¿Trabajan menos los docentes desde que comenzó la pandemia?
La pregunta puede resonar en la psiquis de la ciudadanía. Para aclarar cómo es la tarea de un educador o educadora, hablamos con un docente de una escuela urbano-marginal para dar cuenta de su día a día entre la virtualidad y la vida privada.
Foto ilustrativa publicada en Entornointeligente.com
Rodrigo Mansilla (pasante Unidiversidad)
Publicado el 29 DE JUNIO DE 2021
Un sistema educativo anquilosado, que se sostiene hace años por el esfuerzo y la inventiva de los y las docentes, se vio desafiado a comienzos de 2020. En esa pelea diaria, al cuadrilátero se subió esta vez un rival más complejo que los que acostumbra enfrentar. Como era de esperarse, las nuevas demandas hicieron trastabillar a las mujeres y hombres a cargo del aula que, como pugilistas, aún sentían los golpes de años de falta de inversión y reformas estructurales.
En 2021, mientras la contienda continúa y el rival no retrocede, los y las docentes están claramente colapsados, física y emocionalmente. Es un contexto que no da respiro y que demanda la organización de las tareas de cuidado y trabajo no remunerado en el hogar, junto con el ejercicio profesional. En este escenario, es difícil creer que los educadores quieran “la pandemia eterna”.
Juan Gabriel es docente de segundo año en una primaria de Jesús Nazareno, en Guaymallén. Aseguró que entre los nuevos desafíos, además de refundarse como creadores de contenido educativo, tuvieron que adaptar la enseñanza a la virtualidad. Esto implicó, en primer lugar, una evaluación acerca de la disponibilidad de dispositivos y tecnologías de la información y la comunicación.
‘’No tanto por los docentes sino más que nada por los destinatarios, porque muchos padres, o bien no tenían celulares, o bien no tenían buena conectividad. Los docentes tenemos muchas herramientas disponibles, pero se limita cuando vos ves que para el destinatario, su forma más fácil de acceder al conocimiento, a los contenidos y a las clases es a través de WhatsApp o videollamada’’, agregó el docente.
En la misma línea, el Observatorio Argentino por la Educación verificó, en una encuesta realizada a nivel nacional, que el dispositivo que más se utiliza para las actividades escolares es el teléfono móvil y, en muchos casos, es el único con el que se cuenta para acceder a la virtualidad en la educación. El informe, además, arrojó que el 92,2 % de las escuelas eligen WhatsApp para sostener un vínculo entre docentes y estudiantes que la pandemia puso en crisis.
En consecuencia, lo segundo fue educar también a las familias. ‘’Los docentes nos encontramos frente a un gran desafío porque tuvimos que empezar a alfabetizar tecnológicamente y digitalmente a los padres para enseñarles a usar inclusive funciones básicas de WhatsApp. Entonces, después de enseñarles esto, pudimos acceder a los alumnos’’, sostuvo Juan Gabriel.
Nuevos desafíos
Sus "nuevos alumnos", contó, también incrementaron el tiempo de dedicación a su trabajo y, por consiguiente, la tan discutida carga horaria. Si antes de la pandemia planificar una clase ya tomaba mucho tiempo, ahora es más complicado. Los contenidos se piensan desde el principio en función de determinado formato digital, de modo claro y con anticipación, pues hay que enviarlos con tiempo. Considerar las rutinas de los tutores de cada núcleo familiar fue y es un trabajo empático clave, ya que demandar una tarea de un día para el otro es imposible.
No sorprende entonces que la metodología que mejor funcionó haya sido WhatsApp. Sin embargo, esa facilidad arrastró otras dificultades. ‘’Muchos grupos de WhatsApp, muchos padres con nuestros teléfonos. Todo eso demandó mucho tiempo, por lo que la carga horaria se vio incrementada: desde las 8 hasta 1 de la madrugada, incluso, respondiendo consultas todo el tiempo, porque era el momento en el que los padres podían’’, sentenció Juan.
