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23 DE OCTUBRE DE 2024
La poesía navega entre lenguas y territorios gracias a la labor de traductores y traductoras. La bitácora de ese viaje fue el tema que Carlos Levy, Leandro Calle, Luis Benítez y María Negroni desarrollaron en el I Festival de Poesía de Mendoza, en el marco de la Feria del Libro.
María Negroni lee sus reflexiones sobre la traducción poética en la mesa compartida con Luis Benítez, Carlos Levy y Leandro Calle en el Festival de Poesía de Mendoza. Foto de Camila Toledo.
El Centro Cultural Julio Le Parc fue sede hasta el 20 de octubre de la Feria del Libro. Ese marco de stands comerciales, performances teatrales, espectáculos musicales y conferencias cobijó también las actividades del I Festival de Poesía de Mendoza. Organizado por Fernando Toledo, el Festival se extendió durante el último fin de semana de septiembre e incluyó visitas nacionales e internacionales. Una de las actividades de este encuentro poético de cuatro jornadas fue el debate "Traducción y poesía", del que participaron los poetas Carlos Levy, Leandro Calle, Luis Benítez y María Negroni.
Traducir para compartir
Carlos Levy explicó su tarea de traducción del Martín Fierro del castellano rioplatense al judeoespañol o ladino. Es el idioma que hablaban los judíos españoles que, al ser expulsados de ese reino, lo llevaron a otras latitudes, donde recibió las diferentes influencias nacionales. El poeta se basó en el ladino de la escuela de Jerusalén, que "se escribe como se pronuncia y tiene palabras mezcladas del hebreo, el castellano antiguo y las palabras que fueron incorporando los judíos de los distintos lugares del mundo". A su vez, el ladino aportó su riqueza a las lenguas locales: "En Mendoza exista la palabra 'topa' y se cree que es un mendocinismo, pero no es así. 'Topa' viene del judeoespañol y tiene otra acepción: no es donde termina sino de donde se va o adonde se viene. No existe la palabra 'amanecer' porque la correcta es 'amanianar'. No existe la palabra 'pájaro', es 'paxaro' y en algunas circunstancias: si está en la rama, si está comiendo o volando, pero no si está cantando. Empiezo a indagar en el folclore cuyano y veo que hay cosas que tienen una indudable procedencia española, del siglo XVIII para atrás, que venía de los judíos que se escapaban de España o de algunos judíos que eran marranos y se llamaban Sevilla, Montaña, Montes, Madrid".
Respecto de la traducción en sí, la describió como satisfactoria en varios sentidos: "Me resultó divertido traducir esto y, además, pagar una deuda: mi deuda con mis abuelos, que me transmitieron esa musicalidad, y con este país, mi tierra prometida. No me resultó para nada difícil, ya no la traducción sino la traslación del Martín Fierro al judeoespañol, porque el gaucho hablaba muy bien y tenía giros muy similares a los del judeoespañol. Me divertí mucho, pero lo que más me gustó es haber logrado, a criterio de los martinfierristas, un respeto ideológico por el Martín Fierro y una lengua correcta aun dando vuelta las palabras".
Leandro Calle sostiene que la traducción es una forma de compartir con otros y, a la vez, oxigenar el propio canon. Fue la necesidad de compartir los poemas la que le llevó a trabajar en la obra de Abdellatif Laâbi, poeta marroquí que escribe en francés. Precisamente porque no se considera traductor, se acercó a los poemas desde el entorno: se involucró con su cultura y su gastronomía, estudió la historia de Marruecos y la vida de este poeta, contestatario en lo idiomático y lo ideológico, que sobrevivió a la persecución política. "La traducción es un servicio, y creo que uno, en sus lecturas, ha agradecido muchas traducciones que nos han dado eso. Aspiro a que lo mucho que pueda ingresar Abdellatif Laâbi sea al servicio de conocer a un autor que me parece interesante", concluyó.
El largo viaje de los poemas
Luis Benítez participó de la mesa en su calidad de poeta traducido. Repasó las más de tres décadas que lleva en el mundo editorial, en las que ha logrado traducciones de sus poemarios al inglés, el francés, el italiano, el sueco y el rumano. Su exposición fue generosa en información útil para los y las poetas presentes. Por ejemplo, compartió el consejo del traductor Roberto Etchabarren sobre el camino por seguir para publicar en las revistas norteamericanas: "La cosa en los Estados Unidos es de lo más estructurada. Se comienza a publicar en pequeñas revistas, que son leídas por los editores de medianas revistas. Cuando después te dirigís a ellos, ya te conocen. Después podés presentarte ante las grandes revistas, habiendo publicado en las medianas, y luego de ese recorrido, podés presentar tu manuscrito, con alguna chance de éxito, en alguna editorial".
