Por bloques parlamentarios únicos del FIT
El autor es senador electo por ese frente y dirigente del PO.
25 DE JUNIO DE 2015
Hay quienes piensan seriamente que es un error identificar liberalismo con neo-liberalismo. Afirman que el segundo no es una búsqueda renovada del orden espontáneo del mercado sino un intento de refundar el liberalismo contra la ideología naturalista del laisser-faire.
Friedrich von Hayek
Que ha llegado incluso a convertirse en una «nueva razón del mundo», en cuanto abarca dimensiones humanas antes ajenas al ámbito de la economía. Compartir o no estas ideas es indiferente para reconocer en Friedrich von Hayek a uno de los padres fundadores de esa visión del mundo que pueden ser dos.
Las afirmaciones del jurista/economista austríaco no admiten la posibilidad de ambigüedad, son brutales: convertir en leyes efectivas los derechos económicos y sociales consagrados por la Declaración Universal de 1948 no se hará sin «destruir el orden de libertad al que tienden los derechos civiles tradicionales». La tarea de deshacer todas las instituciones fundadas en la solidaridad se justifica porque dependen de una «idea atávica de justicia distributiva». La conminación a «destronar la política» no pide adivinar una voluntad de despolitización: «una vez que damos licencia a los políticos para intervenir en el orden espontáneo del mercado […] comienzan el proceso acumulativo cuya lógica intrínseca desemboca forzosamente en una dominación continuamente expandida de la política sobre la economía».
Cualquiera de estas afirmaciones puede ser discutida histórica, políticamente, y asistimos con frecuencia a debates que examinan lo dicho con fortuna o sin ella. La condición para eso es la voluntad de hacerlo, pero ¿cómo llega esto al «gran público»? ¿Qué pasa con los que no buscan eso, los que no encienden su televisor para «informarse»? Los que se tienen por indiferentes –aun los que se declaran tales y exhiben su aburrimiento o desprecio por esos asuntos–, ¿permanecen al margen de los temas que alimentan el combate? ¿Están efectivamente retirados de él? ¿O terminan asumiendo una posición con respecto a cualquiera de esos temas y, en este caso, solo como ejemplo, el valor de la política en relación con la economía?
La pregunta se vuelve dramática si consideramos que la cantidad de personas que entra al universo de los medios –audiencias y usuarios, públicos y «actores» de la comunicación– en busca de diversión o entretenimiento es mucho mayor que la otra.
Esa masa de individuos que no elige documentales, entrevistas, noticieros, programas políticos, que no busca información, ¿se informa? Esos que no encienden su aparato, viejo o nuevo, para decidir sobre la primacía de la política frente a la economía o para defender a Hayek contra los populistas, ¿encuentran información en sus medios?
Sí. La encuentran.
Solo que no está presentada como tal, como información.
«Lo que llamamos entretenimiento –y que muy frecuentemente descartamos como superficial y frívolo– es el proceso básico de información de la gran mayoría de la gente que no busca información»*. Y la del entretenimiento ya compone una "totalidad significante", una cultura, que tiene rasgos específicos. Para simplificar, digamos: rechazo de cualquier cosa que «refuerce el poder institucional o los sistemas formales en detrimento de lo informal e individual». O: «Así como Dallas Buyers Club puede considerarse la 12 años de esclavitud de los primeros años del sida (en ambos casos, un héroe solitario lucha en inferioridad de condiciones contra un sistema perverso, demostrando que, cuando se lo propone, el espíritu humano puede ser más fuerte que cualquier forma de dominio), Gravedad es 12 años de esclavitud en versión femenina y espacial. En su primera expedición fuera de la atmósfera terrestre, la doctora Stone queda sola y a la deriva, en medio del infinito estelar. Libra, de allí en más, una batalla épica contra incontables adversidades y sus propias debilidades, para terminar sacando patente de macha sobre la Tierra. O sea: las tres grandes ganadoras [del premio Oscar 2014] son películas intercambiables. O la misma película, que es también la misma de siempre»**.
Pero una historia de cine o televisiva, que rebota después y se replica en las vidas individuales, y vuelve a alimentar el flujo de comunicación en redes sociales o en otros programas, también nombra y representa. Asigna, visibiliza, esconde. Reconoce, da a imaginar, significa. Dice qué son las cosas y cómo son. Quién manda y quién obedece. Quién es libre de elegir y quién está por encima de la ley. Quién habla, quién es silenciado. Quién vive más, quién muere primero, quién ríe último.
Limitar el debate social al mundo de la información, de los programas serios, de la argumentación, es un error de ingenuidad que no debemos permitirnos. La mayoría de las personas, la mayor parte del tiempo, está o entra en contacto con historias que hacen todas aquellas operaciones con efectividad probada. Y, volviendo a nuestro ejemplo inicial, uno no descubre repentinamente (no lo descubre, «lo último que vería un pez es el agua») que está dentro de «el discurso de la antipolítica».
«No tiene nada en las piernas» –el médico a la madre de Forrest Gump– «pero tiene la espalda tan torcida como un político».
*George Gerbner, "Un nuevo movimiento ambientalista en las comunicaciones y en la cultura". (N. de la R.)
**"Winners and losers", nota de Horacio Bernades en Página/12, 4 de marzo de 2014. (N. de la R.)
televisión, medios, comunicación, información,
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