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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
Profesora honoraria de la Facultad de Educación de la UNCUYO, es una las mayores especialistas en alfabetización de la Argentina. Experta en didáctica de la lectura y la escritura, no pierde el sentido crítico cuando se trata de pensar la educación.
Foto: Prensa UNCUYO
Leonardo Oliva
Publicado el 15 DE DICIEMBRE DE 2021
Profesora honoraria de la Facultad de Educación de la UNCUYO, Susana Ortega de Hocevar es una las mayores especialistas en alfabetización de la Argentina. Dirigió en los 80 el Plan Nacional de Alfabetización durante la presidencia de Raúl Alfonsín y después fue una de las impulsoras de la creación de la facultad donde se forman hoy muchos de los educadores de Mendoza.
Magister en Ciencias del Lenguaje y experta en didáctica de la lectura y la escritura, nunca pierde el sentido crítico cuando se trata de pensar la educación, sobre todo en tiempos en que las escuelas argentinas están bajo el ojo de la tormenta tras la tragedia de la pandemia y los malos resultados obtenidos en las evaluaciones internacionales de calidad educativa.
¿Recuerda cuándo aprendió usted a leer y escribir?
Lo tengo grabado totalmente porque fue la época de la famosa frase que recordó nuestro querido Quino: “Mi mamá me mima”. La que más recuerdo es “Susi asa esos seis osos” porque es con mi nombre. Recuerdo perfectamente que tenía de maestra a una monja y a fin de año leíamos el libro Aprendo a leer con lecturas completas. O sea que, a pesar del método que yo ahora critico, tuve un excelente proceso de alfabetización.
¿Y era buena alumna?
Sí, fui chica 10, primaria, secundaria, universidad… Abanderada siempre (risas).
¿Qué significa hoy en el siglo XXI alfabetizar?
Es un tema complejo el de la alfabetización, está en constante revisión. Ha estado siempre sometido a debates y sigue sometido a debates, porque los del siglo XIX renacieron en el XX y están nuevamente ahora en el XXI, pero digamos que, en este momento, tenemos más aportes desde las distintas ciencias, sobre todo de las neurociencias y anteriormente de la psicolingüística, para fundar una base seria del proceso de alfabetización.
Es decir que alfabetizar no es solo aprender a leer y escribir…
No, eso sería el nivel básico de la alfabetización. Yo dirigí el Plan Nacional de Alfabetización de Alfonsín y aprendí cosas en la práctica que nunca me habían enseñado en la universidad. Por ejemplo, que una persona solo puede aprender a leer y no a escribir, porque escribir es más complejo. Entonces, la lectura y la escritura, demostrado primero por la psicolingüística y ahora por las neurociencias, son procesos totalmente diferenciados. Por eso hemos desterrado el término "lectoescritura": porque un niño, o un adulto, puede aprender a leer y después aprender a escribir, o a la inversa. El logro del código, la relación fonema-grafema, que es lo que te permite interpretar, decodificar un texto y codificarlo para escribir, es el proceso básico. A partir de eso, hay que trabajar para que leer sea comprender, interpretar, leer el mundo, leer tu realidad con un sentido crítico, y que escribir no sea escribir “Mi mamá me mima” o las frases que están ahora. No es eso. Escribir es darle voz a tu mente, escribir lo que vos pensás, lo que querés decir, lo que querés comunicar.
Hoy la digitalización ha entrado muy fuerte en las aulas, pero de manera desigual. ¿Usted lo percibe así?
Sí, es una preocupación. A mí no me gusta la palabra "brecha", pero la estamos comprobando en nuestras investigaciones. Se está estableciendo una brecha digital profunda entre los alumnos de escuelas urbanas y los que están en escuelas vulneradas, que la DGE llama "escuelas marginales". Hemos hecho una investigación, que empezamos en 2016 y va por su segundo período, en la que a los niños les tomamos un test al inicio del jardín de infantes y después, al finalizar primer grado. Nos salió que solo el 27 % de los alumnos de las escuelas vulneradas había logrado iniciar su alfabetización convencional, mientras que, de las escuelas urbanas, lo había hecho el 100 %.
¿Eso no es una señal de que la tradicional escuela normalizadora ha quedado obsoleta?
