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Los Alfajores de la Pampa Seca se presentaron en el Teatro Independencia para festejar sus 30 años. La crónica de Daniel Postizzi te cuenta los detalles de este encuentro inolvidable.
Los Alfajores de la Pampa Seca. Foto: Facebook de la banda
Daniel Postizzi Leiva, conductor de QTH - Radio U
Publicado el 04 DE AGOSTO DE 2019
Sábado en la noche, 21.30. Casi una puntualidad poco habitual en nuestra cuyanía de cada día, pero ocurre que no es cualquier día. Teatro Independencia colmado de la exquisita mezcla de generaciones que nacieron con el vinilo bajo el brazo y otras que buscan Mama Blues en Spotify. “Los Alfajores tocan esta noche, no me lo puedo perder”, parafrasean entre carcajadas dos señores de barbas desprolijamente blancas y boinas gemelas.
Mientras tanto, en la puerta que todavía cuenta fila, los músicos Nahuel Jofré y Luciana Scherbosky parecen estar contando los termos que el cafetero, estratégicamente ubicado en el cordón de calle Chile, ha ido vaciando con habilidad de barman callejero. La cuadra y media de gente con la entrada en la mano sugiere un evento importante. “¿Viene algún porteño?”, pregunta, mientras sirve un cortado. Desconoce Luis, el cafetero, seguramente, que cuando se les preguntó en Radio U sobre la dilatada llegada de Los Alfajores de la Pampa Seca a tierras de los buenos aires exitosos, bastaron sus miradas cómplices y sus caras sonrientes como las que pone Legrotaglie ante similares interrogantes periodísticos: Escuchá “Hoy y aquí”, cuando 20 años ya eran algo. Sé feliz.
Que Dios atienda en Buenos Aires parece importarles muy poco. Nada les diría. ¿Y qué esperaban de una banda que cumple 30 años? Aseguran sus capitanes que de aquel 1989, hiperinflacionado con milicos merodeando la democracia a estos días de fake news y trolls empantanados de trap y auto-tunning, han resistido algunas tormentas. Se les nota. Hay arrugas que no pretenden esconder (saquemos a Paula del tema arrugas, por favor), pero cuando se les ve matarse de risa sobre las tablas, sabiéndose brillantes en su filosofía musical, cuando a ojo cerrado van deslizando su rock urbano, su infancia de potrero, su sensibilidad de cofradía, cuando cuentan en tres pinceladas aquella vez en la que el pequeño Sergio se tragó un chicle al clavar un gol de cabeza y quedó esperando la muerte en la vereda se puede llegar a entender la vida y obra de este navío que surca los cuatro zanjones sin subirse a ninguna ola.
Veinte minutos de espera no son nada si dentro de la sala mayor de la provincia la demora parece tener que ver más con los abrazos de cientos de compañeros del barrio, del secundario, de la calle, del movimiento, del palo, de los bares… que con el estrellato de la banda del garage que espera tras telones comenzar su celebración.
Se apagan las luces y los celulares para recibir a la clásica barba de Carlos Casciani, que observa la admiración del público detrás de la bata. Pañuelo azul de gala (sí, el de siempre) para la ocasión sobre la cabeza del Negro Fiat. Negro y peronista. Y un increíble vozarrón blusero. Bonelli parece estar en el patio tunuyanino de su casa, a la sombra del parral. Se siente seguro, pero mira con asombro cómo hasta arribita se ha llenado. Las bellas melodías y las bromas saldrán de su boca durante todo el recital como si estuviese todo preparado; ante alguna cargada amiguera del público, será el encargado de retrucar con la velocidad de un showman perfectamente guionado.
Paula Casciani merece este párrafo aparte. Tres tipos con treinta años de Alfajores encima no pueden con su turbulencia. Lejos de sentirse intimidada se lleva puesto todos los aplausos. “Ha pasado a ser el motor de la banda, o el pulmotor de los viejos estos”, bromea una señora dramaturga entre carcajadas, con elegancia perfumada en segunda fila. La voz de la Casciani es la perfección en estas pampas. Del pañuelo verde que posa en su hombro izquierdo parecen salir las notas de un bajo revolucionario.
Al rock, el blues y las baladas se van sumando cual dosis craneadas por especialistas de la atracción, los talentos invitados al escenario: Miguel Greco y su contrabajo llevan la batuta del cuarteto de cuerdas que lucen Gabriela Guembe, Vichi Palero y Víctor Silione. Llevaron con maestría los momentos más emotivos de la noche, como en “Aprender” y el recuerdo a las viejas queridas.
Dos horas de cumpleaños no bastaron para que cada invitado que subiera al escenario desplegara su delicioso maridaje y quedaran demostradas las infinitas posibilidades que esta banda criada entre tarros y malvones aún tiene. Por eso el público pidió otra y, por la sencilla razón de ser fieles al estilo, Los Alfajores de la Pampa Seca demostraron que con el tiempo se hace carne lo vivido. Con treinta años pedaleados también, pero vale la pena vivir para contarlo.
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