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“Apurados por marcar el prodigioso salto del origen carenciado a la genialidad artística, los atropellados biógrafos de Leonardo Favio han ignorado casi por completo a su madre”, dice el escritor lujanino, Rolando Concatti.
Leonardo Favio
Acá, en Luján de Cuyo, entre los jovatos que quedamos, es un deporte consentido simular que conocimos al menor de los Juri, al niño y adolescente que sería Leonardo Favio. Hemos ido armando una historia, una leyenda, que repetimos cada vez más convencidos, sin desmentirnos.
No tiene importancia casi, salvo porque el propio Leonardo le dio siempre mucha importancia a su propia niñez.
Yo sí me acuerdo de su grupo, los chicos de la Colonia Hogar – en ese tiempo El Patronato de Menores-. Chicos en crisis. (En rigor eran sus padres los que estaban en crisis). Chicos en ratos muy violentos, y en seguida en ternura; que pasaban como ráfagas por nuestra Escuela Nacional, peleados ya con la vida y a la vez desesperados por bebérsela toda de un trago.
Los Juri tenían “algo”, creo, una enigmática seducción. Que se multiplicaba cuando nos dimos cuenta que a ratos se llamaban “Juri” y ratos se llamaban “Favio”.
Ni nos habíamos dado por enterados. “Laura Favio” era el nombre de una de las autoras de radioteatro que en mi casa, y en todas las otras, más se admiraba, con verdadero asombro y pasión. Para todos era una autora internacional, de Buenos Aires por lo menos. El radioteatro arrasaba con todo, y “La bestia acorralada”, de Laura Favio, cortaba el aliento durante una hora y media.
Nadie hubiera creído, era increíble, que Laura Favio vivía (bueno, algunas noches, digamos…) en la “Calle de la Costa”, en un lugar de conventillos. Que era la madre de varios Juri y de Leonardo. Que a lo mejor tuvo a Leonardo de Juri, porque, ahora se sabe, el padre de los Juri era un hombre turbio, promiscuo, y ella, por un tiempo, una próxima, luego su mujer.
¿De dónde sacó tanto talento esta mujer? ¿De dónde su escritura prodigiosa, el guion perfecto, el manejo apabullante de las emociones? No importa. Pero sí importa que lo transmitió a sus hijos.
Apurados por marcar el prodigioso salto del origen carenciado a la genialidad artística, los atropellados biógrafos de Leonardo han ignorado casi por completo a su madre. Una madre abandónica de a ratos, es cierto; sin cumplir con los deberes ancestrales a veces, pero dándole la leche nutricia de la pasión artística, el rescate de la miseria por la dignidad de los sueños, la salvación por la belleza. Casi sin padre, Favio tuvo una madre. Gracias a ella llegó a ser quien fue.
En su última película, “Aniceto”, Leonardo puso una dedicatoria: "A Laura Favio, amiga, madre divina".
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