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23 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Foto: Télam
Tragar y tragar angustia. Tras el infartante partido con Países Bajos con un árbitro inconcebible, la clara victoria ante Croacia. Llegamos a la final con la incógnita mayor, y el equipo da una cátedra de fútbol, eclipsa al conjunto francés (o afro/francés), pasa a ganar 2 a 0 merecidamente, y da para hacer un tercer gol y esperar cómodos.
Pero como se puso de moda recordar a los poéticos hermanos Espósito, “primero hay que saber sufrir”. Un Mbappé que es gran futbolista pero no buen opinador (lamentable su apelación a la “superioridad europea” en el deporte) llega con precisión, y luego convierte en gol un penal, a pesar de que El Dibu alcanza a tocarla. Estamos sorpresivamente 2 a 2 en apenas 180 segundos, y el castillo tan bien construido se cae a 10 minutos del final, de manera inexplicable. El equipo sintió el empate, los jugadores estaban extenuados: cerró así el tiempo establecido, y se fue a los 30 minutos de complemento.
Allí, trabajosamente, Messi hace el milagro de un rebote con su pie derecho: tras agónica consulta al VAR, se decreta el gol. Por fin otra vez los argentinos nos aliviamos, faltan sólo unos minutos. Pero Mbappe aprovecha un rebote que la mala suerte pone en el codo de Montiel, dentro del área: penal y gol, y el afrodescendiente pasa a ser el goleador del torneo. Pero eso a quién le importaba: el tema era de nuevo el agónico empate que conseguían los franceses.
Y la angustia de los penales, cardíacos abstenerse. Y allí otra vez la figura enorme del Dibu, su atajada, las palabras a los jugadores franceses. Messi y Dybala resultan asombrosamente leves en sus disparos, pero saben ir hacia donde no va el arquero. Todos los penales argentinos acertados, otro afro la tira fuera. Va Montiel y Argentina campeón, el vilo colectivo se transforma en descarga y fiesta, en grito y alegría, en el cántico de La Mosca y la hora de felicidad de los pobres.
Dos días después, cinco millones de personas festejan en las calles el desfile de los campeones. No se sabe cómo acabará el operativo, es demasiada gente, y muy difícil manejar la seguridad. Para colmo, en Capital el encargado es D Alessando, uno de los antihéroes reunidos ilegalmente en Lago Escondido: aparece por tv fingiendo normalidad, como si nadie lo supiera. Lo cierto es que la celebración popular resulta abrumadora.
El mundo ha festejado: la figura de Messi es querida y respetada, de un modo muy diferente a lo controversial que fue siempre Maradona. Ni mejor ni peor, han sido muy diferentes. Neymar saludó a Messi, el autor del gol alemán en la final de 2014 lo hizo también, hay mucha unanimidad en torno de él.
Y el Dibu no es políticamente correcto, pero luego de lo visto a Ritondo en Diputados, está claro que nadie puede asombrarse. El equipo fue un colectivo aunado y coherente, con todos haciendo su papel, los más nuevos y los menos: Di María, Otamendi, Tagliafico, Romero, Acuña, Enzo y su sonrisa infantil, Julián Alvarez, De Paul, Papu, Paredes, Mc Alister…un equipo donde nadie quiso estar por encima ni por debajo, y donde los que jugaron menos minutos jamás mezquinaron su apoyo a los que estuvieron en el campo.
No faltaron los detractores: la estupidez que rechaza los gustos populares, no tiene límites. Desde los que creen que jugar fútbol es como señoras que juegan a la canasta (La Nación tildó de “vulgar” a Messi), a los que quieren desalentar siempre (Clarín llamó “buena” a la impecabilísima campaña del equipo, como si fuera la que hizo Polonia o Japón): no les sirvió. La alegría popular ha desbordado, y los entretelones de si los jugadores iban o no a la Rosada, o si se declaraba o no el feriado, sólo interesan a los que se creen que desde la tv digitan la mentalidad popular. En la calle hay alegría, y lo que digan los agoreros no importa nada.
Lo del “uso político del campeonato” es insostenible: Macron fue a la final, Fernández no. Macron fue a la semifinal, Fernández no. ¿De qué uso político hablan? Recibir a los campeones en la Casa Rosada es un acto protocolar en representación de todos los argentinos: los jugadores podían quererlo o no. Pero lo del uso, es francamente fuera de lo sucedido: si no se hubiera invitado al equipo a ir a la Rosada, obvio que también se hubiera aprovechado para atacar.
La alegría de la gente es lo que importa. El desborde, esa fiesta que toma su sentido primigenio, la de suspender la vigencia de las normas. Todo está permitido por unas horas, algunos insultan por tv a algún futbolista adversario, otros dicen sinsentidos, pero de eso se trata: por fin una alegría. Merecida por todos los argentinos. Merecida por Messi, también por Di María. Y por los jóvenes que estuvieron brillantes. Y por el sorprendente Dibu Martínez, sin el cual no habría campeonato.
Mañana será otro día, luego veremos a dónde dobla el espíritu de los argentinos. Por ahora, eso no es de pensarse. Seamos felices, y lo demás no importa nada. Por una vez y muy justamente, es hora de instalarse en el disfrute colectivo.-
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