Tiranías y democracias en Latinoamérica
Pretendo realizar en estas líneas algunas reflexiones –populistas, demagógicas y totalitarias, obviamente– con la reprochable finalidad de intentar dilucidar quién es quién en el gran escenario de confrontación política que es la América Latina de estos históricos y maravillosos tiempos de integración regional.
Presidentes Latinoamericanos
Si nos hacemos eco de la inmensa cantidad de “informaciones” o “noticias” falsas, catastrofísticas, desalentadoras, irracionales, irritantes, y psicológicamente desequilibrantes con las cuales los grandes medios hegemónicos de la región nos bombardean durante 24 horas los 365 días del año en contra de los gobiernos populares y democráticos latinoamericanos, no tenemos otra opción que salir a derrocar (o asesinar, da lo mismo) a Cristina Fernández, a Nicolás Maduro, a Rafael Correa, a Evo Morales, a Manuel Zelaya –¡ah, no!, este ya fue–, a Fernando Lugo –¡oh, no!, este también fue–; o, si se torna necesario, a Dilma Rousseff y al Pepe Mujica, o a cualquiera que aparezca con la decisión de mejorar en serio la vida de los eternos olvidados, pobres y excluidos de nuestro continente, sumergidos en la miseria durante más de cinco siglos gracias a las expediciones humanitarias –políticas, económicas, militares y culturales– de las generosas potencias civilizadas y civilizadoras del hemisferio norte, capitalista, desarrollado, occidental y cristiano.
Por eso, creo que las democracias de nuestra Patria Grande Latinoamericana están hoy más amenazadas y acosadas por las megacorporaciones mediáticas, ultraderechistas, visceralmente fanatizadas e intolerantes, violentas, antidemocráticas y golpistas, que por la totalidad de las derechas políticas de la región y/o de la mayoría de los países en que estas gobiernan legítimamente por estos pagos.
Trataré de persuadirlos de que aún tengo algunos patitos en fila (no todos, evidentemente) al hacer esta apreciación. Veamos.
El protagonismo político de nuestros pueblos –de la mano de los nuevos grandes líderes de la región, felizmente paridos por nuestra Pachamama, como Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Luiz Inácio “Lula” Da Silva, Evo Morales, Rafael Correa y Cristina Fernández–, ha logrado ganar libre, pacífica, reiterada y democráticamente el poder político formal de las vetustas, cínicas, inútiles e impotentes democracias burguesas de esta parte del mundo, y dotarlas de contenido social y político popular, es decir, verdaderamente democrático.
Para abortar este proceso de expansión de la integración y democratización real de los pueblos latinoamericanos, las derechas asociadas con las grandes empresas mediáticas han realizado con éxito algunos ensayos golpistas, hoy eufemísticamente denominados golpes institucionales, como los producidos en Honduras y en Paraguay.
A pesar de ello, la fortaleza política de los procesos de integración, gracias a la gran capacidad e inteligencia de los líderes regionales, se ha traducido en una situación de respetuosa y estable convivencia de nuestros gobiernos populares con algunos gobiernos de derecha, como los de Chile y Colombia.
El Presidente Santos, muy a su pesar, pero con una dosis de inteligencia extraña a la derecha mundial de estos tiempos, ha logrado comprender que el lugar natural de Colombia en este mundo está en la convivencia con sus vecinos latinoamericanos, y que su relación con Estados Unidos (por muy carnal que quisiera que fuese) no puede ser la misma que sostuvo el expresidente Álvaro Uribe.
A Néstor Kirchner le debemos este gran avance integrador, sin ninguna duda. Chile, con un pinochetista duro y peligroso en el poder, ha tenido algunos rasgos de pragmatismo y entendimiento de la coyuntura histórica, que lo han llevado a no sacar los pies del plato de la Unión de Nacional Sudamericanas (Unasur) y a tratar de llevarse razonablemente bien con el Mercado Común del Sur (Mercosur). La posición chilena actual por la disputa de Argentina con Inglaterra sobre las Islas Malvinas es un indicio.
Así las cosas, podemos observar que existen en la región algunas derechas que han llegado al poder por la vía democrática y que, independientemente de sus reales pensamientos e intenciones, toleran –por ahora– la convivencia con sus vecinos progres, o reformistas o revolucionarios, o como se los quiera denominar.
Otras derechas, delirantes y antidemocráticas a más no poder, se instalaron del modo en que lo hicieron en Honduras y en Paraguay, como anclajes norteamericanos para encarar la desestabilización de las democracias populares y progresistas, abortar el proceso de integración de la Patria Grande y ejecutar futuras tropelías saqueadoras de nuestros recursos naturales.
Estas últimas derechas, a las que debemos agregar las que no logran acceder al poder político formal por las urnas y la totalidad de las corporaciones mediáticas que representan los más desenfrenados y voraces intereses de las derechas regionales y globales, son las que, con una violencia inusitada, acusan de tiranías populistas a los gobiernos populares y democráticos latinoamericanos, y trabajan sistemáticamente para socavar sus respectivas legitimidades.
