Carlos Angulo Rivas es poeta y escritor peruano. Analiza la pluma de una figura controversial en el mundo de las letras y de la política: Mario Vargas Llosa.
Me cuesta trabajo digerir los artículos de Mario Vargas Llosa. Me cuesta trabajo reconocerle los laureles de escritor célebre, ganados en el circuito de la literatura mercantil después de sus tres primeras novelas. Me cuesta trabajo sobrellevar el otorgamiento del premio Nobel de literatura 2010, que no sabemos si fue una donación al político neoliberal militante o al prolífico escritor.
Cuando recibió este premio consagratorio, la mayoría de intelectuales pretendió separar al político del escritor, como si en un solo hombre existieran dos personas distintas. Critiqué en esa oportunidad, y critico hoy, esa postura de benevolencia, pues todo escritor coloca sus pensamientos por delante, sus concepciones sobre el mundo, sus credos ideológicos y, salvo que sea un falsario, siempre se escribe lo que se piensa, ya sea con la maestría adquirida por el oficio de muchos años o sin ella. Los peruanos tenemos mala suerte, nos han tocado políticos tan catastróficos como Alan García o Alberto Fujimori, y escritores de fama como Mario Vargas Llosa. No por primera vez, leyendo a Vargas Llosa, me lamento decepcionado, sufriendo un poco de cólera o tal vez, más que cólera, de una pena infinita.
En realidad, Vargas Llosa es el protagonista de una serie de tareas innobles, de los encargos más rastreros pertenecientes a los sicarios de la pluma; aquellas encomendadas a los hombres sin principios morales básicos, sin escrúpulos de ninguna clase, sin límites en el empeño de propalar mentiras disfrazadas de erudición, elaboradas en la cuna del totalitarismo capitalista que menosprecia a los pobres y rinde honores a los propietarios, los amos, las altezas. Lejos está en este conocido escritor el lugar respetado por todos, lejos el sitial de las reservas espirituales, morales, éticas y honorables, de otros Nóbeles de la literatura universal como José Saramago, Günter Grass, Gabriel García Márquez, Miguel Ángel Asturias o un Pablo Neruda. Infelizmente, Mario Vargas Llosa, en esta etapa de su vida, ha ingresado a la decadencia irreversible que acontece a los estilos literarios rebuscados, exigiéndose él mismo el refinamiento exagerado en el empleo de las palabras adjetivas, principio de la ruina y el eclipse, es decir, de la degradación del pensamiento filosófico regido por el instinto antes que la razón, prevaleciendo ahí el concepto irracional, el subconsciente y el individuo en oposición al racionalismo científico y la importancia del hombre en masa; de esta suerte, nos encontramos ya no con el escritor reflexivo y dialéctico, sino con aquellos afines a Gabrielle D’Annunzio y sus picturas subjetivas de lo social y el mundo.
Vargas Llosa ha publicado varios ensayos, en ellos se destaca una visión suya sobre la vida y la literatura y sin duda allí se evidencia él como persona singular. Aparte de los ensayos, Vargas Llosa ha publicado polémicos textos autobiográficos, expresión de sus rabietas y fracasos, tales como
Contra Viento y Marea;
El Pez en el Agua, insolente decepción política ante la derrota presidencial sufrida en 1990 frente a Alberto Fujimori; el
Lenguaje de la Pasión, entre otros; aquí también brota la personalidad del autor como militante compulsivo de la aristocracia internacional, confrontando a los sectores populares.
La identificación con los poderosos no es gratuita, está dentro de su potestad electiva; sin embargo, todo aquello no le da derecho a falsificar las verdades objetivas. Los ensayos publicados por él mismo explican mejor a Mario Vargas Llosa, lo definen mucho más que su narrativa de ficción, pues a partir de estas exploraciones de búsqueda surgen sus ideas, reflexiones y axiomas, escenario desde donde elabora sus obras y relatos. Destaca en sus ensayos
La Orgía Perpetua, un serio intento de establecer premisas relativas a la novela moderna sobre la base de la obra
Madame Bovary de Gustave Flaubert; no obstante, las teorías sobre Gabriel García Márquez
Historia de un Deicidio, celos prematuros respecto al autor de
Cien Años de Soledad y
La utopía arcaica, donde desfigura el indigenismo de José María Argüedas, inician el galimatías teórico desordenado que concluye en su obra predilecta
La verdad de las mentiras, libro en el que predomina el libre albedrío determinista, la voluntad irreflexiva, el individualismo irracional. Elaboración teórica, superflua y presumida, con la que pretende definir y encasillar a la literatura de ficción, la novela, la narrativa, el cuento, la poesía, en la forma y el fondo, como una concatenación de mentiras porque según el autor: “permite al hombre vivir una vida distinta de la suya propia. Esa es la verdad que expresan las mentiras de las ficciones.” Asimismo, Vargas Llosa cree en la producción de mentiras a granel y dice lo siguiente: “en una novela siempre hay más mentiras que verdades, una novela nunca es una historia fiel... no se relata lo que pasó realmente sino las mentiras alrededor de los hechos sabiendo sobre qué se miente”. Como se observa, en estas frases definitorias y en otras preñadas de laberintos desconcertantes, Mario Vargas Llosa concibe a todos los escritores como fabricantes conscientes y cabales de mentiras.
