Las tres juezas del caso Bento hablan de sus carreras, el techo de cristal y las deudas de la Justicia
Gretel Diamante, Eliana Rattá y María Carolina Pereira están al frente del juicio del momento, que investiga una posible asociación ilícita con el juez Bento a la cabeza. Para llegar a donde están, toda su vida congeniaron las tareas domésticas con el desarrollo profesional. Perspectiva de género sobre la institución, relaciones laborales y desafíos pendientes.
La desigualdad de género en la Justicia Federal en la voz de tres juezas. Foto: Unidiversidad
En la Justicia argentina, la desigualdad de género se puede percibir y también medir. En lo que respecta al orden Federal, las juezas son minoría en todas las jurisdicciones y en algunas, como La Plata o Mar del Plata, no hay ni siquiera una. Por eso llama la atención que tres magistradas de Cuyo estén al frente del proceso penal más resonante del último tiempo. Se trata de las juezas federales Gretel Diamante, María Carolina Pereira —las dos de San Luis—, y Eliana Rattá —de San Juan—.
No están allí por elegantes ni para embellecer la sala de audiencias. Sostienen el juicio que tiene al juez Walter Bento y su familia entre las 32 personas procesadas, con acusaciones como coimas para beneficiar imputados, lavado de dinero y enriquecimiento ilícito. Llegar a conformar ese tribunal habla de la capacidad y el profesionalismo de las tres. En perspectiva ven con claridad sus carreras y sus logros, sus privilegios y sus méritos: cómo combinaron sus obligaciones familiares y su vida profesional hasta ser juezas.
Con soltura se muestran críticas de la desigualdad de género, que ven plasmada en relaciones laborales, en la institución, en fallos. De a poco todo va cambiando, aseguran, y ellas son ejemplo de eso al haber atravesado el techo de cristal que —en la justicia penal particularmente— reserva los cargos jerárquicos para los varones. Pero el patriarcado no es solo un rezago: está en las formas de actuar, en la exclusión —todavía— de personas trans, en la discriminación a la hora de distribuir tareas.
¿Cómo es la charla con tres juezas federales? Mucho más cotidiana de lo que se cree. La custodia de la presidenta del tribunal se presenta orgullosa: “Susi, mucho gusto”. La entrevista está signada por el horario del debate, pactado dos semanas atrás, pero es como una charla de café. Tienen poco tiempo y mucho para decir en temas de género, no son reflexiones improvisadas ni asuntos que las agarraron desprevenidas.
El camino, los obstáculos
La dinámica entre las tres tira abajo el prejuicio de que donde hay mujeres hay conflicto: consensúan, se hacen aportes unas a otras, ponen en común fallos interesantes, comparten recuerdos y experiencias. A diferencia de lo que les sucede a los varones —de quienes socialmente no se espera que hagan tareas domésticas—, las obligaciones familiares ocupan gran parte de su tiempo y eso repercute en su vida profesional: a ellas les queda menos tiempo para revisar una resolución, escribir un artículo o preparar una ponencia. Lo hacen en cualquier horario, incluso en sus casas, intercalando con las tareas del hogar.
Trabajan de lunes a lunes. Al estereotipo del rol de la mujer en el ámbito doméstico —que sí, también pesa sobre las juezas— se suman las obligaciones de la función pública. Y los concursos para la magistratura, explican, meritúan dos aspectos: un examen y los antecedentes. En las evaluaciones, las mujeres obtienen mayor puntaje; en los antecedentes, los hombres.
“Ellos tienen más tiempo”, dice Diamante. “Nosotras hemos criado”, acota Rattá. “Con todo, la base es la organización”, avanza Pereira, quien reconoció ser muy autoexigente en todos los aspectos de su vida.
El tribunal en la sala de audiencias. Foto: Unidiversidad
Ha habido cambios, pero falta mucho por recorrer, afirmaron una y otra vez. Como ejemplo repasaron la composición mayoritariamente masculina de los tribunales federales mendocinos y de los Tribunales Orales Penales Económicos o la ausencia de mujeres en los cargos jerárquicos de la Justicia Electoral y en la Corte Suprema.
Pereira y Rattá advirtieron el techo de cristal: las bases del sistema de administración de justicia son mayoritariamente femeninos, pero a medida que aumenta la jerarquía, las mujeres van quedando afuera. Diamante remarcó, además, que en la Justicia se proyecta el estereotipo de la división sexual del trabajo de las casas: como los varones manejan el dinero, los tribunales económicos están a su cargo; como las mujeres manejan las familias, tienen a cargo los tribunales de familia. “Nos hemos venido a meter en lo penal en los últimos años; pero parece que en lo penal económico todavía no nos toca”, ríen.
Falta muchísimo, repiten. La deconstrucción es todavía teórica, pero cuesta que las personas la internalicen en los cuerpos, en las formas de relacionarse. Se sostiene una solidaridad machista difícil de derribar aún, afirmó Gretel Diamante, que hace que los varones omitan, dejen pasar o no busquen resolver cuestiones que nacen del sexismo o la discriminación, aportó Eliana Rattá.
Juezas Eliana Rattá, Gretel Diamante y Carolina Pereira. Foto: Unidiversidad.
Carolina Pereira remarcó, por eso, la necesidad de incorporar activamente medidas de discriminación positiva para el acceso, no solo de mujeres. Particularmente se refirió a la inclusión laboral de aquellas personas que no entran en el binarismo varón/mujer. Es un proceso largo, pero apuntan a exigirlo por la ley de inclusión laboral travesti-trans, que obliga a los tres poderes de la administración nacional a incorporar en su plantel un porcentaje no inferior al 1% de personas travestis, transexuales y transgénero.