Aun frente al enorme desafio que significa esta trayectoria, Benítez defiende la necesidad de hacer traducir la propia obra. "El tiempo en el que vivimos, signado por la globalización y por una tecnología que nos permite acceder instantáneamente a publicaciones, comités de lecturas y editoriales, nos lleva a que sea una necesidad del momento que internalicemos nuestra obra, tanto los poetas como los creadores literarios en general. El creador contemporáneo debe ser internacional o no será. Solo podrá circunscribirse a un círculo muy acotado si no tiene las condiciones técnicas para serlo. Es por eso que la traducción, aquello a lo que se dedican los especialistas con los que estoy sentado, se vuelve más importante todavía".
El poeta se refirió al Programa de apoyo a la traducción para favorecer y fortalecer la edición de esas obras en lenguas extranjeras, un plan de subsidios a escritores y escritoras que la mayoría del público desconocía: "Se estableció por iniciativa de la embajadora Magdalena Faillace en 2009, en vistas a la presentación de nuestro país en la Feria del Libro de Frankfurt, que es una de las más importantes del mundo. Lo que se propuso, y se llevó a cabo, fue aportar un subsidio interesante para que editoriales extranjeras tradujeran y publicaran a autores argentinos. Esto se ha convertido en política de Estado. Todos los años se realiza entre febrero y septiembre. Se publicaron ya unos 500 autores argentinos en alrededor de 35 idiomas y la cosa continúa. Esto me permitió, como a muchos autores, publicar en el exterior. Además, con un efecto multiplicador, porque, si publicás en el exterior, para los otras editoriales es más fácil verte y publicarte. Ahí te ayuda el Programa Sur: algunos de mis libros no se publicaron por el Programa, pero sí gracias a que tenemos ese título para mostrar. Es algo que quiero destacar y agradecer, en nombre mío y en el de tantos autores argentinos. Hace un mes estuvo presente una delegación del Programa en la Feria del Libro de Beijing, estableciendo nexos para ver la posibilidad de que los autores argentinos lleguemos también a Oriente. Con el cambio de paradigma, hay que acostumbrarse a esas plazas, con 1600 millones de potenciales lectores. Aunque fuera el 1 por ciento, sería una barbaridad. Raúl Vera Ocampo me decía hace años que el cálculo es que aproximadamente el 0,5 por ciento de un país lee poesía. Sobre 1600 millones, serían 8 millones de lectores de poesía, por lo que es una suerte que el Programa Sur esté allí".
María Negroni leyó su muy recomendable texto “Música nómade. Teoría de la traducción en siete verbos”. El pequeño ensayo recorre, en los siete verbos elegidos (leer, exiliarse, trasladar, oír, amar, crear, desmentir), los momentos de la relación entre el poema y su traductor/a, entre el idioma de partida y el de llegada (como quien lleva las reliquias de un templo a otro, cita Negroni a su propia traductora, Anne Twitty, quien cita a su vez a Michael Sells, un traductor del murciano Ibn ‘Arabi), con el público y con el contexto histórico. Negroni informó también que está a cargo de la primera Maestría en Escritura Creativa en la Universidad de Tres de Febrero (Untref), cuyo programa, de cuatro cuatrimestres y un equipo docente de renombre, se propone formar escritores y escritoras en los distintos aspectos de la creación de poesía, narrativa y dramaturgia. Quienes deseen informarse e inscribirse, pueden pedir más información a maestriaenescrituracreativa@untref.edu.ar.
La lengua y sus desafíos
Hacia el final de la jornada, Edición UNCUYO tuvo la oportunidad de realizar una breve entrevista a Luis Benítez y María Negroni.
María, me quedaron, de lo que leíste, dos frases especialmente: “El forcejeo con el lenguaje es doble y paradójico” y “No existe equivalencia entre las palabras en dos idiomas distintos”. ¿Qué te sucede como escritora a partir de la experiencia de la traducción? ¿Influye en tu escritura? ¿Cómo influye?