Para explicar el panorama que encontraron muchos educadores y educadoras, Juan Gabriel describió: ‘’En algunas casas, se ahorraban una comida levantándolos más tarde. Se levantaban tarde, almorzaban y después se conectaban con las tareas. Como yo estoy en el turno mañana, tuve que extender mi horario para poder comunicarme con los alumnos y facilitarles las cosas a los padres’’.
Y llegó el invierno
Por otro lado, mientras educadores y alumnos aún no terminan de sortear los problemas de conectividad, las nuevas rutinas y metodologías de trabajo, el invierno llegó para complicar aún más las cosas. Por eso, el SUTE mantiene la alarma no solo por las enfermedades estacionales que pueden complicar cuadros de COVID-19, sino por la emergencia de que las clases presenciales vuelvan a suspenderse. Consideran que las escuelas y la actividad escolar en general propician la propagación y, en consecuencia, mientras avanza la vacunación y baja la curva de contagios, la virtualidad debería ser total.
Algunos análisis realizados hasta el momento respaldan el posicionamiento del sindicato y sus trabajadores. La virtualidad plena de la escolaridad, sostienen las investigaciones, tiene un alto impacto disminuyendo el esparcimiento del coronavirus. ‘’El cierre de escuelas, el cierre del lugar de trabajo, la prohibición de eventos públicos, la prohibición de reuniones de más de diez personas, los requisitos para permanecer en el hogar y los límites de movimiento interno están asociados con una transmisión reducida del SARS-CoV-2’’, aseguró The Lancet en su estudio ‘’You Li et al’’ (2020), realizado en 131 países.
Mientras tanto, ventilación cruzada y bajas temperaturas son las nuevas materias pendientes. ‘’Las bajas temperaturas, la necesidad de la buena ventilación, los barbijos y el distanciamiento son una complicación, sobre todo en los más chicos. Hay lugares que son muy fríos y la ventilación cruzada hace que sean aún más fríos, y la calefacción no nos acompaña’’, señaló el docente consultado.
Entre todo lo mencionado, no podemos olvidar el miedo a contagiarse en el lugar de trabajo. Es insoslayable que el comienzo de la época de enfermedades estacionales agrega un obstáculo más a los que ya deben sortear los educadores. ‘’Hay una sensación de inseguridad bastante grande. En mi caso particular, mi esposa se contagió de un alumno y sé de muchos docentes que se han contagiado en sus lugares de trabajo’’, sostuvo, y agregó: ‘’Se habla mucho de educación, de que los chicos tienen que estar en la escuela. Sin embargo, hay muchas escuelas que no tienen las condiciones mínimas básicas para garantizar la higiene y la bioseguridad. Hay escuelas que se quedan sin agua, que tienen problemas de infraestructura, que se quedan sin personal para limpieza’’.
Fue la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) la que aseguró que las medidas de cuidado en las escuelas son vitales para que estas no sean espacio de propagación del virus. Contrario a la interpretación generalizada, la OMS, en su informe del 18 de octubre de 2020 titulado “Qué sabemos sobre la transmisión de la COVID-19 en escuelas”, sostuvo que, siempre y cuando se respeten los protocolos de bioseguridad y la transmisión comunitaria sea baja (por ahora, no es el caso de Mendoza ni de muchas escuelas mendocinas), los establecimientos no son propiciadores. "Las escuelas no son focos de superpropagación, salvo en algunos casos en que las medidas de protección no se han aplicado correctamente’’. "Cuando la transmisión en la comunidad es baja y se adoptan las medidas de prevención adecuadas, es poco probable que los niños y las escuelas estén a la vanguardia de la transmisión", sentenció el organismo internacional.
De esta manera, mientras se mantiene el contexto de incertidumbre diaria, a pesar la aceleración de la inmunización durante las últimas semanas, surge una certeza: como hace décadas, atado con alambre, siempre son los y las maestras quienes se las arreglan para darle al sistema educativo un round más. Esta vez, la integridad de la esquina sobre el ring está en peligro, y sin esa asistencia, la situación puede explotar.
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