Vendimia Peronista, Parte II

Como en la primera parte, revisamos la historia de la Vendimia en la etapa del peronismo en Mendoza. Esta vez, desde 1955.

Vendimia Peronista, Parte II

Imagenes de archivo

Especiales

Mariana Garzón Rogé*

Publicado el 08 DE MARZO DE 2014



Maquillajes y plagas conjuradas: la vendimia de 1955

A partir de 1950, el clima de enfrentamiento político y social, si bien existía desde los orígenes del peronismo y como efecto de un conflicto que excedía a ese fenómeno, se había agudizado. Desde la primavera de 1954, las relaciones entre la Iglesia Católica y Perón habían entrado en un proceso de ruptura definitivo. Todo lo que hasta la víspera había mantenido el fuego de la amistad entre ambos se apagaba ahora velozmente. La vendimia de 1955 comenzó con un gesto claro en tal sentido. Si hasta entonces la arquitectura de la Bendición de los Frutos había contado con una platea con numerosos asientos destinados a funcionarios públicos e invitados oficiales, ese año solo disponía de dos palcos poco significativos.

Más allá de ello, no había planes de que la fiesta fuera, ese año, una fiesta de ribetes políticos. Lo que había pasado a primer plano eran las reinas y el espectáculo. Sin embargo, esos dos aspectos, desde un punto de vista menos evidente, también eran políticos. Los rostros de la mayor parte de las candidatas distritales eran publicados en la prensa, lo que daba la oportunidad a la sociedad de marcar sus preferencias y aventurar una ganadora. La elección, para el público, dejaba sutilmente de ser un asunto de amistosas rivalidades entre identificaciones departamentales para convertirse en un concurso de belleza con todas las letras.
El maquillaje fue una de las innovaciones que esa situación implicó. La novedad movilizó la opinión de los mendocinos más conservadores, que se oponían a su uso: “Las reinas deben llegar al acto de la coronación con el cutis fresco y natural que lucen nuestras vendimiadoras y eso del maquillaje está muy bien para las actuantes de cine, en donde es preciso meterle la mula a los espectadores”, decía un periódico nacionalista. El diario Los Andes, sin embargo, le preguntó con naturalidad a la soberana electa Nelda I si tenía pensado trabajar en cine.


Ella respondió que no, que sólo le gustaba ver películas. La cajera de una casa de comercio ungida soberana recalcaba que el hecho de ser trabajadora no implicaba que no encontrara tiempo para los quehaceres domésticos. La estrella de cine, la reina de la vendimia, la empleada de comercio y el ama de casa eran parte de una vendimia de carne y hueso que iba más allá de los modelos de mujer mendocina pretendidos.

El espectáculo programado para el acto central fue mucho más surtido que el que se ofrecía en los años iniciales del peronismo, en los que una orquesta interpretaba diferentes canciones que eran coreografiadas por un grupo de bailarines. El ballet folclórico argentino y el de la Universidad Nacional de Cuyo, junto con los bailarines criollos, se mezclaban ahora con números del cantante español Juan García, la pareja de excéntricos Les Coutón, un grupo de gaitas gallegas, los bailarines bizarros Ben y Judy, un conjunto de danzas nativas, la pareja de patinadores fantasistas Les Powell, la cantante Ridi da Silva, el grupo de arte popular italiano de Luigi Sandri y hasta una demostración de modelos de la tienda Gath y Chaves que, a paso lánguido, ocuparon el escenario con sombreros, plumas, collares y peinados a lo Gina Lollobrigida. El público, refería la prensa, habría quedado en completo silencio cuando llegó el momento de la moda: “Cuando ellas llegaron, con su juventud, con ese caudal de elegancia de su ropa, puede creerse que se hizo silencio. No importa que la orquesta hiciera música en ese momento porque nadie la escuchaba”. No se sabe, en todo caso, si lo que producía el silencio era la admiración de los cuerpos como podríamos pensar hoy o la curiosidad ante la novedad como podría haber sido el caso para muchos asistentes que nunca habían presenciado un desfile.



La fiesta intentó ser un homenaje al vino mendocino, pero también dedicó secciones al vino español, al vino italiano y al vino alemán. Evocaciones al pueblo chileno, a la tarantela, al cancán y al tango porteño. En otras palabras, hacia el final de la década peronista el acto de la vendimia ya no se ceñía a la recordación de un ordenado paisaje regional y sus calmas tonadas, sino que proyectaba una fiesta nacional, diversa, bulliciosa y de un estilo más alborotado. 

Las críticas generales de algunos diarios de la provincia no faltaron: el sonido no había sido suficiente; los números artísticos, algo grotescos; los carros alegóricos, pobres; la iluminación de la reina, escasa; la publicidad comercial en algunos carros, intolerable; el entusiasmo del público, escueto; la comodidad en el anfiteatro, poca. Estas críticas provenían de los cambios en la masividad y las dimensiones de la fiesta y tenían que ver con un imaginario de progreso con el que ciertos sectores exigían al peronismo que encauzara el arribo de la gente a la ciudad para celebrar la vendimia. Las críticas parecían solicitarle al gobierno que controlara mejor sus “desórdenes y excesos”. En el contexto de 1955, esas eran críticas políticas a una fiesta en la que, si bien el peronismo no estuvo en primera plana, se advertían rasgos más populares y peronistas.

Al terminar la ceremonia, Nelda I, valiéndose de sus atributos reales emitió su primera orden: “Que se quemen las plagas que azotan a la agricultura”. Inmediatamente se encendieron tres piras de leña que hicieron arder a tres muñecos de papel maché de gran tamaño colocados en los costados del anfiteatro. Más que un gesto de exorcismo colectivo a los flagelos que afectan a la producción agrícola, la orden de la reina y la quema de los muñecos se mezclaban con la irresoluble tensión social y política en la que, por diferentes motivos, peronistas y antiperonistas habitaban en 1955. 
Unos meses más tarde, la Plaza de Mayo sería bombardeada de manera salvaje, iglesias en Buenos Aires arderían como contrapartida y finalmente el golpe de Estado intentaría alejar al peronismo de la vida política de país para siempre. La fiesta de la vendimia sobrevivió a esa década, aunque en 1956 no se realizó. La ausencia de vendimia ese año fue, después de todo, también como un guión, como un guión mudo.
*La autora es  licenciada en Comunicación Social por la UNCUYO y doctora en Historia, egresada de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Actualmente trabaja como becaria del Conicet.

vendimia, fiesta, peronismo,