Los resultados de las elecciones dejaron un resultado caótico que hace ingobernable a Italia. Los que ganaron, perdieron y los que perdieron, ganaron.
El primer gran ganador es Beppe Grillo (Pepe Grillo), un actor cómico de 64 años con un discurso antipolítico. Su Movimiento Cinco Estrellas se ha convertido en el primer partido político italiano, ya que las dos fuerzas que lo superan en votos son coaliciones de partidos.
El segundo gran ganador es el mismísimo Cavalliere, Silvio Berlusconi. Más allá de sus escándalos de corrupción, de sus orgías, de sus declaraciones inaceptables como que “Mussolini hizo cosas bien”, más allá de todo, un tercio de los italianos sigue eligiéndolo. Eso habla muy mal de la cultura cívica italiana, y muy bien de la efectividad del populismo de derecha. Berlusconi es, ante todo, un gran vendedor de humo, y esta vez llegó a prometer devolverles a los ciudadanos el impuesto inmobiliario del año pasado.
Del otro lado, el primer gran perdedor es Mario Monti, el tecnócrata banquero que llegó al poder por un golpe de Estado financiero y que, durante los últimos dos años, aplicó prolijamente el ajuste que mandan Bruselas y Berlín. Pero más allá de los aplausos del establishment europeo y del poder financiero internacional, sacó menos del 10 por ciento de los votos. Ese quizá sea el principal mensaje de la ciudadanía italiana: un claro rechazo a los planes de austeridad impuestos por Angela Merkel y la Unión Europea.
También es perdedor el ganador, Pier Luigi Bersani, del Partido Democrático, autodefinido como de “centroizquierda”. El suyo es un triunfo pírrico, porque con el 30 por ciento de los votos no puede gobernar, sobre todo no teniendo la mayoría en el Senado.
El establishment apostaba por una polarización entre una gran coalición de “centroizquierda” (el Partido Democrático de Bersani) y una gran coalición de “centroderecha” (el
Popolo della Libertà de Berlusconi). En realidad, la de Berlusconi es una coalición populista de derecha, y que la de Bersani es socialdemócrata, en la línea del socialismo edulcorado de España, Francia, Portugal… ¿Argentina? De hecho, Bersani era el elegido por Europa para que continuara con sus políticas de ajuste y austeridad.
Sin embargo, en los hechos se dio otro tipo de polarización. Una que oponía a los representantes de la clase política tradicional (Bersani, Monti) de un lado y a los representantes de la “antipolítica” (Beppe Grillo, Berlusconi) del otro lado. Pongo aquí a Berlusconi por sus propuestas de campaña, que incluían promesas impracticables en contra del ajuste, no porque él no sea parte de la clase política tradicional.
EscenariosEl 21 de marzo, el presidente (figura decorativa) Giorgio Napolitano deberá llamar a Bersani (quien obtuvo más votos) y encargarle que forme gobierno. ¿Con quién intentará Bersani una coalición para gobernar?
La idea inicial del establishment europeo era una alianza de Bersani con Monti, lo que demuestra que de “centroizquierda”, nada. Pero el tiro salió por la culata porque Monti no mueve el amperímetro. Y ahí radica la desesperación de los mercados y de los popes europeos, porque Italia no es Grecia, y que se tenga que volver a votar sería una catástrofe política y financiera.
¿Y entonces? Entonces surge la idea de una coalición entre Bersani y Berlusconi. Si bien a priori pareciera que son el agua y el aceite, si uno rasca un poco se da cuenta de que no es tan así, y que las principales diferencias radican en las formas y no en el fondo. Ya Berlusconi salió a decir públicamente que habría que evitar nuevas elecciones, que lo que más hay que preservar es el sistema político italiano, y en definitiva, a abrir una puerta a esa coalición con la “centroizquierda”, después de haberse dicho de todo entre ellos. ¿Qué negociará a cambio Berlusconi? Probablemente su inmunidad judicial, teniendo en cuenta que con su apoyo puede tranquilizar las aguas y salvar el sistema.
La otra posibilidad que tiene Bersani, aunque ésta es más improbable todavía, es una alianza con Beppe Grillo, pero si éste aceptara algo así estaría rifando su capital político que es, justamente, su postura antipolítica. Por lo cual, es más probable que el cómico se siente en la vereda de la política italiana a esperar seis, ocho, 10 meses, a que fracase nuevamente una coalición destinada a eso, por su heterogeneidad y porque su tarea de ajustar a los italianos inevitablemente terminará en un estallido social. Será entonces el momento de Beppe Grillo, y se abriría una incógnita aún mayor que la que permanece abierta en este momento.