincia en un artículo aparecido en 1957, alentando, además, la reapertura de los estudios Film Andes, únicos en el país, descartando los de Buenos Aires. Su interés por el cine especializado se concretó, además, con la creación de Cine Artístico, que nucleó a un público crítico que empezaba a demandar producciones cinematográficas de estéticas específicas. Pero su intervención más directa en la cinematografía fue en la escritura de guiones. El inocente, adaptado de su cuento El juicio de Dios, fue premiado en 1959 por el Instituto Nacional de Cinematografía y Álamos talados, en colaboración con el autor de la novela, Abelardo Arias, fue realizada por Catrano Catrani.
La influencia del cine en la literatura de Di Benedetto es explícita. Comentando Declinación y Ángel así lo anticipaba: “Todo está narrado exclusivamente con imágenes visuales, no literarias y sonidos. Fue concebido de modo que cada acción pueda ser fotografiada o dibujada o en todo caso termine de explicarse con el diálogo, el ruido de los objetos o simplemente la música”.
Pero ya la había incorporado mucho antes, con el cuento El abandono y la pasividad, de 1953, que despertó polémicas sobre la invención del “objetivismo”, atribuido al francés Robbe Grillet. En ese cuento el lector experimenta la sensación de que la lente de una cámara capta el transcurrir del tiempo en una habitación que se deteriora. El drama humano no está ausente: es el gran telón de fondo. Y por supuesto, también se evidencia en esa obra maestra que es Caballo en el salitral. En todos ellos el material narrativo se segmenta como escenas registradas por una cámara. La sintaxis de las frases es entrecortada, emulando la del guión. En otros textos utiliza procedimientos que simulan la iluminación de una escena o los fundidos, juegos de enfoques con diferentes lentes y objetivos y la construcción del tiempo mediante el montaje de escenas simultáneas.
Para un cierto lector de literatura puede parecer incomprensible e innecesario ver en una pantalla lo que tanto placer le produjo leer. Pero para gran parte de los escritores-lectores del siglo XX la influencia del cine fue tan decisiva que habrán sido escasos quienes no hayan esbozado un guión o soñado con comprobar la eficacia de su escritura traducida al revolucionario lenguaje de lo audiovisual. En 1972, en la UNCuyo, Di Benedetto había dicho “Yo pude escribir un relato a la manera tradicional, como había aprendido que se hacen los cuentos, como me lo pudo enseñar Horacio Quiroga o Chejov o Kafka. Pero esa necesidad de expresarse con imágenes y sonidos hizo que dijera: no lo voy a contar así nomás, lo tengo que contar de otra manera. Esa otra manera era la aproximación al cine”.
Motivos de índole política, estética y filosófica son los que actuaron en tal influencia con la que los escritores buscaban renovar un lenguaje cuya crisis era correlativa a la del Humanismo. Los efectos del colonialismo y las dos grandes guerras fueron los determinantes de un problema en el cual aún nos debatimos.
Zama es uno de los libros que mejor expresó esa crisis no sólo en nuestro continente sino también en Europa, el agonizante centro radial de la Modernidad que lo recibió con gran interés. Por lo que nos permitimos aventurar que no sólo el lenguaje cinematográfico tenía-para Di Benedetto- la posibilidad de multiplicar los canales de expresión de la materia narrativa de su texto, sino también la de un mayor alcance masivo, pues no estaba conforme con los circuitos por los que circulaba Zama quince años después de su publicación: los intelectuales y académicos, casi exclusivamente. La urgencia que lo poseía de ver su máxima obra en el cine lo llevó a gestionar personalmente en España, la posibilidad de que los protagónicos fueran para Fernando Fernán Góméz, José Sacristán, ya que contaba con información acerca de un crédito que el Instituto Nacional de Cinematografía había otorgado para su realización. Pero fue otro intento condenado a la espera y al ciclo de la impotencia propio del libro.
¿El final de la espera?
El desafío que toma Lucrecia Martel es inmenso, si no quiere caer en las inconsistencias en que se convirtieron las obras de Di Benedetto filmadas hasta ahora, en el sentido de la pérdida de la densidad simbólica y filosófica que contienen sus textos.
Juan José Ser afirma que Zama es la mejor novela latinoamericana. Si nos apuran estaríamos de acuerdo. Y agregaríamos por nuestra parte que es el escritor más sorprendente y paradójico. Inaugura formas de escritura en una pequeña ciudad del Tercer Mundo- donde es ignorado- pero se lo reconoce en Europa. Y el más auténtico junto a Onetti. No porque sea “autobiográfico”, sino porque en su aventura de escribir, experimentó en su propio cuerpo las difusas fronteras entre “realidad e irrealidad”- como las llamaba- en mantener permeables las fronteras entre “realidad” y “ficción”.
Zama es una novela moderna escrita en un momento crucial de su época, la segunda posguerra, por lo que lleva las marcas del existencialismo. Nunca demasiado apreciada, porque no es apta para paladares edulcorados con otras expresiones de lo que se llamó “el boom de la literatura latinoamericana”, le exige al lector enfrentarse sin piedad a las aristas más negadas de su propia existencia. Dedicada “a las víctimas de la espera” narra el proceso de autodestrucción de un funcionario americano de la corona española en el Paraguay del siglo XVIII, Don Diego de Zama, aguardando en vano un mejor destino en su carrera y poder reunirse con su familia.
Texto de gran riqueza logrado paradójicamente con un lenguaje seco y despojado- un verosímil de la lengua colonial- produce una atmósfera onírica, o mejor, la de un delirio insomne, una circularidad, temporal, espacial y actancial que es recurrente en otras obras de Di Benedetto.
Es una reflexión-entonces- sobre la escritura y el sujeto, sobre el estatuto de lo que llamamos “realidad”, sobre la identidad, la trascendencia y el destino humano y de un continente.
Es novedosa, además porque rompe con la idea de novela histórica y se adelanta a un nuevo giro hacia lo histórico que el discurso narrativo argentino realizaría recién en los 70. Lo histórico no como “reconstrucción” porque como dice Saer, no se reconstruye ningún pasado, sino que se construye una visión, una imagen que es propia del observador. El adentrarse en el corazón de América con esa visión es lo que le permitió a Di Benedetto denunciar las tropelías de las metrópolis vernáculas y europeas en varias entrevistas.
Latinoamérica ya no es ese continente niño como lo había concebido Héctor Murena, cuando la pregunta por su identidad era siempre respondida con una fatalidad. Hemos dado vuelta la cifra del niño de Zama con sus eternos doce años. Y por eso esperamos con confianza la realización definitiva de Zama por Lucrecia Martel, porque -por lo hasta ahora demostrado- es una directora de una madurez artística que no puede ser más que resultado de su asimilación crítica de lo que son y han sido las circunstancias y condiciones del arte latinoamericano en un siglo, el veintiuno (número de los vítores y brindis) en el que parece, se puede elegir mejor en este lado del mundo. O por lo menos -como se sugiere sutilmente en Zama- hasta en el último minuto se puede elegir.
*El autor es profesor de Teoría de la Imagen de la carrera de Comunicación Social de la UNCuyo.
Entrevista a Antonio Di Benedetto en la histórica revista "Claves" realizada en el año 1973. "Claves" fue una de las revistas culturales más importantes de Mendoza fundada por Fabián Calle.
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