Cierto, una novela no es un relato real autentificado, para eso están la historia y los historiadores; pero tampoco es una obra llena de falsedades y mentiras. La ficción no es ni puede ser mentira, es más bien pura imaginación, clarividencia, sueños, espejismos, fantasías; es una representación de la realidad donde los hechos no conocidos se inventan, se entrevén, se recrean, se proyectan en la trama argumentativa de la exposición. La ficción, como todo arte humano, es reflexiva a partir de la observación, pues los hombres casi siempre existen de dos maneras: los que mueven el mundo en distintas direcciones y los que tratan por reparos críticos creativos de cambiar el curso de la historia. Estos últimos son los novelistas, los poetas y dramaturgos, nunca serán los mentirosos, embusteros y tramposos. Se puede ser un gran escritor y carecer de imaginación, si reúne ambas cualidades estaremos hablando de un novelista o un poeta; de los contrario, solo de un narrador de oficio. Los sofismas, las tergiversaciones de Vargas Llosa nos sorprenden a cada momento porque, convencido de sus teorías erradas, escritas en el ensayo
La verdad de las mentiras, se da licencia individual de mirar los acontecimientos actuales con un solo ojo y, lo más grave, de mentir con descaro, amparado en la autoridad de la fama ganada en el circuito literario de un espacio comercial capturado por el neoliberalismo, la globalización y el consenso occidental del capitalismo salvaje. Los tres últimos artículos de Mario Vargas Llosa, publicados en El País de España, corroboran la imagen decadente del escritor y la visión del hombre tuerto y retorcido, de tal manera que deberíamos reconocerlo cambiando el título de su ensayo cumbre por el de “Las Mentiras de la Verdad”.
En el artículo “La muerte del caudillo” nos dice Vargas Llosa: “El comandante Hugo Chávez Frías pertenecía a la robusta tradición de los caudillos, que... revela ese miedo a la libertad que es una herencia del mundo primitivo, anterior a la democracia y al individuo, cuando el hombre era masa todavía y prefería que un semidiós, al que cedía su capacidad de iniciativa y su libre albedrío, tomara todas las decisiones importantes sobre su vida. Cruce de superhombre y bufón, el caudillo hace y deshace a su antojo, inspirado por Dios o por una ideología en la que casi siempre se confunden el socialismo y el fascismo...” Nada más lejos de la verdad; bueno, de eso se trata en Vargas Llosa, mentir categóricamente sin sonrojarse. Chávez llevó a cabo 17 consultas populares en 14 años, perdió una sola; como en ningún país de América Latina arriesgó su mandato presidencial a un proceso revocatorio, ¿dónde está el miedo a la libertad y a la libre expresión? ¿Dónde el mundo primitivo anterior a la democracia? Y por último, ¿dónde existe un científico de las ciencias políticas que confunda el socialismo con el fascismo? Continuemos con el arsenal de las mentiras de Vargas Llosa: “La muerte de Chávez, además, pone un signo de interrogación sobre esa política de intervencionismo en el resto del continente latinoamericano al que, en un sueño megalómano característico de los caudillos, el comandante difunto se proponía volver socialista y bolivariano a golpes de chequera... Ese sueño y sus subproductos, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), que integran Bolivia, Cuba, Ecuador, Dominica, Nicaragua, San Vicente y las Granadinas y Antigua y Barbuda, bajo la dirección de Venezuela, son ya cadáveres insepultos". Ciertamente inspira lástima el escritor de los embustes, ya que la solidaridad de los pueblos se vistió de fiesta a fines de abril de este año en la cumbre de PETROCARIBE, que reunió a 19 estados del continente. Y agrega el plumista propagandista de Washington: “En los catorce años que Chávez gobernó Venezuela, el barril de petróleo multiplicó unas siete veces su valor, lo que hizo de ese país, potencialmente, uno de los más prósperos del globo”. Muy cierto, muy cierto, el precio del petróleo se multiplicó, pero se olvida este tuerto escritor de que el alza descomunal no fue responsabilidad del presidente Hugo Chávez sino de su íntimo amigo George W. Bush, que invadió y ocupó Irak, guerra apoyada por él y su acompañante José María Aznar, sin importarles los cientos de miles de muertos y desplazados.
