Universidad: derecho humano y responsabilidad del Estado (Primera parte)

La Universidad Nacional de Cuyo y el conjunto de la educación superior pública de la Argentina están experimentando intensos procesos de reforma positivas. Eduardo Rinesi, filósofo, educador y actualmente rector de la Universidad de General Sarmiento, repasa una serie de consideraciones con respecto a los desafíos y vacancias de la universidad pública.

Universidad: derecho humano y responsabilidad del Estado (Primera parte)

Eduardo Rinesi

Sociedad

Unidiversidad

Rodrigo Farías

Publicado el 22 DE NOVIEMBRE DE 2013


Nueve universidades nacionales creadas en los últimos seis años; duplicación histórica del presupuesto para educación superior; autogobierno universitario garantizado a través del establecimiento de cuotas presupuestarias estables; cogobierno universitario con la participación de estudiantes, docentes, personal de apoyo académico y egresados; intensos procesos de territorialización, de educación a distancia y de inclusión  social; marcos de cooperación e intercambio entre universidades, tanto a nivel nacional como internacional; autodefinición como derecho humano y responsabilidad del Estado.

Estos son algunos de los muchos puntos destacados por los cuales está transitando la educación pública argentina en un marco excepcional de acuerdo y trabajo conjunto latinoamericano. Aunque existen disparidades en la región, no cabe duda de que la existencia universitaria está viviendo tiempos auspiciosos como hacía mucho no experimentaba. Sin embargo, esto no quiere decir que esté todo dicho o hecho en la educación superior pública del país y la región. Por el contrario, el escenario inmediato plantea el enorme desafío de lograr cristalizar los avances consumados durante la década y, sobre todo, confirmar el giro conceptual e instrumental que ubica a la universidad como uno de los puntos estratégicos para el desarrollo de los pueblos.

En base a todas estas premisas, el rector de la Universidad de General Sarmiento, Eduardo Rinesi, opina con solidez acerca de cuáles podrían ser los retos de la enseñanza pública superior para el futuro inmediato y a largo plazo.

¿Cuál es el rol de la universidad pública en el desarrollo social?

Existe un rol fundamental que consiste en cumplir con su obligación de garantizar el derecho a la educación superior, al más alto nivel, a todas las personas que se acercan a ella para buscar un destino profesional y académico. Estos tiempos que corren están signados por la idea de ampliación y universalización de derechos. Así como en los años 80 –en la transición a la democracia– el concepto clave era la cuestión de la libertad, creo que actualmente la clave pasa por la cuestión de los derechos; uno de ellos que podemos empezar a pensar como un derecho ciudadano y universal es el derecho a la educación en general y a la educación superior en particular.

Esto representa una excelente noticia: poder pensar que los jóvenes tienen el derecho a la educación superior y que esta no es algo que graciosamente les ofrecemos o que solo tiene sentido a partir de la necesidad de tener élites dirigentes para el país, profesionales o recursos humanos. Todo eso no deja de ser cierto y necesitamos todas esas cosas; sin embargo, más allá de lo que el país necesita, los propios ciudadanos –que eso es en definitiva el país– buscan hoy ejercer en la universidad un derecho que los asiste. Entonces me parece que la primera tarea es garantizar el ejercicio efectivo y exitoso de ese derecho. Yo suelo insistir mucho en esto: el derecho  a la educación superior no es o no puede ser apenas el derecho a tratar de entrar a la universidad. El derecho a la educación superior tiene que basarse en querer entrar y lograr entrar, también es el derecho a romperse el alma estudiando y poder aprender, es el derecho a hacer todo el enorme sacrificio que significa realizar una carrera universitaria y poder recibirse en un plazo razonable. Cuando uno entiende eso, comprende que tenemos una responsabilidad y una obligación grandes en garantizar ese derecho y hacerlo en el nivel más alto de calidad. En esto también hay que insistir mucho, porque hay una cierta pereza intelectual o conceptual que lleva a imaginar a algunos que una universidad para todo el mundo no puede ser de la más alta calidad, y eso es un razonamiento profundamente conservador, profundamente ideológico. Necesitamos que sea de la más alta calidad para todo el mundo.

Yo creo que hoy eso es lo que tenemos que hacer. Por supuesto que enseñar no es lo único que hace actualmente la universidad, sino que lleva adelante otras actividades también; sin embargo, se suelen enfatizar todas las otras que hace además de enseñar. A mí me gusta enfatizar que, en primer lugar, su misión primordial es poner sus mejores recursos docentes al servicio de la enseñanza, como así también sus mayores esfuerzos institucionales y presupuestarios al servicio de sostener las carreras de sus estudiantes y garantizar que los mismos puedan avanzar, aprender, recibirse. Además, por supuesto en ella se investiga, ella se vincula de distintas maneras con su territorio, lo cual representa una expresión relativamente reciente en los modos de relacionarse con lo que está fuera de sus muros.

