Más de un siglo de historia: hitos del movimiento estudiantil en Mendoza y Argentina
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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
Es cascada la voz de Ángela Urondo Raboy. “Cascadita” diría ella, generosa de risas y gestos, transparentes como el sesgo de su mirada y cada una de las historias que visita y revisita. Donde está, sus palabras reflejan búsquedas incesantes, como por ejemplo hacia la luz entrante por una de las galerías del comedor universitario, el 30 de septiembre, en el marco de un taller de muralismo para estudiantes de Artes de la UNCuyo. Sobre ese fondo contó sus proyectos de reconstrucción de memoria e identidad.
Ángela Urondo Raboy en el comedor universitario de la UNCuyo
Sobre ese fondo conversó Ángela, estrechamente ligada a Mendoza por su historia personal y por la historia colectiva, ambas reunidas por el terrorismo de Estado o la “historia del horror”, según su decir. Esas historias son resignificadas en planos de las vidas personales y políticas, para luego transformarse en “Pedacitos de Ángela”, de “Infancia y Dictadura”, de reconstrucciones de historias tan próximas como la de su madre, Alicia Cora Raboy, secuestrada-desaparecida en las calles de Dorrego el 17 de junio de 1976.
“Me cuesta salir, me quedaría ahí todo el tiempo”, dice Ángela al referirse a sus más cercanas querencias en Mendoza, compañeras de luchas emprendidas por su padre y su madre, y compañeras hijas, como ella, por la identidad y contra la impunidad. Son ellas quienes la hospedan cada vez que viene por afectos y compromisos a la tierra donde su niñez, su crecimiento y su liberada adultez fueron marcadas para siempre. “Nos ponemos al día con los chusmerios, que son muchos, empezando con los genocidas fugados”, destacó, para indicar a continuación cómo mantiene desde Buenos Aires el contacto y la solidaridad con la memoria, la verdad y la justicia en Mendoza: “Querría poder estar más cerca, pero bueno, aporto la posibilidad de sacar cosas que pasan acá en medios de allá. Eso tiene su rebote después”. El vínculo espontáneo, su personalidad y su historia, el modo de llevarla, generan en sus compañeras y compañeros algo más que un rebote y hacen imperceptible cualquier distancia geográfica.
Resumen de historia
El 6 de octubre de 2011, el Tribunal Oral Federal 1 dictaminó que Francisco “Paco” Urondo; su compañera Alicia Cora Raboy; Ángela, la hija de ambos, nacida en julio de 1975; y Renée Ahualli, fueron perseguidos y embaucados en un violento operativo desplegado por el Ejército y la Policía de Mendoza. El operativo fue el golpe definitivo para la organización Montoneros en la región, luego del aniquilamiento efectivo de sus militantes y dirigentes, instrumentado desde el gobierno democrático de Isabel Martínez de Perón y sistematizado y encarnizado a partir de la última dictadura cívico-militar. La desarticulación de Montoneros fue quirúrgica, los secuestros ilegales de sus militantes fueron masivos y seriales, y las cúpulas, sucesivamente reagrupadas y con estrategias de repliegues retrasadas en relación con la virulencia genocida, una tras otra, descabezadas.
En la sentencia de 2011 por delitos de lesa humanidad
Transcurridos dos meses del golpe, Montoneros estaba completamente cercado por la represión en todas sus líneas. Enviado por la conducción nacional, el escritor Paco Urondo llegó como regional de una organización que no podía siquiera resguardar la seguridad de su célula. La verdad sobre los hechos, consolidada tras el trabajo de las fiscalías y querellas en base a testimonios como los de las dos sobrevivientes, revelaron que Urondo fue asesinado por cachazos policiales tras embestir su vehículo en la persecución y que las mujeres escaparon, pero Raboy fue detenida tras alcanzar a su hija a unos vecinos, testigos clave de la historia. El cuerpo del poeta fue recuperado días después por sus familiares, la periodista continúa desaparecida y para Ángela, además de perder a sus padres, comenzó la historia y la lucha por su identidad y la memoria. Primero estuvo ilegalmente detenida (se cree que por unas horas en el D2, el centro clandestino de la Policía de Mendoza), luego la trasladaron a la Casa Cuna, desdibujaron su identidad y trámites de adopción y su devenir continuó junto a familiares más o menos cercanos, más o menos sinceros.
Así creció, hasta que a los 16 años encontró la ventana que le permitió descorrer tanta pesadilla enquistada en sueños y vivencias, la saña y el dolor ocultos, tanta pasión y compromiso en su historia. Además de Paco y Cora pudo reencontrarse con su hermano, Javier Urondo, con su hermana, Claudia Urondo, y su compañero, Mario Koncurat, ambos militantes desaparecidos desde diciembre de 1976. Ángela sumó al conocimiento de su experiencia, la militancia contra la impunidad y la reconstrucción a través de la expresión artística de todo lo que fuera tejido cotidiano y relacional, afectivo y político, de la vida en clandestinidad pero también de la “naturalizada” experiencia social y política que se llevaba bajo total represión.
“Hasta hace demasiado poco tiempo viví en una situación de disminución de derechos absoluta. Porque la impunidad era un crimen aparte que integraba a todos los crímenes, como un crimen particular que no resuelve el genocidio, porque eso es irreparable, los padres no vuelven, los hijos no vuelven. Lo que vivimos no tiene vuelta atrás, pero la justicia sí repara la impunidad. A pesar de que a algunos les llega tarde o no les llega, simbólicamente les llega. Eso me pone en un lugar que me permite ver las cosas pequeñitas que perdimos y también apreciar las simbolizaciones de eso perdido”, dijo al valorar la concreción de los juicios por delitos de lesa humanidad en Mendoza, los avances en materia de derechos humanos y la propia restitución de su identidad, lograda tras un juicio de desadopción.
