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20 DE DICIEMBRE DE 2024
Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
El presidente Javier Milei y la vicepresidenta Victoria Villarruel. Foto: Noticias Argentinas
El establishment quería a Víctor Martínez, el vice, para reemplazar a Alfonsín. Y soñaba con Cobos para desplazar a Cristina. No es nueva la maniobra. Pero la novedad es que Milei no es un presidente de los intereses populares ni del progresismo. Es proempresarial, igual que ellos. Y, sin embargo, el río suena.
Es que Milei es estrambótico. Imprevisible. Iracundo, insultador, ausente de la gestión. El jefe es Karina, votada por nadie y, a igual (¿o mayor?) nivel está Santiago Caputo, que acaba de organizar la inteligencia –o espionaje– nacional a su manera. Un terceto sin experiencia, en el cual los intereses de ganancia de los empresarios no tienen puesta la confianza.
Victoria Villarruel es la amiga de Videla, la militante por la impunidad de los crímenes de la dictadura. Tiene una larga trayectoria en ello. Pero ahora se ocupa de hacerla olvidar y busca incluso –cuando le conviene– parecer el ala “republicana” de la dupla presidencial, el ala dialoguista, aquella con que se podría tener acuerdos razonables.
Hace rato que la vicepresidenta hace vuelos solitarios, desde aquel acto de campaña en el que los carteles solo hablaban de ella y para nada de Milei, a variados viajes de autopromoción, sostenidos principalmente con las carentes provincias del Noroeste. Allí ha buscado vestirse con ropas típicas, que en ella a veces remedan un disfraz: en un caso, se vistió de gaucho y no de “china”, con un rapto de misoginia que pasó desapercibido. Lo cierto es que la demagogia de estos gestos (ella inventó lo de subirse a un tanque el 9 de julio, que despertó no pocas críticas) va en clara dirección de enaltecer su propia figura, por fuera de la consideración de la imagen del conjunto del Gobierno. Esta semana visitó al gobernador Jalil, de Catamarca, que parece no tener la altura para participar del debate nacional sobre tendencias político-ideológicas y se prestó a esta puesta en escena, como ya lo hizo con la del llamado Pacto de Mayo.
En los últimos días abundaron las chispas entre la vicepresidenta y la mesa de tres patas de los Milei. La visita de seis diputados nacionales –la mendocina Arrieta incluida– a connotados criminales de la dictadura que están condenados y presos (Astiz, Guglielminetti, Pernía entre ellos) produjo un efecto devastador sobre los que la hicieron. El repudio fue unánime, incluyendo a parte del partido de Gobierno. El escándalo fue mayúsculo. Se corrió la plausible conjetura de que el viaje fue ideado por la vicepresidenta, en tanto cinco de las personas que fueron le son cercanas, pero Villarruel permaneció en silencio, simulando indiferencia frente a la situación.
Es más, ante la evidencia de que hubo algún guiño de Menem como jefe de la Cámara para esa visita, desde el lado de Villarruel surgió la sospecha de que se les había puesto una trampa. Habían pisado el palito y metido la pata haciendo lo que quería el sector de la mesa presidencial. Sin dudas, esta conjetura es más arriesgada y menos creíble.
Por esos mismos días, teníamos el extraño show en torno del cantito de hinchada de los futbolistas argentinos. El mismo pudo disgustar a los jugadores de Francia, pero la fingida indignación de los directivos del fútbol francés mueve a risa. Multiplicadores de dinero, negociadores del talento ajeno, estos dirigentes que se enriquecen de un deporte que no practican están muy lejos de la ejemplaridad moral y, como franceses adultos, sin autoridad ética para hablar del racismo de otros, sin asumir el propio que guardan como país colonialista y explotador –aún hoy– de las riquezas del África.
Eso mismo dijo Villarruel. La mujer que condice con la ideología de la peor de las dictaduras de nuestra historia (dictadura racista también hacia países limítrofes) ¡hablaba contra el racismo con un desentono flagrante! La inconcebible saga continuó con el ataque graneado del ejército de trolls de Milei contra la vice, que consiguió que un sector menor de esos trolls se pusiera de su lado. Pero ella, con sorprendentes aires de ingenuidad, siguió declarando que “solo quiso defender a los argentinos”, como si los términos en los que lo hizo fueran coherentes con la ideología del Gobierno.
Lo cierto es que Macri ya no contiene su furia contra Milei: este simuló inocencia cuando el “pacto de Acasusso”, y el que creyó que ganaba salió esquilmado. Hoy, Juntos por el Cambio no existe más y el PRO está deshilachado, como sucursal menor del Gobierno. Es que no se puede aprobar todo lo que quiere Milei y pretender sostener una identidad diferente de la del presidente, como Macri supone.
El establishment celebra a Milei: va en su misma dirección, es audaz y despiadado en el ajuste. Pero no le tiene fe a mediano plazo: es una figura inmanejable, a menudo desprolija, de la cual no puede saberse por dónde seguirá. No es el suyo un neoliberalismo ortodoxo o convencional.
Por eso coquetean con la vice y con Macri, un dúo que sabe cantar las mismas melodías que ellos. Que habla su mismo idioma. Claro que ella puede, en cualquier momento, volver a mostrar sus prioridades y regresar pesadamente con la revisión de un pasado que para la mayoría de los argentinos ya se saldó. Y que ni a esos empresarios interesa revivir en el presente.
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