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23 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
La vicepresidenta pateó el tablero, con su categoría habitual. Ella es figura decisiva de la política argentina, como lo muestra la saga de pigmeos mediáticos dedicados al infantil vituperio en su contra. Llamó a un diálogo que pase por encima de la estupidez destructiva en que se encarrilan los discursos políticos habituales, y convocó allí hasta a los dueños de los medios. Hay quienes, contra la expectativa de algunos periodistas acostumbrados a la sinfonía del odio, respondieron positivamente: Pichetto, Sanz, Lavagna, han sido los primeros. Dos locutores televisivos quisieron enfrentar a Pichetto, acostumbrados al denuesto fácil y estereotipado: el político experonista les pidió en cámara que no volaran tan bajo.
Se trata de un problema decisivo para la Argentina: el acogotamiento permanente de la economía por falta de dólares, fruto del bimonetarismo con que de hecho nos manejamos como país. Si no se hace un acuerdo por sobre las partes, la resolución del asunto se hace imposible.
Por supuesto, es el presidente quien podría finalmente convocar en concreto a una mesa de diálogo orientada en ese sentido. Sólo él tiene la autoridad institucional que le ha sido conferida. Y al señalarlo, surge la consabida cuestión de la relación –tan malamente meneada por los medios- entre los miembros de la dupla presidente/vicepresidenta.
Está claro que se complementan, y que los inventos delirantes de Carrió –“hay que apoyar al presidente contra el golpe de la vicepresidenta”- dan bastante vergüenza ajena. No hubieran ido en binomio sin acuerdos previos: al presidente y la vice no hubo un partido o aparato ajeno a ellos, que los eligiera por encima de un acuerdo mutuo: fueron a la fórmula por decisión compartida. No puede ser más claro.
Sí es cierto –y es parte de lo decidido en común- que los estilos políticos son diferentes. Alberto es consensualista y dialoguista, mientras Cristina es enfática y decisionista. Obvio que esto fue tenido en cuenta a la hora en que la hoy vicepresidenta le ofreció a Alberto encabezar la fórmula, y que ello es parte de los acuerdos mutuos.
Las finalidades de Cristina y Alberto son las mismas, o tienen matices menores. Pero uno podría decir que los estilos de conducción son muy disímiles, y que el de Alberto es de tipo socialdemócrata, mientras el de ella más bien populista.
Ya sabemos la ristra de insultos contra el populismo por parte de la vulgata periodística. Sería bueno que vayan a estudiar: en teoría política, sobre todo a partir de la obra de Ernesto Laclau, la biblioteca de libros y artículos al respecto es enorme. El populismo es un modo de gobierno y de ejercicio de la política, a menudo profundizador de la democracia.
Tiene razón el psicoanalista y politólogo Jorge Alemán cuando afirma que le resulta raro el ataque de algunos partidarios de lo “nacional/popular”, contra aquello que pudieran tomar como socialdemócrata en el presidente. Finalmente, las finalidades de la socialdemocracia son en buena parte convergentes con las del populismo, y una figura como la de Raúl Alfonsín lo atestigua.
Pero yo no coincidiría –y sería objeto de largo análisis- en que se parezcan los modos de ejercer la política en ambos casos. El populismo tiene la capacidad de sintetizar diversas demandas en una voluntad que concentra poder popular contra el stablishment y los poderes fácticos (Embajada del Norte, medios hegemónicos, multinacionales, espacio financiero, la Rural): la socialdemocracia quiere oponerse a ellos, pero no alcanza fuerza para contender. Por ello la socialdemocracia, a nivel mundial, ha tendido a asimilarse a la derecha, al aumentar la concentración planetaria del capital: el PSOE español (antes de aliarse con Podemos) es ejemplo claro, y en Argentina la errática y derechizada Stolbizer bien lo muestra.
Son dos modos diferenciables de ejercicio de lo político, entonces, y ello es lo que está en juego en la Argentina de hoy. No es lo mismo un gobierno socialdemócrata que uno populista. El primero suele gustar a las voces del stablishment, dado que no suele afectarlo. El segundo es denostado y perseguido, porque le quita algo de lo acumulado a los de arriba y lo reparte hacia abajo, con efectos en mayor dignidad y ejercicio de derechos. Dime de quién los periodistas del sistema hablan mal, y te diré quién hace el bien. Aunque, claro, igual Alberto reciba los mismos golpes de Cristina, al ser parte principal de la dupla gubernamental.-
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