Tras 40 días en coma por COVID-19, hoy es el capitán del pesquero más nuevo del país
Leandro Iacono es marinero. Reveló cómo su pasión por el mar lo ayudó a superar un complicado cuadro de coronavirus, y ahora, como capitán de un barco, asegura que "el que decide pescar sabe que, una vez que cruzó la escollera, no mira atrás".
Foto: Télam
Levantó fiebre a bordo y horas más tarde se desmayó, el buque regresó al puerto de Mar del Plata y se confirmó su cuadro de COVID-19, pasó 40 días internado en coma y dos veces creyó que se moría, pero sobrevivió. Un año después, Leandro Daniel Iacono, tercera generación de marineros, fue designado como capitán del Antonia D., el pesquero más nuevo de la flota nacional.
Iacono tiene 47 años, pasó más de 30 de ellos arriba de los barcos, es hijo y nieto de pescadores, está casado con Ana, su novia desde los 16, y tienen dos hijos –Agustín, de 19, y Donato, de 16–, pero el día que le quitaron el respirador en la terapia intensiva y lo despertaron, todo era confusión: le costaba distinguir qué cosa era real y cuál no, qué imágenes eran recuerdos y cuáles habían sido un sueño.
"Cuando me despertaron, totalmente confundido, medio que deliraba. Creía que se había muerto mucha gente, mi hermano, un amigo. Lloraba. Me dijeron que había muerto Maradona, no me cerraba nada. Soñaba mucho, estaba muy sedado porque me quería arrancar todo", recordó en diálogo con Télam.
Su cuadro de COVID-19 se desató a mediados de octubre de 2020, cuando navegaba al mando del pesquero Tabeirón Tres y, después de empezar como la gran mayoría de los casos, rápidamente se agravó. "El día que zarpamos, me sentía raro. Al día siguiente, seguía el malestar, pensé que era por el viento. Pescábamos a 10 horas de distancia y no encontramos nada. Fuimos a 20 horas y me sentí mejor. Al rato volaba de fiebre, y después me desmayé", contó.
Cuando el buque pegó la vuelta hacia el puerto, él viajaba envuelto en varias frazadas, con paños fríos en la frente. Después de desembarcar el domingo 18, Día de la Madre, pasó sin escalas del muelle al Hospital Privado de Comunidad.
"De ahí no volví más hasta que me despertaron. Primero me quería escapar, porque decía que me sentía bien y pensaba: 'Estos me quieren dejar acá'. Me pusieron oxígeno con la mascarita, pero no saturaba, y me tuvieron que hacer traqueotomía. Es raro recordarlo porque, cuando me dormían, entre tantas cosas que pensé, sentía como un alivio", aseguró.
Ese alivio extraño, explicó, tenía que ver con una de las dos tragedias náuticas que cruzan su biografía: el naufragio del buque pesquero Rigel, ocurrido el 9 de junio de 2018 frente a las costas de Chubut, en el que murieron sus nueve tripulantes, incluido su amigo Salvador Taliercio, capitán del barco.
"Mientras me dormían, me acordaba de él, Toti era casi un hermano, y pensaba que volvía con él, como si supiera que me iba a morir", relató.
La otra gran desgracia naviera que marcó su vida, recordó, ocurrió el 19 de marzo de 1975, cuando él y su hermano mellizo tenían apenas ocho meses: el barco de madera San Antonino Abate en el que trabajaba su padre, Miguel, se hundió frente a Mar del Plata. Miguel murió allí, a los 33 años.
"Toda la vida me llevó pensar cómo había muerto mi viejo, cómo habían sido los últimos minutos, y lo único que me hizo dejar de maquinar con eso fue imaginar cómo habrían sido los últimos instantes de Toti. Mientras me sedaban, pensé que me iba a encontrar con él", aseguró.
Iacono recordó: "Después de la traqueotomía, todo se recontra complicó aún más". Es que sufrió una neumonía bilateral, varias infecciones y "todos perdieron la esperanza". "El cuadro era terrible, y cada vez que me llamaban los médicos, era peor. Yo pensé que no iba a salir. Es tremendo lo que soportó", coincidió su esposa.
Después de 48 días hospitalizado, el 6 de diciembre de 2020 le dieron finalmente el alta, pero no podía ni pararse. "No podía ni caminar. Yo pensaba que me levantaba y me iba. Quería irme a la playa, era mi pensamiento, pero no podía ir ni al baño, tenía todo atrofiado", rememoró.
A Ana le dijeron que iba a tener que enseñarle a tragar, a respirar, pero contó a Télam: "No hizo falta porque le puso garra, hizo rehabilitación diciembre y enero, y en febrero volvió al puerto". "Puse mucha voluntad. Yo duermo arriba en mi casa, y subía la escalera como podía, aunque me arrastrara. Todavía me agito un poco y siento algunos dolores. Pero estaba como enjaulado, y volví a navegar. Cuando estoy 30 días en tierra, siento la necesidad de venir a mi trabajo. No sé si por sentirme útil o por qué, me llama", explicó Iacono.
Según detalló, el mar lo llama desde los 16 años, cuando su abuelo lo empezó a llevar en las lanchitas de pesca costera, y le decía que era "un orgullo que fuera marinero", y también "que cuidara mucho la vida, que el mar no perdona".
"El mar es duro, me llevó a mi viejo, amigos, compañeros. Me produjo el desarraigo de no estar en muchos momentos con mi familia. En las primeras salidas, me arrepentí, porque una ballena se llevó la red y trajeron una nueva, pero era tan duro el material que parecían espinas en las manos. Pensé que me había equivocado, pero después me gustó mucho", recordó. Desde entonces fue marinero en lanchas, en barcos de altura, contramaestre, y en 1996 se recibió como capitán de pesca y patrón.
Desde el último 22 de noviembre, es el capitán del pesquero Antonia D., un buque de 25 metros de eslora del Grupo Di Bona botado en el Astillero Contessi y que es la última incorporación de la flota pesquera nacional.
La nueva embarcación ya está amarrada en el puerto marplatense. Una vez que terminen las últimas pruebas y habilitaciones, podrá comenzar a operar en el Mar Argentino. "Este barco es una maravilla. Tiene mayor poder de pesca, cuatro baños, cinco camarotes, comedor doble, cocina independiente, y la gente va protegida en la planta. Sentirse seguro a bordo y poder cuidar a tu tripulación no tiene precio, porque el que decide pescar sabe que, una vez que cruzó la escollera, no mira atrás", destacó.
Fuente: Alfredo Ves Losada (Télam)
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