Ahora bien, en los países con estos (nuestros) gobiernos tiránicos, totalitarios y crueles, como los tildan, no existen presos políticos, no hay periodistas amenazados, reprimidos ni asesinados, la libertad de prensa es absoluta y soportan hasta lo intolerable los insultos y las mentiras de las oposiciones y de la prensa. No puede decir lo mismo el gobierno de Honduras, ni el del paraguayo Federico Franco.
Por su parte, el gobierno chileno tiene que abortar sus acciones violatorias de los derechos humanos contra la población mapuche y las represiones contra los estudiantes.
Nuestros gobiernos integracionistas han repudiado los golpes institucionales –todos de derecha, por obra y gracia de la divina providencia–, han reconocido y respetado a los gobiernos de derecha surgidos de elecciones limpias, y ahora todo parece indicar que, por expreso pedido del Paraguay para retornar a la comunidad latinoamericana, el Mercosur, la Unasur y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) recibirán/recibiremos con los brazos abiertos a nuestros hermanos paraguayos, conducidos por el Partido Colorado, elegido democráticamente; una fuerza de derecha que no quiere que su país quede aislado del colectivo de la América Latina. La expulsión de Paraguay del Mercosur, luego del golpe “franquista”, parece que ha sido muy pedagógica. Igual habrá que esperar para ver si el gobierno del Partido Colorado está realmente dispuesto a aceptar y a respetar las reglas de juego democrático pactadas en nuestras organizaciones regionales.
Es entonces indiscutible la profunda y coherente convicción democrática de nuestros gobiernos acusados de tiránicos, totalitarios, demagógicos y populistas por las oposiciones internas –por derecha y por izquierda– y por la acción destituyente y golpista acicateada hasta la locura por las corporaciones mediáticas, con el acompañamiento indigno, rastrero y abyecto de las oposiciones atávicas, salvo honrosas excepciones.
También es indudable que, para las grandes empresas periodísticas, los gobiernos derechistas de Latinoamérica son todos ejemplos de virtudes republicanas y democráticas y rebosan de honestidad por todos los poros, promoviendo el regreso a las políticas económicas y financieras neoliberales de los 90. Es lo que los argentinos del siglo pasado llamábamos "hacer pipí fuera de la pelela".
Surge también de estas reflexiones que, sin el despliegue propagandístico destituyente de la gran prensa, trasnacional y global de hecho, es casi imposible que nuestros pueblos voten opciones de derecha. Las grandes corporaciones mediáticas son, entonces, el arma de destrucción masiva de la integración latinoamericana y de nuestras democracias progresistas.
En definitiva, podemos concluir que las derechas de la región no son todas exactamente lo mismo (aunque se parezcan demasiado), que no puede quedar ninguna duda de que democratizar los medios de comunicación es una tarea urgente e irrenunciable para todo gobierno popular y democrático latinoamericano, tanto como lo es democratizar los sistemas judiciales decimonónicos que constituyen la última fuente de legitimación de las corporaciones y de garantía de la impunidad total y absoluta de sus crímenes.
¡Uyyy, los patitos! ¿Dónde están mis patitos? Bueno, no solo no están en la fila. Ya ni están.
En fin, lo de persuadirlos, lo dejamos para otra ocasión.
Por eso, creo que las democracias de nuestra Patria Grande Latinoamericana están hoy más amenazadas y acosadas por las megacorporaciones mediáticas, ultraderechistas, visceralmente fanatizadas e intolerantes, violentas, antidemocráticas y golpistas, que por la totalidad de las derechas políticas de la región y/o de la mayoría de los países en que estas gobiernan legítimamente por estos pagos.
Trataré de persuadirlos de que aún tengo algunos patitos en fila (no todos, evidentemente) al hacer esta apreciación. Veamos.
El protagonismo político de nuestros pueblos –de la mano de los nuevos grandes líderes de la región, felizmente paridos por nuestra Pachamama, como Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Luiz Inácio “Lula” Da Silva, Evo Morales, Rafael Correa y Cristina Fernández–, ha logrado ganar libre, pacífica, reiterada y democráticamente el poder político formal de las vetustas, cínicas, inútiles e impotentes democracias burguesas de esta parte del mundo, y dotarlas de contenido social y político popular, es decir, verdaderamente democrático.
Para abortar este proceso de expansión de la integración y democratización real de los pueblos latinoamericanos, las derechas asociadas con las grandes empresas mediáticas han realizado con éxito algunos ensayos golpistas, hoy eufemísticamente denominados golpes institucionales, como los producidos en Honduras y en Paraguay.
A pesar de ello, la fortaleza política de los procesos de integración, gracias a la gran capacidad e inteligencia de los líderes regionales, se ha traducido en una situación de respetuosa y estable convivencia de nuestros gobiernos populares con algunos gobiernos de derecha, como los de Chile y Colombia.
