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Cada 8 de noviembre se conmemora el Día Nacional de los Afrodescendientes y la Cultura Afro, oportunidad propicia para repasar los mitos y los nuevos enfoques historiográficos de la esclavitud.
Juan Manuel Besnes e Irigoyen: “Soldados de la Escolta de S. E. al mando del Comandante Velazco”, 1839. Fuente: BNU-CD.
Especial Esclavitud, afrodescendencia y cultura afro en Argentina
Por Magdalena Candioti, CONICET-UBA, Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani" / Universidad Nacional del Litoral
Publicado el 07 DE NOVIEMBRE DE 2017
Quienes estudiamos la historia de la esclavitud y abolición en el Río de la Plata (actual Argentina) recibimos muchas veces de nuestros interlocutores el comentario convencido de que en nuestro país no hubo esclavos o que fueron muy pocos, tan pocos que ¿realmente vale la pena estudiarlos? A su vez, muchas de las personas que sí retienen en la memoria la existencia de la esclavitud tienen dos ideas fuertes al respecto: que los esclavos negros murieron en las guerras, donde fueron carne de cañón, y que fueron liberados por disposición de la Asamblea del año XIII.
Estas formas de construcción de la memoria en torno a la esclavitud han sido revisadas por un conjunto de investigaciones que contribuyeron a reconstruir la centralidad de la población negra en Argentina (hasta mediados del siglo XIX alcanzaba entre el 30 y 60 % de la población según las latitudes), las vías del tráfico esclavista (llevado adelante, primero, ilegal y, luego, legalmente), las condiciones de vida y trabajo de los esclavos y las formas de emancipación posibles.
Decreto de “Libertad de vientres” (1813), dictado por la Asamblea del Año XIII.
En este camino, en los últimos veinte años, ha habido un cambio de enfoque central: los historiadores hemos pasado de explicar esclavitudes “benignas” (signadas por los buenos tratos y la integración familiar de los esclavos) y libertades “otorgadas” por las élites liberales revolucionarias, a dar cuenta de las violencias y también de las estrategias y las trayectorias de los propios esclavizados en pos de subsistir, resistir, progresar y emanciparse. De este modo, los esclavos pasaron a ser pensados como sujetos de su propia historia, y como actores que, bajo duras condiciones no elegidas, procuraron construir un mejor destino para sí y sus seres queridos.
Una vez cambiado el eje de la mirada, ¿podemos decir que la emancipación les fue “otorgada” a los esclavos, casi sin oposiciones, por élites liberales convencidas del derecho natural a la libertad que les asiste a todos los hombres? Podría pensarse así si leemos la letra de las dos leyes de abolición gradual que marcaron desde 1813 el fin de la institución esclavista (que cesó completamente recién en 1853) en el territorio de la actual Argentina. Una de ellas abolió el tráfico transatlántico de esclavos y la otra declaró libres a los hijos por nacer de las esclavas. Estas disposiciones de la Asamblea del Año XIII reconocieron en la esclavitud un carácter ultrajante para la humanidad y contrario a “los principios liberales” del nuevo sistema.
Sin embargo, hay dos cuestiones que matizan la idea anterior. Por un lado, estas dos mismas leyes fueron complementadas por decretos posteriores que restringieron su alcance. El más importante fue el “Reglamento para educación y ejercicio de los libertos” que sentenció que los niños nacidos desde el 31 de enero de 1813 no serían libres sino libertos (para el Derecho ello significaba que eran sujetos manumitidos de una “justa esclavitud”) y que por tanto tendrían el deber de servir gratuitamente a sus patrones (a los amos de sus madres,) hasta los 16 años las mujeres y hasta los 20 años los varones. Así, la libertad no era plena y ese derecho de patronato podía venderse y heredarse. Como consecuencia, para los libertos tendría continuidad un rasgo central de la esclavitud: la separación de las familias y la circulación de los niños y jóvenes sin su consentimiento. A esto se sumó una serie de disposiciones que restringían su participación política.
Por otro lado, si miramos el accionar de los esclavos en esta nueva situación, es posible percibir cuánto lucharon para hacer efectivas las libertades prometidas y darles forma. Así, por ejemplo, en 1813 el esclavo Francisco Estrada y su mujer Joaquina pidieron ser declarados libres por haber desobedecido a su amo español fugado a Montevideo y haberse acogido “al sistema generoso de la Patria”. Francisco explicaba así la situación en que abandonaron a su amo: “Cantamos los himnos de la libertad, y uniendo nuestros deseos, nuestros corazones con los santos sentimientos del sistema justo de la Libertad”. A pesar de su encendida retórica patriota y de que un decreto del gobierno había prometido liberar a tales esclavos, Francisco y Joaquina no obtuvieron una respuesta favorable y murieron peticionando a una justicia que más tarde les ordenaría que “en lo sucesivo no incomoden a sus amos, ni perturben la atención de las autoridades con solicitudes infundadas y maliciosas”.
Los ejemplos podrían multiplicarse y, exitosos o no, es importante dar cuenta de estas y otras estrategias individuales o colectivas, pacíficas o violentas, esporádicas o sostenidas, de los esclavos, para visibilizar su protagonismo en la conquista de la libertad y comprender las formas y costos de su integración. También para desentrañar la posterior invisibilización de la población afrodescendiente; y para repensar bajo esta lupa las formas del liberalismo y de la nación en Argentina.
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