M.N.: Todo influye, siempre, muy especialmente la traducción, porque una no traduce a cualquier autor o autora, sino a aquellos con los cuales siente cierta afinidad tonal. Hay un trabajo de meterse en el mundo de ese otro, o esa otra poeta que, obviamente, se te viene luego a tu propia escritura. También digo que traducir te produce un extrañamiento respecto de tu propia lengua. No solamente tenés esa cosa de la sorpresa y de la confusión, porque cada palabra es una piedra que se lanza al agua y que tiene infinitas reverberaciones, y en una lengua extranjera una no capta esas reverberaciones del todo. Esa sorpresa, ese asombro ante una riqueza no comprendida, ante esa complejidad, no captada del todo, cuando venís a tu propia lengua, al traducir, también te pone en cuestionamiento el espejo de la otra lengua, te cuestiona y te complejiza la lengua propia. Por ejemplo, el inglés es un idioma de una gran concisión, es monosilábico. Hay un poema de Emily Dickinson que dice: “Tell all the Truth but tell it slant”; son todos monosílabos, pero al traducirlo literalmente, sería: “Di la verdad, pero dila de una forma sesgada”, con lo cual el verso se te muere totalmente. Te hace entender las características de tu idioma y todo eso es riquísimo como proceso, porque te concentrás en la materialidad de tu lengua. Eso ya es contenido, no es tanto traducir lo que quiso decir el poeta o la poeta, sino cómo hacés para que eso sea poesía en tu lengua.
Luis, quería que comentaras los intercambios que has tenido con algunas de tus traductoras. Sé que algunas de las traducciones no fueron nada fáciles para quienes se ocuparon de ellas.
L.B.: Yo soy muy respetuoso de mis traductores, creo que debemos serlo. Están haciendo un trabajo que en ocasiones es muy difícil; a veces, casi imposible. Lo primero y principal es que el tiempo del traductor es su tiempo. Ni el editor ni la ansiedad lógica del autor pueden influir en él. Además, hay que estar a disposición del traductor para todo tipo de consulta, porque el trabajo puede resultar bastante complicado para mí y para el traductor. Hay idiomas que son particularmente complejos. Es el caso del sueco. Maria Nääs, una traductora muy puntillosa en su trabajo, me planteaba, y tenía razón, que nuestras lenguas maternas son muy distintas. Me acribilló a preguntas que, por supuesto, respondí con mucho placer. Fueron alrededor de 50 preguntas. Yo no sé absolutamente nada de sueco, pero parece ser, por la descripción que tengo por parte de María, que es un idioma extremadamente preciso y exacto en sus definiciones, y carece de las ambigüedades que tiene la lengua española y que son parte de su riqueza. Trasladar un universo al otro es algo sumamente difícil. Sé, por gente que lee sueco, que la traducción de Maria ha sido muy buena. Más fácil resultó la traducción al italiano de Emilio Coco, porque las nuestras son lenguas romances, entonces hay ciertos atajos y facilidades. Respecto del inglés, una traducción recibió una crítica en una revista norteamericana de parte de un autor escocés. El autor, que conocía el original español, decía que la traducción no tenía la fluidez propia de nuestra lengua. No sé si eso se puede lograr. Me consta que la traductora hizo todo lo posible. Por todo lo demás, en cuanto a sentidos, era perfecto. Para mí es una cosa muy difícil, maravillosa. Como apuntábamos en el encuentro, por la globalización y las facilidades que ahora tenemos para publicar en el exterior, el trabajo del traductor será cada vez más y más requerido. Espero que sea reconocido de una vez por todas, porque se lo ve como un auxiliar y es un creador, a punto tal que en algunos países se lo considera coautor. Está haciendo otra obra, no es lo que vos escribiste. Es otra obra que guarda similitudes con ese original en el idioma base. Veo un futuro auspicioso para las traducciones, porque van a ser absolutamente necesarias para el siglo XXI.
María, en la diferencia entre el castellano que hablamos en el país, con todos sus matices, con respecto al mundo globalizado y la necesidad de ser traducidos a diferentes idiomas, ¿ves que el castellano neutro afecte a la escritura poética o en eso estamos a salvo?
M.N.: Nunca estamos a salvo de nada, en general. Me parece que la poesía se escribe casi con un protolenguaje, con un lenguaje que viene de la música, de ese estado preverbal con el cual entramos en contacto desde el útero materno. Me parece que la poesía trabaja con eso, no con el lenguaje de la comunicación, con el que se utiliza a diario. Al menos, así es con la poesía que a mí me interesa. No veo la globalización como un riesgo. Lo que puede haber en esta globalización o mestización de la lengua, lo veo también como que tiene un aspecto creativo. Las lenguas son criaturas vivas, las palabras están vivas, hay que prestar atención. Yo no vivía acá, y cada vez que viajaba, decía: “¡Pero estas expresiones son nuevas!”. Es que la lengua está en constante cambio y renovación, algo de lo que una a veces no se da cuenta porque está dentro. Hay algo muy creativo, no hay que tenerle miedo a la contaminación, incluso cuando se usan palabras como “draivear” o las que vienen de la tecnología. No hay que tener ningún miedo con eso, y menos para la poesía, porque trabaja en otro nivel. Es como un reservorio, un acuario seco de palabras, y trabaja con una cosa muy arcaica. No me preocuparía en absoluto.
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