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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
El sociólogo y docente de la UNCuyo Marcelo Padilla presenta su ponencia realizada en el marco de la Jornada de Reflexión: El Periodismo y la Comunicación, que fue organizada por el Cicunc.
Primera advertencia conceptual. Público vs privado
Hay que decir que al Estado compete asumir responsabilidades públicas básicas y que también las empresas han de asumir su cuota de responsabilidad pública, de igual modo que los sectores sociales tienen su tarea en la cosa pública. En consecuencia, la relación entre unos y otros debe ser de complementación y cooperación. Por tanto, no hay diferencia conceptual entre público y privado toda vez que existan leyes constitucionales que regulen el funcionamiento y establezcan reglas de juego para el conjunto. En todo caso existen empresarios que invierten en el periodismo para fundar una empresa, pero esto no implica que tengan impunidad, por el contrario, en el espíritu de la legislación pública debe estar el fundamento de la inversión privada para brindar un servicio informativo y comunicacional que contribuya al desarrollo de la nación y sus ciudadanos.
Segunda advertencia: la supuesta objetividad del periodismo como meta
En el mundo de las ideas, existe un pensamiento dominante que concibe que, toda reflexión sobre la realidad, en cualquiera de sus dimensiones, “debe tender a la objetividad”. Ser objetivo, pareciera ser una virtud, un certificado de confiabilidad ante las audiencias, los lectores y ante la vida misma. El reclamo de una supuesta “objetividad”, heredada del pensamiento occidental positivista que se impone en nuestras sociedades hacia mediados del siglo XIX en adelante, tiñe las valoraciones que se hacen de las distintas “tomas de posición” en el campo de la política, del periodismo, de la cultura y de la ciencia, acusándolas de parciales y “poco objetivas”.
Lo cierto es que siempre se habla, se escribe o piensa, desde algún lado. No hay interpretación inocente. Se reflexiona desde algún lugar. Estos “lugares”: la clase social, el capital cultural, la institución, la ideología política y económica, la empresa, la religión, etc., existen como estructuras estructurantes –al decir de Bourdieu- que se imponen sobre el individuo, en definitiva sobre nuestras conciencias individuales. Entonces, cuando se reclama “objetividad”, no se está haciendo más que “tomar distancia” de la postura a la que se rechaza, por su ideologización, por su grado de subjetividad, por su posicionamiento, a veces encubierto, a veces explícito, ideológico. Por ello, todo pensamiento, está imposibilitado de ser neutral, por el contrario, todo pensamiento es culpable, no inocente.
La realidad está ahí, caótica y desordenada, presta para ser aprehendida mediante conceptos, categorías, posiciones teóricas y políticas. Toda posición, en última instancia, es política. Toda interpretación de la realidad está situada y contextuada por intereses específicos.
“Toda lectura del complejo universo de lo real es culpable de ser una lectura situada”, dice Eduardo Grunner. Justamente el carácter de “estar situados” en una trama compleja de intereses y posicionamientos deviene en que nadie puede arrogarse el mote de “objetivo”.
Viene bien recordar un rodeo teórico. Cuando hablamos de “campo” (término desarrollado por el teórico francés Pierre Bourdieu) nos referimos a esa trama de actores e instituciones que participan de un juego particular, de un interés específico, de una lógica normatizada. En el mismo, se desarrollan “formas de relación” entre los mismos grupos de actores e instituciones que determinan, por el mismo juego de esas relaciones, una correlación de fuerzas favorable en algunos momentos de la historia a un determinado sector sobre el otro.
En el juego democrático, estas relaciones varían con el paso del tiempo, por determinaciones condicionantes macro que se imponen en esa lógica del juego y que se traducen al mismo, con los códigos del campo en cuestión. Esto es muy aplicable al periodismo y a los periodistas.
En primer lugar, el periodista trabaja para una empresa, la cual tiene intereses concretos lucrativos (legítimos por cierto) e intenta competir con otros medios (empresas) con un estilo periodístico diferencial. De allí que existan medios gráficos tan disímiles desde sus posiciones editoriales y de tratamiento de las noticias, por caso: Página 12, Perfil, Clarín, La Nación, entre otros. Para el caso de Mendoza sucede lo mismo.