Exacto. Por eso llamamos al proyecto “Educación: desigualdad o inclusión”, porque esas escuelas, evidentemente, necesitan una educación distinta, no pueden tener el mismo libro que no les habla de nada de su entorno, de su propio mundo, de las vivencias familiares, no recoge esas problemáticas. Nosotros continuamos el estudio en la pandemia y ahí tuvimos que recurrir a lo digital, entonces la brecha se hizo aún más grande: estos chicos han retrocedido en su proceso porque en esas familias a lo mejor hay un teléfono para seis niños y no tienen una computadora, una tablet ni todo lo que tienen otros niños de sectores más favorecidos. Entonces, allí tendría que haber una seria preocupación si vamos a establecer mecanismos de educación a distancia, como nos obligó la pandemia, para que esas escuelas estén dotadas de todos los elementos necesarios.
¿Cuál es la diferencia principal entre la escuela en la que usted se formó y la actual? ¿Cuál ha sido el mayor cambio?
Yo me formé en la Escuela Normal Mixta Tomás Godoy Cruz, donde el espíritu normalista, que vine a estudiar después pero cuando era alumna lo sufría, me grabó muy fuerte. Nadie nos enseñó cómo observar, explícitamente. No había tantas clases especiales como ahora. Pero, a la vez, hoy la educación es muy light, muy superficial. Los chicos están en la ley del mínimo esfuerzo y los profesores, muchos de ellos, no tienen una buena formación, lo que favorece ese facilismo que hay en la escuela.
Pero esto no es solo un problema argentino…
No, es mundial. En Argentina, se ha profundizado mucho, por lo que se ha alejado de sus posicionamientos históricos. Argentina era modelo de educación en América Latina y ahora es uno de los últimos países, pero en el mundo, hay una preocupación por este mismo tema. Leía en un diario español que se están planteando reducir las horas que se dedican al análisis lingüístico, sintáctico, para acentuar la comprensión, porque los alumnos leen y no comprenden. O sea que nos está afectando a nivel global este problema.
¿Sirven las pruebas internacionales que se hacen para medir la calidad de la educación?
Debieran servir para adoptar políticas educativas. Creo que las evaluaciones, no las comparaciones, son siempre positivas porque hacen un diagnóstico de dónde estamos parados en ese momento, pero los gobiernos en general las toman como que queda mal el país, que no hay que hacer comparaciones. Si uno las toma como un verdadero diagnóstico de la situación, son positivas porque nos hacen ver dónde están nuestros problemas y buscar soluciones.
¿En qué parte del problema educativo está la formación de los formadores, de los docentes?
Hay un problema ahí. En la Facultad de Educación, formamos a los profesores, tanto para el nivel inicial como el primario, pero ¿qué sucede? Es un círculo vicioso y estamos acostumbrados a echarle la culpa al anterior. Nosotros culpamos al nivel medio; y el nivel medio, ¿a quién culpa? Al nivel primario. ¿Y el primario? Más que nada, a la situación económica y social. Nos vamos echando culpas y la verdad es que no son solo nuestros alumnos: fijate lo que pasa en facultades como Ingeniería, Medicina… ¿Cuántos chicos aprueban un ingreso o rinden una prueba con solvencia cuando ingresan al nivel universitario?
Pero, en el caso de la formación de los docentes, ¿cuál sería el problema que hay?
Generalmente, las carreras de educación, las que forman profesores, reciben a los alumnos de más bajo nivel sociocultural. Entonces hay que remontar la situación para que salgan y puedan ejercer para todo tipo de alumnos. Te cuento una anécdota: una alumna mía una vez se enojó mucho porque fue aplazada su secuencia didáctica por carecer de nivel, por no tener vocabulario y otros motivos. Al año, siguiente estábamos haciendo en sexto grado una investigación sobre argumentación, les enseñamos a los alumnos a argumentar, y usamos una lectura elevada, que nombraba a muchos personajes, como Sócrates o Steve Jobs. Cuando les preguntábamos a los chicos de sexto de esa escuela si sabían quiénes eran, levantaban la mano y respondían bien. O sabían qué era el autismo, sabían usar bien un argumento. Aquella alumna que se enojó conmigo estaba presente en esa clase porque estaba haciendo una pasantía, y cuando terminé la clase, me vino a pedir disculpas. Me dijo: “Profesora, usted tenía razón. Si yo hubiera tenido que dar hoy la clase en este curso, los chicos saben más que yo”. Este es el problema: a veces no logramos superar las diferencias culturales que hay durante el cursado, después (los profesores) se enfrentan a niños que están altamente alfabetizados (ese curso era excepcional) y no saben qué hacer. Entonces pierden autoridad.
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