El Presidente Santos, muy a su pesar, pero con una dosis de inteligencia extraña a la derecha mundial de estos tiempos, ha logrado comprender que el lugar natural de Colombia en este mundo está en la convivencia con sus vecinos latinoamericanos, y que su relación con Estados Unidos (por muy carnal que quisiera que fuese) no puede ser la misma que sostuvo el expresidente Álvaro Uribe.
A Néstor Kirchner le debemos este gran avance integrador, sin ninguna duda. Chile, con un pinochetista duro y peligroso en el poder, ha tenido algunos rasgos de pragmatismo y entendimiento de la coyuntura histórica, que lo han llevado a no sacar los pies del plato de la Unión de Nacional Sudamericanas (Unasur) y a tratar de llevarse razonablemente bien con el Mercado Común del Sur (Mercosur). La posición chilena actual por la disputa de Argentina con Inglaterra sobre las Islas Malvinas es un indicio.
Así las cosas, podemos observar que existen en la región algunas derechas que han llegado al poder por la vía democrática y que, independientemente de sus reales pensamientos e intenciones, toleran –por ahora– la convivencia con sus vecinos progres, o reformistas o revolucionarios, o como se los quiera denominar.
Otras derechas, delirantes y antidemocráticas a más no poder, se instalaron del modo en que lo hicieron en Honduras y en Paraguay, como anclajes norteamericanos para encarar la desestabilización de las democracias populares y progresistas, abortar el proceso de integración de la Patria Grande y ejecutar futuras tropelías saqueadoras de nuestros recursos naturales.
Estas últimas derechas, a las que debemos agregar las que no logran acceder al poder político formal por las urnas y la totalidad de las corporaciones mediáticas que representan los más desenfrenados y voraces intereses de las derechas regionales y globales, son las que, con una violencia inusitada, acusan de tiranías populistas a los gobiernos populares y democráticos latinoamericanos, y trabajan sistemáticamente para socavar sus respectivas legitimidades.
Ahora bien, en los países con estos (nuestros) gobiernos tiránicos, totalitarios y crueles, como los tildan, no existen presos políticos, no hay periodistas amenazados, reprimidos ni asesinados, la libertad de prensa es absoluta y soportan hasta lo intolerable los insultos y las mentiras de las oposiciones y de la prensa. No puede decir lo mismo el gobierno de Honduras, ni el del paraguayo Federico Franco.
Por su parte, el gobierno chileno tiene que abortar sus acciones violatorias de los derechos humanos contra la población mapuche y las represiones contra los estudiantes.
Nuestros gobiernos integracionistas han repudiado los golpes institucionales –todos de derecha, por obra y gracia de la divina providencia–, han reconocido y respetado a los gobiernos de derecha surgidos de elecciones limpias, y ahora todo parece indicar que, por expreso pedido del Paraguay para retornar a la comunidad latinoamericana, el Mercosur, la Unasur y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) recibirán/recibiremos con los brazos abiertos a nuestros hermanos paraguayos, conducidos por el Partido Colorado, elegido democráticamente; una fuerza de derecha que no quiere que su país quede aislado del colectivo de la América Latina. La expulsión de Paraguay del Mercosur, luego del golpe “franquista”, parece que ha sido muy pedagógica. Igual habrá que esperar para ver si el gobierno del Partido Colorado está realmente dispuesto a aceptar y a respetar las reglas de juego democrático pactadas en nuestras organizaciones regionales.
Es entonces indiscutible la profunda y coherente convicción democrática de nuestros gobiernos acusados de tiránicos, totalitarios, demagógicos y populistas por las oposiciones internas –por derecha y por izquierda– y por la acción destituyente y golpista acicateada hasta la locura por las corporaciones mediáticas, con el acompañamiento indigno, rastrero y abyecto de las oposiciones atávicas, salvo honrosas excepciones.
También es indudable que, para las grandes empresas periodísticas, los gobiernos derechistas de Latinoamérica son todos ejemplos de virtudes republicanas y democráticas y rebosan de honestidad por todos los poros, promoviendo el regreso a las políticas económicas y financieras neoliberales de los 90. Es lo que los argentinos del siglo pasado llamábamos "hacer pipí fuera de la pelela".
Surge también de estas reflexiones que, sin el despliegue propagandístico destituyente de la gran prensa, trasnacional y global de hecho, es casi imposible que nuestros pueblos voten opciones de derecha. Las grandes corporaciones mediáticas son, entonces, el arma de destrucción masiva de la integración latinoamericana y de nuestras democracias progresistas.
En definitiva, podemos concluir que las derechas de la región no son todas exactamente lo mismo (aunque se parezcan demasiado), que no puede quedar ninguna duda de que democratizar los medios de comunicación es una tarea urgente e irrenunciable para todo gobierno popular y democrático latinoamericano, tanto como lo es democratizar los sistemas judiciales decimonónicos que constituyen la última fuente de legitimación de las corporaciones y de garantía de la impunidad total y absoluta de sus crímenes.
¡Uyyy, los patitos! ¿Dónde están mis patitos? Bueno, no solo no están en la fila. Ya ni están.
En fin, lo de persuadirlos, lo dejamos para otra ocasión.
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