Visibilizar a las científicas para que niñas y adolescentes puedan identificarse
Julia Halperin es especialista en endocrinología de la reproducción. Forma parte de un equipo de la Universidad Maimónides que estudia el impacto del cambio climático en especies silvestres. Se formó en la UBA y, tras una etapa en Estados Unidos, regresó a la Argentina con un programa de repatriación.
Foto: Camila Godoy
La investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) Julia Halperin pensó toda su infancia, inspirada en Indiana Jones, en estudiar Antropología. Sin embargo, durante la secundaria, la Biología ganó la pulseada.
“Entré a la carrera con la idea de que me gustaba Biología marina, y la primera materia que tuve con el doctor Alberto Kornblihtt me voló la cabeza, como le pasa a la mayoría”, recuerda. Luego de terminar la licenciatura en la Facultad de Exactas y Ciencias Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), su interés por entender cómo funcionan los organismos la llevó a hacer un doctorado en Fisiología Animal en la misma institución.
Por la crisis económica, en el año 2001 se fue a Estados Unidos junto a su pareja, el físico Gustavo Otero y Garzón, que tenía la posibilidad de hacer su trabajo de doctorado en la Universidad de Illinois, en Chicago. “Terminé la carrera en un momento muy difícil para la investigación. Siempre fue difícil, pero en ese entonces, era muy complejo hacer ciencia. Era muy desalentador”, explica la bióloga especialista en endocrinología de la reproducción.
“Me fui a la nada con un título, acompañándolo a él”, afirma Halperin. Sin embargo, ese título de la UBA y la buena reputación que tenía el trabajo de investigadores argentinos en el Departamento de Fisiología y Biofísica en la Universidad de Illinois en Chicago le abrió las puertas para trabajar ahí y profundizar sus conocimientos sobre endocrinología y reproducción, que era lo que deseaba.
Además, allí se encontró con la investigadora Geula Gibori a cargo del laboratorio y con su “primera experiencia trabajando con una feminista”, cuenta Halperin este 11 de febrero, Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. "En su momento, no podía llegar a entender bien el mensaje que me daba porque yo venía con otra cabeza”, añade.
La bióloga describe que, décadas atrás, la percepción cultural en función de los géneros era distinta. “Los hombres solían ser considerados más inteligentes y atrevidos”, describe. Como ejemplo concreto, menciona que, antes de irse del país, en una entrevista, el director de un laboratorio de farmacia y bioquímica le preguntó si estaba casada o en pareja, y si pensaba tener hijos.
“Salí horrorizada porque no podían tomar a nadie que tuviera en perspectiva tener chicos, porque pensaban que le iba a sacar tiempo de atención al plan de doctorado”, rememora. La situación fue distinta con Gibori, que la impulsó a no postergar más su deseo de tener hijos por la carrera.
Halperin con un grupo de becarias y becarios. Fuente: Télam (álbum personal de la investigadora)
Cuando compara con el pasado, Halperin considera: “En Conicet, algunas cosas se han revisado y están mejor, hubo progresos, pero aún falta que se discutan algunos temas para que las evaluaciones sean más justas para las mujeres que dedican tiempo a tareas de cuidado, lo que puede disminuir su producción”. Entre las mejoras, enumera la licencia por embarazo para las becarias, que antes no existía. Además, al año siguiente del nacimiento, a las investigadoras no se les exige que presenten el informe incluido dentro de las evaluaciones permanentes que la institución realiza.
“Las cosas cambiaron mucho y para bien. Estamos a mitad de camino, hay que seguir para mejorar la situación de la mujer en ciencia y en general”, piensa la bióloga que, a fines de 2008, regresó al país a través de un programa del Conicet de becas postdoctorales de reinserción, con su marido (que lo hizo por medio del programa Raíces) y el primero de sus dos hijos. Desde ese entonces, trabaja en el Centro de Estudios Biomédicos Básicos, Aplicados y Desarrollo (Cebbad) de la Universidad Maimónides.
Si bien en el Conicet hay más mujeres que hombres al nivel de becarios doctorales, postdoctorales e investigadores asistentes, “a medida que te movés hacia arriba, cuando llegás al último escalafón –que es investigador superior–, solo el 20 % corresponde a las mujeres”, señala Halperin, y agrega que la disparidad aumenta en áreas como física, matemáticas, computación e ingeniería.
“Tenemos como desafío poner la discusión sobre la mesa en todos los ámbitos. Antes de llegar a la universidad, hay que empezar a trabajarla desde que les niñes están en la escuela, poniéndoles a disposición más modelos de mujeres en ciencia”, propone la investigadora.
Halperin motiva a romper con ciertos estereotipos de género que imponen determinadas elecciones en los estudios. “A las nenas se las orienta más hacia las Ciencias Sociales porque la matemática, la ingeniería y la computación son cosas de varones”, ejemplifica.
La reproducción y el cambio climático
Foto: Camila Godoy
Desde hace diez años, Halperin investiga en el Cebbad, donde estudian la reproducción en un modelo autóctono de roedores, la vizcacha. Este animal tiene ciertas características de la endocrinología reproductiva que son muy atípicas. “Tiene la tasa ovulatoria más alta hasta ahora descripta en mamíferos”, indica Halperin.
Así, mientras especies como la rata o el ratón pueden llegar a los 20 óvulos por ciclo, la vizcacha asciende a entre 500 y 800, aunque por lo general, luego de cinco meses, solo dos crías son las que completan el desarrollo y nacen, como mecanismo natural. “Yo estudio la función ovárica porque, cuanta más información tenga respecto del funcionamiento normal del ovario, mejor voy a poder colaborar en el entendimiento de la fertilidad, del ovario poliquístico y de los tumores”, aclara la investigadora.
Ahora, el equipo del Cebbad comenzó una nueva línea de investigación para analizar el posible impacto de las condiciones vinculadas con el cambio climático –como el aumento de la temperatura o las modificaciones en el equilibrio hídrico– en la reproducción de especies silvestres como la vizcacha.
“Los estudios realizados están muy apuntados a animales de granja por un tema de producción, pero ya todos somos conscientes de que la alteración del ambiente, de la fauna y de la flora silvestres tiene implicancias y en algún momento nos va a pasar la factura”, asegura.
Halperin está contenta con su presente en el laboratorio en el que trabaja, donde hay mayoría de directoras mujeres, y muy feliz por haber vuelto al país. “Fue un crecimiento enorme haber trabajado en otro lugar por un tiempo, es una experiencia que recomiendo, independientemente de que haya crisis o no”, expresa, y aclara que nunca lo tomó como algo permanente. “Hice toda la carrera en la universidad pública. Quiero ser parte de este sistema y, de alguna manera, poder contribuir para que se desarrolle cada vez más”, concluye.
Fuente: Cecilia Farré, Red Argentina de Periodismo Científico para Télam
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