Cambiar las formas patriarcales
Las diferencias y desigualdades en el desarrollo de las carreras profesionales son un factor de exclusión y las juezas acuerdan en que la existencia de los concursos es lo que les posibilitó que pudieran llegar a ese cargo. Las tres se mostraron muy orgullosas del puesto que ocupan y aseguraron que entraron a la Justicia para mejorarla y enaltecerla.
En ese camino, dejaron atrás ciertas formas de relación “típicas de la tradición machocrática”, como es la solemnidad en el trato con jueces. Eso también es perspectiva de género, explican. Ellas sostienen una relación llana y directa con las trabajadoras y los trabajadores del tribunal, a quienes les permiten tutearlas. Apuestan a ganarse el respeto trabajando a la par que el resto, a puertas abiertas. En los juicios el trato es distinto porque hacia afuera muestran formalidad.
Gretel Diamante, de San Luis, preside el tribunal en la conocida causa Bento. Foto: Unidiversidad.
“Esta no es la jueza que viene a las 11 a firmar”, “intentamos dar el ejemplo”, dijeron Carolina Pereira y Eliana Rattá. Llegan temprano a la oficina y empiezan puntuales las audiencias. Los tribunales orales masculinos no cumplen los horarios, sostuvo Gretel Diamante. En un juicio, a ellas les preocupa la situación de las y los testigos, les impacienta que las esperen y procuran que todas las personas puedan irse a la hora de comer. Cuentan con que todas las partes que participan del debate tienen una vida, una organización. Por eso las juezas fijan horarios y tratan de cumplirlos.
En la sala, están sobre una plataforma que las coloca por arriba del resto. Acá en Mendoza, además, la silla de la presidencia del tribunal se encuentra un escalón más arriba. Entre ellas debaten si es necesaria esa altura para visualizar toda la sala o si ese peldaño da un mensaje de superioridad que sería mejor evitar. Hay un punto en el que acuerdan: más arriba o más abajo que el resto, los tres sillones tienen que estar al mismo nivel, porque si la presidencia está más alta expresa una jerarquía que no existe y complica la reunión espontánea a la hora de deliberar sobre algún tema.
Sus carreras
Gretel Diamante ingresó a sus 19 años como escribiente en la Justicia Provincial, por concurso administrativo. Había empezado a estudiar Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), pero se quedó embarazada, se casó y a los 24 años ya tenía tres hijos. Por la dificultad de criar y trabajar, con su marido hicieron un pacto: ella dejó la carrera, pero cuando él se recibiera, ella retomaría sus estudios. Así fue, el hombre consiguió un trabajo en Buenos Aires y Gretel se recibió de abogada en la UBA.
Ya de vuelta en San Luis fue empleada y secretaria en un juzgado laboral, fiscal, jueza de sentencia en lo correccional y contravencional. Con el tiempo empezó a concursar en el orden federal y en el 2015 asumió como jueza. Lleva 34 años de servicio en la administración de justicia.
Eliana Rattá, de San Juan, es una de las juezas de la causa Bento. Foto: Unidiversidad.
Eliana Rattá egresó de la Universidad Católica de Cuyo. Después de ejercer la actividad privada, empezó a trabajar en el Ejecutivo de San Juan en 2001, donde se desempeñó en la Asesoría Letrada. En 2015 ingresó a la Justicia Federal, e hizo carrera hasta asumir como secretaria. Tuvo logros laborales y académicos, y postergó la maternidad hasta los 41 años. Hoy su hija tiene 8. Desde 2019 es jueza del Tribunal Oral Federal de San Juan, la primera en su provincia.
María Carolina Pereira se recibió a los 22 años en la UNC y empezó a trabajar. Después formó pareja, se casó y tuvo cinco hijos e hijas. Y, si bien siempre estuvo acompañada por un varón que la apoyó en todo, asegura que las capacitaciones más importantes las hizo recién cuando sus hijas e hijos crecieron un poco. Hoy la más chica tiene 16. También estudió escribanía, como una alternativa laboral, y fue asesora en el Ministerio de Justicia y Gobierno de la provincia, pero lo que le interesaba era trabajar en la administración de justicia. Después de años en el Ministerio Público Fiscal, hizo una especialización en defensa y se propuso ser jueza, objetivo que alcanzó en 2020.
María Carolina Pereira, de San Luis, es una de las juezas de la causa Bento. Foto: Unidiversidad.
Con seriedad pero entre risas, invirtieron la conocida frase “detrás de un gran hombre hay una gran mujer": “Detrás nuestro hay hombres muy fuertes”, aseguraron.
Las tres han tenido que aprender a congeniar su vida profesional con su vida privada —obligaciones laborales y una familia que las espera— por eso lo tienen en cuenta con los y las demás. Entre ellas también se respetan los tiempos, porque atraviesan distintos momentos de la vida: Eliana tiene una hija de 8; Carolina, la más chica de 16, y Gretel ya tiene nietos y nietas.
Cuando traspasan la puerta de la sala de audiencias y se ponen al frente del juicio, el tuteo y la soltura se pierden. De un lado de la puerta, salen Gretel, Eliana y Carolina. Del otro lado de la puerta, ingresan las doctoras Diamante, Rattá y Pereira. Silencio en la sala, la audiencia está por comenzar.
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