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23 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Federico Kruger, director de Unidiversidad.
Es triste afirmarlo, pero los argentinos tenemos una diplomatura en crisis. Nuestro imaginario colectivo no puede evitar apalancarse en nuestra historia reciente cuando vivimos días como los que corren. Por estas horas, todo se tiñe de incertidumbre y las muecas de preocupación y tensión cruzan a los que lucen sus mejores pilchas sudadas por los nervios en la city porteña, como también a aquella mujer que busca cómo aprovisionarse en el súper, cuando duda entre Cuchuflito y Pindonga porque ya sus precios parecen de marca premium.
A los argentinos nos gusta honrar ritos costumbristas y opinar de todo en, póngale, nuestra querida sobremesa. Pero cuando esos encuentros se ven atravesados por severas angustias por el clima de época que siempre regresa como un maldito déjà vu nacional, hay un triste diagnóstico que habla de un profundo déficit estructural de un país que aún no logra consolidar un sistema institucional y democrático que dé certezas a sus habitantes.
La nomenclatura que va desde hiperinflación, riesgo país y corralito hasta dólar y default se ha vuelto tan ordinaria y habitual para el ciudadano común, que ya incorporó esos términos a su léxico y por estos días les presta tanta atención como a sus principales tareas cotidianas. Está claro que quienes más lo padecen son los que están colgados de un pincel en la orilla del cemento social y los que tratan de estirar como pueden los salarios que ya no suben por la escalera, sino por un montacarga que se atascó en el subsuelo.
Tanta tensión, tanta zozobra, tanta adrenalina nos vuelven unos verdaderos artesanos de la supervivencia, pero también nos obligan a un desgaste mental supremo, que se traduce en que seamos uno de los países del mundo con mayor consumo de psicofármacos. No podemos dejar de estar alertas por la condena de un país cíclico que se organiza a partir de hecatombes, mientras sus legisladores estiran el canje de pasajes para engrosar sus dietas, cuando muchos otros no tienen para canjear ni un boleto picado.
Si no fuera por lo dramático del cuadro, diría que estos ciclos pendulares de la Argentina aburren, pero en realidad lastiman duramente el entramado social y productivo, y solo embargan un hipotético despegue para quién sabe cuándo. Muchos analistas ya concuerdan en que la próxima gestión presidencial será una verdadera transición y no está claro cuál será su puerto de llegada.
Lo que sí esta claro es que la resiliencia argentina siempre aflora, y ya parece competir con la birome y el dulce de leche como uno de nuestros más entrañables símbolos populares. Esa capacidad que tiene el argentino medio para reinventarse y resurgir de las peores tormentas, a las que está tristemente acostumbrado por un país que se planifica semana a semana y no década a década.
Esperemos que alguna vez la dirigencia le rinda tributo y le dé un poco de paz.
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