Pero al interior de los medios, los periodistas, forman una fracción, un sector, que tiene sus propios códigos, construidos en el tiempo, pero también móviles en el tiempo. Tomar una “posición” sobre una noticia, en definitiva construir la noticia, ya implica toda una serie de mecanismos de valoraciones y decisiones que se filtran en la nota escrita o audiovisual.
Informar es transmitir, pero transmitir no es comunicar. La información es el objeto, la comunicación es la relación. Comunicación es relación, es interrelación. La información es la mera difusión de datos.
Dice el mexicano Javier Esteinou Madrid (investigador de la UNAM): “Para lograr el desarrollo de nuestro país, más que producir y distribuir gigantescos torrentes indiscriminados de información masiva sobre nuestros sentidos que lo que ocasionan es el embrutecimiento y la enajenación de los mismos, se debe elaborar una jerarquía de necesidades informativas acordes con las prioridades de crecimiento estratégico que encara nuestra sociedad en cada fase de evolución por la que ésta atraviesa”.
Una noticia “es una toma de posición sobre la realidad. La realidad se presenta caótica y desordenada, y es el periodista-comunicador quien “ordena”, “clasifica”, desde algún lugar, desde algún interés particular o grupal. De alguna manera, el periodismo ejerce un tipo específico de dominación simbólica en el orden de las clasificaciones del mundo social y cultural. Por ello, como en todo campo, en el campo del periodismo se libran luchas (ideológicas) subyacentes o explícitas, sobre cómo informar, qué informar, desde dónde informar.
Todos, en alguna medida somos culpables de nuestras lecturas. Todos, en gran parte pensamos y reflexionamos desde la formación (o deformación) a la que nos sometieron y, luego, de grandes, nos sometimos: la familia, la escuela, la universidad, los libros, diarios, fanzines, programas de televisión y de radio. Todos somos, al final, parciales. Formamos “parte” de algún colectivo concreto o imaginario. A veces sin darnos cuenta, o haciéndonos los sotas.
Hasta la creatividad, supuesta virtud de genialidad individual, ha sido condicionada por la historia de nuestras trayectorias personales que no son otras que trayectorias colectivas, familiares y sociales. Por todo ello digo: soy parcial, soy culpable.
Si nos paramos en el entramado social, y reconocemos la existencia concreta de clases sociales, podemos acercarnos tal vez a la noción de objetividad, siempre y cuando nuestra perspectiva se sitúe en los intereses de una clase en particular que no es otra que la clase oprimida por un sistema social desigual de distribución de la riqueza en el marco del único sistema que en Argentina hemos experimentado: el capitalismo. Y es desde el propio capitalismo, de sus entrañas, donde se torna condición necesaria la opresión, la desigualdad y la exclusión.
Por último, ¿qué significa opinar en un medio de comunicación como columnista?
En primer lugar, y ante lo dicho, el columnista debe ser claro en sus “tomas de posición”. Más que servir a los intereses del medio empresarial en el cual trabaja debe plantearse qué sucede en la sociedad que analiza. No puede ser un mercenario según el medio que lo contrate. Por ello, todo avance y mejora en las condiciones sociales y materiales de vida para la población más desprotegida en un país, debe sostenerse y apoyarse críticamente, marcando los nudos clave que obstaculizan la profundización del proceso de distribución de la riqueza.
En perspectiva histórica, si pensamos en términos de proceso y no de la histérica coyuntura, desde el 2001 en adelante la sociedad en general, pero sobre todo los sectores excluidos en particular, pugnan por una sociedad más justa y es la misma presión social la que ha logrado, a través del gobierno nacional, avances sociales, culturales y económicos.
Si la clase media se asusta, el país se asusta. Porque los medios ocupan el espacio ideológico e imaginario de la clase media argentina. Los medios son el partido político de la clase media toda vez que el radicalismo y la oposición desaparecen. Son los medios hoy en la Argentina quienes hacen el trabajo de oponerse. Y lo hacen básicamente para cuidar sus intereses, su rentabilidad y la de sus auspiciantes. Es simple. Cuando la oposición no les sirve por ineficaz, son ellos los que se plantean las operaciones de prensa, la diatriba, la jerarquización de temas de agenda. Y así hacen creer que atacan al poder confundiéndolo con el Gobierno. Y muchos periodistas caen en esa confusión.
