Una revolución que crece desde el pie

Ochenta familias del Valle de Uco integran una organización que produce alimentos sanos y de calidad, en forma colectiva y sin patrón. El otro modelo agrícola.

Una revolución que crece desde el pie

Mujeres y varones en plena producción de pulpa de durazno, en la fabriquita ubicada en La Consulta. Foto: Ariella Pientro

Sociedad

Más allá del extractivismo

Unidiversidad

Verónica Gordillo

Publicado el 31 DE ENERO DE 2020

“No hay revoluciones tempranas, crecen desde el pie”, dice la canción del poeta Alfredo Zitarrosa. Y así, desde abajo, desde el pie, crece en el Valle de Uco una pequeña revolución liderada por 80 familias que producen, en forma colectiva y sin patrón, alimentos sanos y de calidad. Una pequeña revolución que muestra que otro modelo agrícola es posible.

Esa revolución se gestó hace 19 años en San Carlos cuando un puñado de mujeres entendió la importancia de unirse a otros y otras que producían –como ellas– alimentos sanos y de calidad. Ese fue el germen de Crece desde el Pie, una organización conformada por once grupos de trabajo que controlan toda la cadena productiva, desde la semilla hasta la comercialización.

La organización, con base en San Carlos y Tunuyán, creció en estos años. Tiene –tal como la llaman– una fabriquita donde elaboran conservas, salsas y dulces; una pequeña bodega donde producen vino, y el último logro, un local de venta ubicado en La Consulta, donde quien atiende le cuenta al consumidor qué manos cuidaron esas lechugas que comerá o cómo se hicieron esos duraznos en almíbar, quién los plantó y cómo los cultivaron libres de agroquímicos. El resto de la producción la venden a través de redes de comercio justo en Buenos Aires, Córdoba, Neuquén y Mendoza, en este último caso, por intermedio del Almacén Andante.

Meterse al barro para repensar el sistema agroalimentario

Meterse al barro: esa es la propuesta de Martín Pérez, especialista en ordenamiento territorial, para que la provincia diversifique sus actividades y no dependa de un modelo extractivista, que en algunos aspectos aparece obsoleto frente a un mundo cambiante.

Aquí no hay alguien que manda y otros que obedecen: hay un trabajo colectivo, un esfuerzo compartido. Alejandrina Zotelo (33), encargada de la comunicación y elaboradora de vino, dice que aspiran a lograr una producción agroecológica y explica qué significa el concepto: diversidad de productos, asociación de diferentes cultivos, no utilización de agroquímicos y una mirada social, no solo al interior de la organización, sino también hacia afuera, porque entienden que consumir alimentos sanos es un derecho de la comunidad.

Esa mirada social está presente en el día a día, porque la organización no solo produce alimentos, sino que sus integrantes se involucran en otras luchas: la posesión de la tierra, la distribución equitativa del agua (específicamente la movilización por la restitución de la 7722); las discusiones respectos del uso de agroquímicos y las problemáticas de género. Este es un aspecto central, teniendo en cuenta que la mayoría de las productoras son mujeres y, muchas de ellas, cabeza de familia.

En la fabriquita, en plena producción de pulpa de durazno. Después será el momento de la salsa de tomate. Foto: Ariella Pientro 

 

Época de producción

Luego de recorrer los cien kilómetros que separan la Ciudad de Mendoza de San Carlos, gracias a la colaboración de la delegación Mendoza de la Secretaría de Agricultura Familiar, Coordinación y Desarrollo Territorial del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, se llega a la fabriquita. Está ubicada en el corazón del barrio La Amistad, donde se concretó una política pública hecha a medida de las familias campesinas, porque no solo accedieron a una vivienda, sino también a una pequeña porción de tierra para cultivar.

Es lunes en la mañana y desde temprano hay movimiento en el lugar. Cuatro mujeres y un varón están en plena tarea: lavan y pelan duraznos que se transformarán en pulpa de primera calidad. Sobre una de las paredes se destaca una bandera con el logo de la organización: un árbol enorme en cuyas ramas están las manos que producen, los productos que elaboran, el sol, la tierra, el agua, todo los elementos que conforman la diversidad que los define.

Ley 7722: un crujido que obliga a buscar modelos alternativos

Un crujido más de un sistema de producción y consumo que llevará a la humanidad -indefectiblemente- hacia una catástrofe: así graficó Javier Vitale, del Centro de Estudios Prospectivos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCUYO, la movilización que se generó en contra de la modificación de la Ley 7722.

Sin dejar su tarea, Alicia Arenas (65) dice que aprendió mucho sobre la elaboración sana de alimentos, que antes creía –como muchos consumidores– que las mejores verduras y frutas eran esas hermosas por fuera, sin una manchita, pero ahora aprendió que para lograr esa perfección utilizaron agroquímicos durante el cultivo.