En contraste, cuando Vargas Llosa quiere homenajear también se las ingenia para elaborar grandes mentiras, por ejemplo se desvive en halagos a una mujer siniestra, enemiga de la clase trabajadora, colonialista por excelencia y racista disimulada por conveniencia; y lo hace en su artículo “La partida de la Dama” referente a la muerte de Margaret Thatcher. “Yo también pasé casi todos los años de Margaret Thatcher en el Reino Unido y a mí también lo que ella hizo me marcó profundamente. Todavía está presente en cosas que creo y defiendo y que me hacen decir que soy un liberal. Cuando la Dama subió al poder Gran Bretaña se hundía en la mediocridad y en la decadencia, deriva natural del estatismo, el intervencionismo y la socialización de la vida económica y política...”. Valgan verdades, o Vargas Llosa en su declive se está volviendo chiflado o no sabe lo que dice. Llamar “estatismo” “intervencionismo” y “socialización” a las regulaciones propias del sistema capitalista ordenado de entonces, transformado ahora, trágicamente, con el neoliberalismo y la globalización de la era de inicio Reagan-Thatcher, significa un despropósito privativo de los ignorantes, ya que la crisis capitalista mundial más profunda, desde la gran depresión de 1929, se debe precisamente a la eliminación de las regulaciones dando paso a la invasión de los mercados especulativos como sistema económico. Por supuesto, mercados para quienes viven en la opulencia y el despilfarro mientras dos tercios de la humanidad vive en necesidad. ¿Dónde está la libertad, la democracia, la igualdad, la fraternidad? ¿Dónde la protección a la madre naturaleza y la ecología? Y continúa nuestro embustero: “Ella puso en marcha un programa de reformas radicales que sacudió de pies a cabeza a ese país adormecido por un socialismo anticuado y letárgico que había desmovilizado y casi castrado a la cuna de la democracia y de la Revolución Industrial”. Con esta afirmación, al parecer, nos damos cuenta de que el escritor vivió en Gran Bretaña, pero Gran Bretaña no vivió en él, ya que no percibió que en la cuna del capitalismo jamás existió el “socialismo anticuado y letárgico” al que alude de forma irresponsable. Y ahora, a la distancia, tampoco desea ver el júbilo del pueblo inglés por la muerte de una mujer monstruosa y sanguinaria como demostró ser en la guerra de las Malvinas contra Argentina en 1982. Y si compara los dos fallecimientos de sus últimos artículos, el multitudinario calor humano demostrado por el pueblo venezolano, ante el féretro del presidente Hugo Chávez, le debería dar más de una lección.
Para concluir, Mario Vargas Llosa en su último artículo “La muerte lenta del chavismo” grita a los cuatro vientos: “Una fiera malherida es más peligrosa que una sana pues la rabia y la impotencia le permiten causar grandes destrozos antes de morir”, frase aplicada al chavismo que, por un supuesto, no ha sufrido ningún “tremendo revés” en las elecciones del 14 de abril, donde se ratificó la victoria del presidente Hugo Chávez y el Plan de la Patria del 7 de octubre del año pasado. Entonces, nuestro tuerto escritor usa esta frase de la “fiera malherida” pensando, tal vez, en su pupilo Henrique Capriles, quien fue el causante de once muertos, decenas de heridos, locales quemados y asaltos vandálicos a la propiedad pública y privada; o sea, los “grandes destrozos” mencionados por este raro nobel de la literatura que, tan acucioso periodista él, no solicita un enjuiciamiento y pena de cárcel para el autor intelectual de los desmanes y sus secuaces. El extremismo de un hombre que mira con un solo ojo, el tuerto de la historia, y la decadencia de sus escritos, nos lleva a pensar en la pérdida total de la vergüenza, en tanto, heroico marqués de los Borbones él, se ha tomado en serio su pertenencia a la monarquía española, de donde los plebeyos presidentes de las ex colonias están extraviados y sujetos a su llamada de atención, a su reprimenda de sabio pastor político diciendo ex-cátedra: “Tal vez con lo que está ocurriendo en estos días en Venezuela tomen conciencia los gobiernos de los países sudamericanos (Unasur) de la ligereza que cometieron apresurándose a legitimar las bochornosas elecciones venezolanas y yendo sus presidentes (con la excepción del de Chile) a dar con su presencia una apariencia de legalidad a la entronización de Nicolás Maduro a la presidencia de la República.” Como se observa, esta larga oración, dolida porque nadie le hace caso, es una más de su arsenal de falsedades, ya que por unanimidad en Lima todos los presidentes acreditaron el resultado electoral en Venezuela, y si Sebastián Piñera no fue a Caracas, no se debió a un desacuerdo como parece sugerir el tuerto en peligro de perder el único ojo que le queda. En conclusión, el nobel de marras incrimina a todos los presidentes de América del Sur porque, según él se equivocaron; y a los 1700 veedores internacionales también y, ¿por qué? Muy sencillo, porque lo dice Mario Vargas Llosa, ¡qué más!