Cascadita en su voz, rebelde en sus ojos, Ángela chispea contra lo que se asemeja a las instancias últimas del “proceso kafkiano”: “Estoy muy enquilombada con los trámites burocráticos de mi restitución. Nadie te pregunta ´¿Cómo seguís la vida?´, no podés comprar nada, no podés hacer nada, en la obra social das un nombre y en la receta el médico da otro. Se supone que cuando me den el documento con mi nombre completo, con la justicia haciéndose cargo, automáticamente estaré tranquila. Pero eso no ocurre. Mientras tanto, tengo que ir en persona a la adultez, a todo, a la obra social, a la escuela de los nenes, al banco, decirles: ´Mire, mi nombre legalmente es tal, me lo acaban de cambiar´… Mi partida de nacimiento son como ocho hojas, una, dos, tres hojas, paso uno, paso dos, paso tres… ´Esta chica se llamaba así, después se llamó así, ahora se llama así´… Un horror, al final es un resumen de historia que tengo que explicarle al empleado, después al jefe, después al jefe del jefe que consulta con casa central y no sabe qué hacer. Pierdo mucho tiempo, mucho desgaste en esa ridiculez. Creo que en casos de restitución el Estado debiera ponernos secretarios para los papeles, además de acompañantes terapéuticos para esas oficinas horribles. Tengo muchas horas de burocracia, más de las que cualquier persona puede tener”.
Las pequeñas cosas
“¿Quién te creés que sos?”, el libro testimonial, de crónicas y poesía que Ángela escribió en base a su historia y a su identidad, fue publicado a fines de 2012 y presentado a nivel nacional y en Mendoza durante 2013. Por eso sorprende que no haya tenido un “lugarcito” en la actual Feria del Libro, y no sorprende la respuesta de la autora al advertirlo: “No me dijeron nada”. El libro, que además descubre otras lecturas con respecto a responsabilidades más amplias, de sentido social, relativas a la apropiación de menores y sus identidades en la dictadura, le permitió ahondar en la persona más invisibilizada por la historia oficial, Alicia Cora Raboy.
Frente a su madre y su padre, en un mural de la ciudad de Mendoza.
“Seguí escribiendo en función de mi madre, que ocupó un buen pedazo del libro y merecía uno aparte. Escribo en función de un documental sobre ella. Para mí es difícil, no soy cineasta, atravieso otra vez un territorio desconocido, pero he tenido la oportunidad de capturar los testimonios vivos de quienes la conocieron y guardan su memoria”. Ángela extendió el material de archivo recabado para el libro anterior a través de listas de amigos de Alicia, en un reordenamiento cronológico. Actualmente trabaja en el guión y la acompaña como productor un hermano de su madre. “El proyecto avanza muy lentamente, porque también es algo constitutivo. Pero avanza”, completó.
El otro proyecto de Ángela, siempre en pie y al que le gustaría “dedicarle un tiempo no velado” es “Infancia y dictadura”, anterior a los libros “porque necesitaba salir de mi propia historia y contar la represión a través de otros, como una forma de contar una historia común. La idea del blog no era solo para las víctimas directas, sino para quienes pudiesen referenciar algo del impacto que la dictadura tuvo en sus vidas. Hubo mucha gente que presentó relatos cortitos y simples, porque intento llegar al recuerdo desde lo más simple de un niño. Tengo grabaciones de chicos que vivían cerca de centros clandestinos que estaban naturalizados en el paisaje, como el D2 acá, y los pibes de las escuelas pasaban por la puerta. El hecho de que mamá diga: ´Bajá la cabeza y no mirés al policía de la puerta´ es muy fuerte en la vida de un niño de jardín de infantes. Ese relato me lo hizo una amiga de la primaria que reencontré después de muchísimo tiempo. Es muy impactante y no es menor a lo mío. Perder la familia y que tu mamá te diga: ´Bajá la mirada porque está el policía´, es tan violentamente absurdo y tanta muestra de lo mismo que es una mirada para representar: el absurdo de la violencia de la dictadura a través de los ojos de los chicos”.
A través de esos chicos y esas chicas que fue, que es, Ángela ve hoy los ojos de sus hijos y para siempre los de su mamá y su papá: “Veo futuro y eso es algo que en mucha vida mía no vi. Yo viví el presente, el no future del punk y en algún momento la vida me devolvió vida. Me devolvió vida en hijos y en esperanza, y en tener un horizonte. Hace poco pensábamos y hablábamos con una compañera de que las tragedias más grandes, los daños más grandes que hemos sufrido, se empiezan a reparar, a ubicar en otro lugar. Cuando la tragedia deja de estar en nuestras manos, delante de nosotros como toda la vida, sino que pasa a estar en manos de la justicia y eso se reparte a toda la sociedad, revela el horror, todo lo que nos hicieron a nosotros. Entonces, ante esto que nos es propio pero que no lo originamos, está la posibilidad de dejarlo como horror que traíamos entre las manos. Este nuevo rol de la justicia nos permite además pensar en los otros crímenes, tal vez más chiquititos, en qué pasó con los que sobrevivimos y con otro montón de cosas, qué paso con nuestras cosas, con nuestras ropitas, con nuestros juguetes, con nuestras mascotas, con nuestros vínculos y nuestros amigos del barrio. Con todo lo que se fue rompiendo en la medida en que la vida nos fue poniendo en esta situación de desamparo”. Es cascada la voz de Ángela, “cascadita”, catarata, vertiente. De lucha, matria, patria, amor y futuro.
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