 Alicia explica cómo es trabajar en la organización, a la que ingresó con su esposo Julio Morales (76) hace diez años. La define como una gran familia, en la que se tratan bien, en la que existe mucha colaboración y en la que cada mujer y varón son importantes porque aportan un producto de calidad, elaborado sin agrotóxicos.

Ahidees Quiroga (59) destaca el trabajo colectivo, dice que es muy distinto a sus anteriores empleos en una finca, donde había un patrón. Ahora todo se decide en grupo y la opinión de cada uno es importante.

Mientras manipula la máquina que tritura los duraznos, Maximiliano Rivamar (26), dice que es bueno tener la libertad de tomar decisiones sin que mande un patrón. El joven cultiva verduras en un predio destinado para ese fin en el INTA de La Consulta, donde aprendió mucho, y forma parte del grupo que elabora el vino. Su aspiración es tener un ingreso regular que le permita seguir viviendo donde le gusta y haciendo lo que le gusta.

Julio cultiva en la huerta verduras de estación que todos los días se comercializan en el local de La Consulta. Foto: Ariella Pientro

 

Trabajo colectivo

Liliana Vilca (35), productora de conservas, explica qué significa eso de trabajo colectivo, autogestivo y sin patrón. Cuenta que aquí todo se decide en grupo, en una reunión anual y en las mensuales, donde determinan qué y cuánto elaborarán, a quién comprarán materia prima cuando les falta, cuánto se pagará por la hora de trabajo y cuánto le costará el producto al consumidor.

Liliana dice que aprendieron –y aprenden– a tomar decisiones, ya que no es fácil. Aunque todos los integrantes tienen en común que producen un alimento sano, además cumplen distintos roles en las organización: unos se encargan de las semillas que se plantarán, otros y otras del trabajo de la huerta y los frutales, de la comercialización, de la gestión de proyectos y de la comunicación. Subraya que cada persona es importante porque contribuye al funcionamiento general.

Alicia, Julio y su nieto, Ignacio, en la puerta de su casa, en La Consulta. Hace diez años que el matrimonio integra la organización, a la que define como una familia. Foto: Ariella Pientro 

Producir alimentos sanos, dice Liliana, también fue un aprendizaje, porque algunos cultivaban con la utilización de químicos y mutaron –no sin esfuerzo– a una producción 100 % natural. La mujer asegura que el modelo productivo que impulsan es la contracara del agronegocio. “Mostramos que se puede trabajar distinto y la gente lo está viendo. No somos cien locos haciendo cosas raras por amor al arte. No, nos mantenemos con esto, es productivo para nosotros, porque trabajar de esta manera nos hace bien, a diferencia de otro tipo de trabajo que es extractivista, donde hay explotación”, detalla.

El local de la organización está ubicado en La Consulta. También venden a través de redes de comercio justo. Foto: Ariella Pientro

 

De la huerta al consumidor

Julio Morales (76) es uno de los que aprendieron a producir alimentos sanos en su huerta, ubicada a pocos metros de su casa. Cuenta que toda la vida trabajó en la viña, pero que esa labor es muy distinta a la chacra, por lo que de a poco fue conociendo los secretos de cultivo de las verduras de estación. En diciembre –cuenta– cayó piedra, lo que afectó a las plantas de tomate, pero en cambio las chauchas, los zapallitos y las lechugas crecieron sin problemas.

Mientras recorre los surcos y reprende con una risa a su nieto Ignacio (7) porque esta mañana no se levantó a ayudarlo, Julio dice que integrar la organización es positivo, que son como una familia, que no hay conflictos sino trabajo y colaboración, y un aprendizaje permanente.

Restitución de la 7722: pensar más allá del extractivismo

La movilización popular logró que el gobernador Rodolfo Suarez diera marcha atrás con las modificación de la 7722, pero en realidad logró mucho más: abrió una puerta para debatir cómo se puede desarrollar Mendoza, más allá de las actividades extractivas.

Las verduras que Julio y los otros huerteros cosechan a diario se venden en el local que la organización tiene en el centro de La Consulta, en calle Ejército de Los Andes y Ricardo Bustos. Ahí, además de esos alimentos frescos, están disponibles todos los productos que elaboran los otros grupos: conservas, dulces, jugos naturales, vino, miel, especies, deshidratados, huevos caseros.

En una pequeña pizarra pegada al lado del mostrador, están los turnos de atención del local que deben cumplir los integrantes; un trabajo que hacen en forma voluntaria porque decidieron donar esas horas, no cobrar por ellas. Hoy es el turno de Verónica González (45), productora de miel, que comenta que es un placer hablar con los consumidores porque asegura que de a poco toman conciencia, preguntan y escuchan con interés cómo y quién elaboró cada producto.

“No hay revoluciones tempranas, crecen desde el pie”, dice la canción del poeta Alfredo Zitarrosa. Y así, desde el pie, crece una pequeña revolución en el Valle de Uco liderada por 80 familias productoras que demuestran que otra modelo agrícola es posible.

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