Esto creo que tiene que ver con el fuerte crecimiento que ha tenido el sistema universitario argentino en las últimas décadas –en la última de un modo de muy espectacular, aunque se puede pensar que existió un crecimiento continuado en las últimas cuatro décadas– que ha llevado a que la universidad tenga una relación mucho más estrecha con su territorio. En este país había nueve grandes casas de estudios, lo que hacía que la relación de estas con su territorio fuera bastante lábil. O, si no, cabe preguntarse cuál era la relación de las universidades de Córdoba o Buenos Aires con sus respectivos territorios en el siglo XIX: su territorio era el país o América Latina en su conjunto. Hoy, en cambio, tomando por caso la Universidad de General Sarmiento, o la Universidad del Chaco Austral o la de Tierra del Fuego, la relación con el territorio es mucho más cercana, es mucho más inmediata. Como mínimo existe una por provincia y eso también tiene un efecto en las universidades grandes (como puede ser el caso de la UNCUYO), que terminan vinculándose con su territorio debido a que gran parte de las poblaciones de otras provincias que asistían a ellas ahora se quedan a estudiar en sus propias regiones. En un contexto de democratización y apertura, tenemos que generar una universidad más de puertas abiertas hacia el territorio en todo el sentido del término. Cuando se piensa en puertas abiertas se suele pensar que se propone salir de sí y ofrecer sus capacidades técnicas, sus saberes, investigación, etc., todo eso que se suele denominar como extensión; es decir, una universidad extiende sus muros y lleva a la sociedad eso que sabe hacer. Pero existe otro movimiento, el que abre las puertas hacia dentro para que sea la comunidad la que entra, para que sean el territorio, las organizaciones, su vida política, su vida cultural, los gobiernos locales y provinciales y el propio Estado nacional, etc., ya que se ha aprendido que no es necesariamente una amenaza, que el Estado no viene a quitarnos nuestra autonomía y nuestras libertades sino que ingresa a la universidad y esta lo recibe gozosamente como un actor más con el cual dialogar en el interior de sus propias estrategias de definición de líneas de investigación, ampliando sus márgenes de acción y autonomía.



Si la universidad se abre a la sociedad y permite un ingreso de las diversas clases sociales, suponiendo que continúa formando las élites dirigentes, ¿existe la posibilidad de que estas élites se conformen con orígenes sociales diferentes a los que clásicamente accedían al derecho a la educación superior?

Creo que hay dos cosas que considerar con base en este planteo. Por un lado, es perfectamente probable que dentro de algún tiempo tengamos practicantes de las profesiones tradicionales que produce la universidad argentina, que sean provenientes de los sectores populares. Hay que imaginarse si tuviéramos en cinco o diez años jueces, médicos, etc., el conjunto de profesiones  que siempre se han dado al interior de una élite muy restringida, con profesionales surgidos de sectores tradicionalmente no servidos por el sistema universitario nacional y cuyos padres y abuelos jamás vieron una universidad. Este punto es muy interesante y  muy democratizador, creo que esto puede mejorar la vida profesional del país, puede mejorar el funcionamiento del Estado y la vida social.

Ahora, el otro efecto que esto podría producir sería al interior de la universidad sobre esos muchachos/as provenientes de sectores que no tienen una tradición universitaria, cuyos papás no fueron a la universidad, que en general no llegan a los dieciocho años con una biblioteca apreciable, y que ven todavía a la universidad como una institución medio ajena y extraña; para que esos muchachos sean los profesionales que queremos que sean, muchas cosas tenemos que cambiar. Nuestras propias universidades hoy están atravesadas por una tensión entre un impulso democratizador, que creo que anima a gran parte de los actores universitarios que, en efecto, están muy contentos con que se sumen nuevos actores sociales , con que tengamos más estudiantes y la posibilidad de convertir en profesionales a muchachos que no habrían podido soñar con eso; pero también alberga en su interior a, no digo mala gente, sino tradiciones, rutinas de trabajo, representaciones consuetudinarias y modos de funcionar que tienen mil años. La universidad desde hace mil años que existe y desde hace mil años que forma élites; entonces, ¿qué es lo que sabe hacer? Sabe elegir, seleccionar, humillar, mandar de vuelta a casa a la gente convencida que van de vuelta por culpa suya y porque no les da la cabeza. Históricamente no se ha visto un problema en eso; históricamente se ha recibido un porcentaje bajo de las personas que entran. No solo es un problema de clase, la universidad siempre ha seleccionado y hoy siente el impulso de seleccionar más aún, ante lo que muchos consideran la entrada de los bárbaros.

Allí tenemos una discusión política, pedagógica, de primer orden para dar. Yo creo que esta es una discusión fundamental, tenemos que empezar a ver como un problema que es propio –y no del pibe que reprueba– que el pibe repruebe. Los profesores tenemos que empezar a percibir como un fracaso y como un crimen nuestro cada pibe que vuelve a su casa y no regresa más a la universidad, y se va pensando que fue él el responsable del fracaso académico. No podemos seguir haciendo eso. Me parece que ese es el debate que hoy tenemos y la posibilidad que se juega de poder democratizarla en este momento. Yo creo que tiene una gran potencialidad, pero también que ante esto se están expresando las fuerzas reactivas de la universidad y que, ante la posibilidad de ingreso de nuevas clases sociales ve como rutina, como costumbre, una amenaza en este ingreso. 

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