"Siempre he dormido mal”: un libro que indaga en las dificultades para conciliar el sueño
Para el escritor e investigador español David Jiménez, autor de "El mal dormir", el "gran cambio en la conciliación del sueño" ocurrió con la llegada de la luz eléctrica a los hogares. Esta aparición provocó la alteración de la pauta natural que perciben nuestros ojos, ya que podemos seguir rodeados de luz muy potente hasta altas horas de la noche.
La proliferación de pantallas es uno de los obstáculos que los ritmos y la civilización contemporánea ponen en el camino de nuestro sueño. Foto: ilustrativa
Escritor, docente e investigador, el español David Jiménez Torres llevó sus dificultades para dormir a la escritura de El mal dormir, un ensayo que resultó ganador del Primer Premio de No Ficción Libros del Asteroide. El trabajo es una invitación a hablar sobre el insomnio, los mitos que lo rodean, la ansiedad por la cantidad de horas que dormimos y las cifras que circulan acerca de qué porcentaje de la población padece dificultades al momento de conciliar el sueño.
"Siempre he dormido mal. Este es uno de los hechos fundamentales de mi vida, uno de los elementos que le otorgan cohesión y continuidad", comienza Jiménez Torres este libro dividido en capítulos que despliegan relatos sobre el mal dormir del autor, pero también de otras fuentes consultadas que se van bifurcando con citas del trabajo de la escritora británica Marina Benjamin sobre el insomnio, o autores y autoras como Sylvia Plath, Emil Cioran o Jorge Luis Borges, que llevaron sus rodeos o sus cortas horas de sueño a sus escritos.
No hay recetas o recomendaciones a modo de guía o manual, sino más bien un recorrido y conjeturas sobre cómo hablamos y proyectamos nuestro dormir en un mundo plagado de pantallas, atravesado por ansiedades y dispersión.
¿Qué es dormir poco? ¿Qué recetas nos proponen para conciliar el sueño? ¿Es lo mismo el ofrecimiento rápido de estar sedado que estar dormido? ¿Qué implica estar mal dormido?
Estos son algunos de los interrogantes que introduce el también autor de novelas como Salter School o Cambridge en mitad de la noche, y ensayos como El país de la niebla o La crisis que cambió España. En una entrevista vía mail con Télam, desarrolló algunos de estos ejes.
¿Te ayudó la escritura del libro a relacionarte de otra forma con tu "mal dormir"?
Sí, hay algo muy catártico en reconocer, explorar y describir experiencias que te llevan acompañando toda tu vida, pero sobre las que no te has parado a reflexionar hasta bien entrada la treintena. Ahora duermo igual de mal que antes, pero tengo palabras, lecturas, ideas meditadas y articuladas que me permiten relacionarme con esto que me pasa. Incluso he adquirido cierta sensación de control, que no por ilusoria resulta menos reconfortante.
Una de las cosas que planteás en el libro es cómo la extensión de la luz eléctrica fue modificando y alterando los horarios naturales del sueño. ¿Podemos decir que la proliferación actual de pantallas de este siglo complejizó aún más eso?
Sin duda, la proliferación de pantallas es uno de los obstáculos que los ritmos y la civilización contemporánea ponen en el camino de nuestro sueño, pero mi impresión es que el gran cambio ocurrió con la llegada de la luz eléctrica a los hogares; es entonces cuando se altera fundamentalmente la pauta natural de luz que perciben nuestros ojos, ya que podemos seguir estando rodeados de luz muy potente hasta muchas horas después de la puesta del sol. Si las pantallas han añadido algo, no creo que tenga tanto que ver con la percepción lumínica, sino con los chutes de dopamina que aportan las redes sociales, los emails, las aplicaciones de mensajería, etcétera, y que mantienen nuestro cerebro altamente activo cuando debería estarse preparando para conciliar el sueño. Aunque, como también señalo en el libro, nuestra incapacidad para saber realmente cuánto dormían nuestros antepasados nos obliga a mantenernos en el terreno de la especulación.
Las cifras que citás son contundentes: el 60 % de la población atravesó problemas de sueño a lo largo de 2020-2021. ¿Cómo actuó ahí la pandemia?
Muchísima gente tuvo problemas para conciliar el sueño durante los peores meses de la pandemia, y los estudios realizados hasta la fecha lo muestran, pero también debemos tener presente que el mal dormir de los sanitarios estresados y traumatizados fue fundamentalmente distinto del de quienes no podían dormir por causa de la falta de actividad física, la desestructuración de horarios o el aumento de la actividad realizada online. Quizá podríamos adaptar aquí el comienzo de Anna Karenina: todos los biendurmientes se parecen, pero cada maldurmiente lo es a su manera.
Citás a Marina Benjamin: "El mal dormir no es solo la falta de sueño, sino también la búsqueda activa del sueño". ¿Son los hábitos la clave para intentar atravesarlo?
Desde luego, la medicina del sueño insiste cada vez más en este aspecto. El cambio de hábitos, o sencillamente su mejor regulación, forma parte ya del recetario estándar –y, supongo, más eficaz– para lidiar con el mal dormir. Lo que ocurre es que, en muchos casos, estos cambios de hábitos requieren una autodisciplina y una tenacidad que a muchos se nos escapa. Y esto puede elevar la frustración del maldurmiente al cuadrado: no solo no consigo dormir, sino que no consigo cambiar mis hábitos para dormir mejor. Algo parecido, supongo, a lo que ocurre con los programas para perder peso o estar en forma: de alguna manera, todo fracaso acaba siendo culpa tuya. Y como me interesaba abordar la experiencia del mal dormir –y no tanto su anclaje médico o conductual–, quise escribir sobre esas frustraciones y culpabilidades, en lugar de sobre qué hábitos funcionan y cuáles no.
En un momento, decís que hay un problema también de percepción, ya que muchas personas creen que duermen menos horas de las que realmente duermen. ¿Cómo se construyen los discursos sobre el dormir, no necesariamente el mal dormir, en esta coyuntura?
Esto del problema de percepción está basado en varios estudios científicos, y creo que refleja, en buena medida, lo líquido que se vuelve el tiempo durante la vigilia. En cuanto pasamos cierto tiempo dando vueltas en la cama, perdemos la capacidad de saber si llevamos así una hora o solo 15 minutos. Pero, en un sentido más amplio, también creo que en los últimos tiempos ha arraigado un discurso fuertemente normativo sobre el sueño –de nuevo, no tan distinto de lo que ha ocurrido con la alimentación sana o con el correcto cuidado de nuestra forma física. Ese número ocho, que representa el número de horas que, en principio, debemos dormir, nos atrae y atemoriza a la vez; no en vano se nos insiste diariamente acerca de las consecuencias positivas que tiene alcanzarlo y las negativas que tiene quedarse corto. Por esto, creo que existe una cierta ansiedad por no estar durmiendo lo suficiente que alimenta esa percepción, en algunos casos, equivocadamente pesimista.
Impulsás a hablar con otros de los problemas de sueño. ¿Qué recepciones o lecturas te sorprendieron desde que salió el libro?
¡Cuántos amigos y conocidos tengo con problemas de sueño! Si bien no me alegro de ello, sin duda ha aportado una nueva textura a ciertas amistades –algunas de ellas muy antiguas–. Por otra parte, varios biendurmientes que han leído el libro me han comentado que sus experiencias también merecen ser descritas. Uno me explicó que dormir mucho provoca ansiedades específicas: no en vano, el sueño es la prefiguración más cercana que tenemos de la muerte. Desde luego, si alguien escribe algún día "El buen dormir" lo leeré con mucho interés.
Fuente: Télam
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