“Atacar y molestar al poder es el rol del periodismo”, dicen muchos, pero ¿de qué poder estamos hablando? El poder está en las corporaciones económicas, en las corridas especulativas financieras de los bancos, en la tenencia desigual de la tierra, en la propiedad de los medios de producción. No jodamos. Esto es el capitalismo. Y así funciona el poder en el capitalismo. El gobierno es un aspecto, que puede tomar dos caminos: adaptarse a los requerimientos del poder real descrito o enfrentarlo según la correlación de fuerzas sociales que arroje la coyuntura.
Por eso se habla de medios hegemónicos. Porque concentran poder e información que circulan de acuerdo a intereses concretos. Y nos pintan realidades latinoamericanas que suenan a advertencia: que Chávez es malísimo y se come a los niños venezolanos por las noches, que Correa en Ecuador es un dictador civil que somete a bananazos a sus ciudadanos, que Evo es un indio nomás, un indio negro mal vestido y malpeinado, malhablado y malparido. Que Mujica es un guerrillero asesino que llegó por error a la presidencia uruguaya; y cuántas cosas más.
Pero resulta que a todos esos tipos los eligieron por muchísimos votos las poblaciones de sus países. Y no una vez, en algunos casos en más de una ocasión en elecciones libres y democráticas. Eso sí, babean por Brasil y nos lo enrostran de ejemplo. Sin decir que Brasil tuvo una burguesía nacional que hasta en dictadura protegió su mercado interno, no como en Argentina. Sin decir que la brecha de desigualdades en Brasil es mucho más grande que en Argentina a pesar de que Lula sacó de la pobreza a 40 millones de hermanos brasileños.
Y si pensás que hay algo que este gobierno argentino hizo bien sos un comprado con guita, o que no pensás, o no dormís bien.
Nos sirvieron de menú a un tal Julio Cobos con su “no positivo” a través el cual usaron su metralla mediática para destituir. Ayer nos vendían a Elisa Carrió, y cuando desbarrancó, a Pino Solanas como el gran crítico de los “escándalos” del Gobierno. Lo paseaban a Dos Voces, a Tres Voces, a Cuatro Voces.
Para finalizar. Ahora reaparece Jorge Lanata. El periodista que promueve el “yo quiero preguntar” y que ahora es venerado por la fascista de Cecilia Pando.
El gordo hizo de las suyas en el periodismo argentino. De eso no cabe duda. El Porteño, Página 12, Crítica de los argentinos; y en la tele Día D, entre otras incursiones creativas en los medios locales.
Fue sin dudas el referente crítico de los años ´90. Casi casi que todo periodista que se preciara de tal, comprometido con la investigación y la crítica, deseaba trabajar con él. Algunos lo lograron y otros lo siguieron. El gordo las hizo todas, hasta se casó con una hermosísima mujer que todos también deseaban. Es que el gordo fumaba en vivo y rompía el molde.
Fue la contracara de Grondona y Neustadt en los años menemistas y creció como figura al calor de las transformaciones sociales y políticas de la Argentina. Pero lentamente, desde el 2003, se fue a la mierda. Sí, a la mismísima mierda.
No pudo con su ego, gordo por cierto. Y pasó a cultivar más su “Marca Lanata” que el espíritu crítico que supo cautivar a la clase media progresista de este país. Hoy el gordo Lanata es una parodia de aquél. Su encono al kirchnerismo lo llevó a desconocer conquistas que él mismo pretendía desde sus programas y publicaciones. Y se rindió al enemigo, defendiendo lo indefendible.
Aquellos jóvenes de los 90 que lo veneraban, hoy ni siquiera lo tienen. La nueva juventud politizada lo desprecia. Se rindió a Clarín y al cipayismo de Fontevechia como un sumiso. Cambió su PERFIL. Lanata hoy viene a llenar el lugar vacío que dejaron Bernardo Neustadt y Mariano Grondona. Triste papel.
Creo que estamos ante una oportunidad histórica para refundar un nuevo modelo comunicacional y resignificar el rol del periodista. Por suerte ya se cayeron las máscaras, nos vemos las caras y sabemos quiénes somos.
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