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23 DE DICIEMBRE DE 2024
Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
El presidente Javier Milei. Foto: NA
Cada vez son menos los que quieren dar más tiempo a Milei. Y cada vez es más corto ese tiempo. Si bien todavía reúne alrededor del 40 % de apoyo, abundan aquellos a los que se les terminó la paciencia y los que le darían solo de uno a tres meses más. Acabó la luna de miel, y la espera parece ser tan infructuosa como la de la legendaria Penélope.
El Presidente no se inmuta, al menos en lo que dice, pero sí en sus medidas, cada vez más alejadas de la ortodoxia ideológica que sostiene. Ya no solo se fueron la dolarización, la liquidación del Banco Central o la apertura del cepo cambiario, sino que se llama a diputados opositores a la Casa Rosada (“ratas” devenidas en interlocutores), se buscan acuerdos desesperados para sostener la candidatura de Lijo a la Corte o se insiste en reuniones con Macri que no llevan a ningún lado.
A mucha gente le va mal. Incluso los “esperanzados” dicen que les va mal. Imaginan que, siguiendo por el camino de irles mal, luego les irá bien. Raro razonamiento, pero se les ha hecho creer que se trata de pasar por una especie de purgatorio, donde “se pagaría” por haber vivido mejor en otros tiempos. La prédica de que los subsidios eran inaceptables ha hallado eco, aunque ya muchos ven resultados de bolsillos flacos. Sin embargo, otros, dicen ante pantallas de TV que no les alcanza para el boleto de bus o para la nafta, pero que confían en que así podría mejorarse. Algunos empiezan a decir que “la esperanza es lo último que se pierde”, como dando por sabido que la suerte negativa estaría echada.
Milei no se queda corto en exageraciones, hipérboles gigantescas y deformaciones de datos. El cuento de “la híper de 17.000 %” de la que presuntamente nos ha salvado lo hemos escuchado muchas veces: es incomprensible. Ahora nos enteramos de que los haberes de los jubilados “vuelan”: será porque caen de sus manos en un santiamén. Afirmar que han subido 5 puntos no coincide con lo que nadie sostiene en finanzas o en las ciencias sociales: la ley que el Congreso consagró y el presidente ha vetado busca recuperar casi 9 puntos que se perdieron cuando la fuerte devaluación de finales del año 2023. Aun así, muchos observadores dicen que la pérdida fue mayor, alrededor del 14 %. Es lo que todo el mundo sabe: los jubilados están muy mal. El presidente sostiene, en cambio, que ganan mucho en dólares. Claro que el pan, el ajo, la leche, el ibuprofeno y la tarifa de la luz se pagan en moneda argentina. Los jubilados, en su inmensa mayoría, no tienen excedentes para pasar a dólares. Es en poder adquisitivo de la moneda nacional que debe evaluarse lo que reciben.
Los jubilados hacen una gran manifestación este miércoles en muchos sitios del país, que incluyen Mendoza. Ojalá no cunda el ejemplo de la CABA la semana anterior, cuando la policía golpeó fuertemente a septuagenarios y octogenarios, en un acto que no cabe llamar de valentía. Policía que ya forma parte del paisaje: la inseguridad ciudadana continúa porque la institución se dedica a la diaria represión de la protesta social. Así, se instaló en la Universidad de las Madres impidiendo entradas y salidas el día lunes, y el martes tuvimos palos a los empleados judiciales, incluso a un dirigente como Piumato (que no exhibe precisamente trayectoria de luchador maximalista).
El presidente dio una de sus habituales entrevistas a periodistas amigos. De nuevo fue con Majul y allí eludió hablar de Villarruel –minimizó las mutuas diferencias de opinión– y dijo que a Santiago Caputo se lo ha ubicado en la figura del “monje negro”, pero que él no renunciará a su asesor, dado que es parte de la decisoria “mesa de tres” del Gobierno.
Mientras tanto, las peleas internas en el partido gubernista y demás miembros de su coalición se han hecho enormes. Es secreto a gritos que hay quienes conspiran para poner a Villarruel y a Macri en la dirección del Gobierno, para lo cual habría que desplazar al presidente. Parece que Macri se lo habría insinuado a Milei entre una milanesa y otra, siempre sin papas fritas. Hasta Cristina tuvo que salir a pedir un psiquiatra para quienes tildan de “peronista” a la amiga de Videla, operación brusca y absurda de la que participaron Guillermo Moreno y Berni, y en la que fue sinuosa la palabra siempre afilada de Mayans. Cristina agregó que “no está en sus planes” apoyar ningún juicio político al presidente que pudiera entronizar a la admiradora de genocidas.
El caos interno en LLA es grande. Se fue Arrieta tras producir fuerte ruido luego de su visita a los represores, Astiz incluido. En el Senado echaron a Paoltroni, cercano a la vicepresidenta. En Diputados, Pagano ha salido a dar con todo a los más “oficialistas”, como la enigmática Lemoine –la voz de la Rosada, por ahora– o Ponce. Todos contra todos, y desde la presidencia, cuidando la imagen de Martín Menem, buscando ordenar a todos bajo la égida de El Jefe (Karina), su hermano y Santiago Caputo.
Las cosas no van bien, y entonces se ha apelado a un decreto que ha de traer cola, por el cual se busca restringir el acceso a la información pública, sosteniéndose incluso que el Gobierno puede declarar “de mala fe” la eventual insistencia de un ciudadano o un periodista que pida determinada información. Ciertamente, es de preguntarse si esto está dentro de lo constitucional, dado que dista de parecer compatible con la libertad de prensa.
A las universidades se las mantiene castigadas. Se les aplica la misma lógica que el Gobierno nacional sostiene en todos los rubros: jactarse de promover el máximo ajuste, pero negar –a la vez– que restrinja los fondos. Si hay ajuste, hay restricción: ello es obvio. Pero no. El Gobierno del autoelogio ajustador es, a la vez, del autoelogio por no quitar presupuesto a nadie. Milagros de la retórica de las fake news en las redes, donde el Gobierno tiene un largo grupo de redactores permanentes.
La derecha periodística teme a la buena imagen de Kicillof y palpita perder en la provincia de Buenos Aires para 2025. Para evitarlo, sueña con un –bastante improbable– acuerdo electoral de Macri con Milei: allí el tema es quién manda. Ninguno de los dos quiere ser títere del otro. Además, tendrían que resolver primero, cada uno de ellos, divisiones y conflictos en su propia agrupación. Los periodistas interesados (Pagni es el más ilustrado, pero no el menos burdo en su planteamiento) debieran primero sincerar su color político y después preocuparse por la unidad interna de cada una de las dos patas de su soñada fusión electoral.
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