Ser parte de algo

El cambio está en la acción colectiva.

Ser parte de algo

Foto: EGyTC.

Sociedad

Especial 8M en Mendoza

Unidiversidad

Por Claudia Anzorena, integrante del Grupo de Trabajo Estudios de Género y Teoría Crítica del INCIHUSA, CCT CONICET Mendoza.

Publicado el 16 DE ABRIL DE 2018

Por Claudia Anzorena, integrante del Grupo de Trabajo Estudios de Género y Teoría Crítica del INCIHUSA, CCT CONICET Mendoza.

 

Al día siguiente de la marcha del #8M en Mendoza, mi amiga Betiana, me escribió un mensaje amoroso diciéndome, entre otras cosas, algo que me quedó resonando: “…el jueves me sentí distinta, me gustó sentirme parte de algo”.

Ese comentario me movilizó y me hizo pensar sobre qué hace que un evento signifique que estamos siendo parte de algo: es el sentir que cada vez somos más quienes nos movemos en pos de algo que se nos niega, se resiste, pero sabemos que es justo.

Esta sensación iniciática la tuve con mucha fuerza en el XVIII Encuentro Nacional de Mujeres en Rosario (2003). En ese encuentro confluyó una gran energía de muchas de las que veníamos planteando la legitimidad de la práctica del aborto voluntario en todo el país. Se articularon nuestras coincidencias al punto de dar a luz en 2005 a la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, que hoy tiñe de verde las marchas y actividades que se desarrollaron en todo el país. En el Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas y Trans del 8 de marzo de 2018 el aborto legal quedó inscripto como la demanda más importante en la coyuntura histórica Argentina.

El movimiento de mujeres, lesbianas, feministas y trans en Argentina desde hace décadas tiene una presencia fuerte en el espacio público. Sin embargo, hubo ciertos hitos que se produjeron y pusieron este #8M como un momento significativo en relación con el aborto para muchas/es: la presencia de los feminismos en los medios masivos de comunicación, el gran “pañuelazo” del 19 de febrero en el Congreso de la Nación organizado por la Campaña, el comienzo del debate por el aborto legal en el recinto, la obligación del Poder Ejecutivo de definirse en un asunto que desbordaba, en una sociedad que cambió la opinión pública generalizada en torno al aborto, que movió ciertas estructuras y que lo pudo pensar como algo más profundo y serio, más allá de las entelequias de los fundamentalismos religiosos.

Un #8M verde. Un #8M del aborto legal en la cabecera. Un #8M acompañado por más de quince mil personas en las calles de una provincia tan conservadora como contradictoria.

El aborto voluntario es una demanda histórica, justa y legítima que está vigente en las preocupaciones de los movimientos feministas de diferentes latitudes, ya sea para ampliar el acceso en los países donde está prohibido o bien para resistir a los obstáculos o recortes en donde ya es legal. Porque pensemos lo que pensemos, esté penalizado o no, las mujeres abortan y con los avances científicos y tecnológicos las muertes y las complicaciones son cada vez menos.

Pero esto no quita que cada muerte hasta hoy fuera innecesaria, evitable, responsabilidad de las instituciones que se desentienden. Según datos del Ministerio de Salud de la Nación, entre 2000 y 2016 hubo 1129 muertes por embarazos terminados en aborto. O sea, 1129 mujeres cuyas muertes podrían haber sido evitadas con abortos en condiciones seguras. 1129 mujeres que eran madres, hermanas, hijas, amigas, tías, sobrinas… de personas para las que no son sólo un número “insignificante” o asesinas despiadadas, sino un ser querido o una familiar que murió injustamente por no acceder a las condiciones adecuadas que el Estado se ha comprometido a garantizar.   

La garantía y el acceso a la práctica del aborto seguro, legal y descriminalizado impacta directamente en la vida cotidiana de todas las personas y especialmente de quienes sufren mayor discriminación: mujeres, niñas/os y personas trans. Porque las saca de la clandestinidad, del territorio de la culpa, de la incertidumbre, de la criminalización de los discursos acusatorios y macabros.

Los caminos en la búsqueda de una sociedad sin discriminación son sinuosos. Las demandas de las mujeres y las personas con capacidad de gestar son tomadas, muchas veces, como exageraciones, como secundarias, como distractoras de los proyectos realmente importantes, inclusive opuestas al bien general que plantean otros sujetos políticos como los movimientos sociales e inclusive el propio Estado. Sin embargo, estamos presenciando un cambio en los sentidos de la legitimidad y la justicia de la práctica del aborto voluntario. Evidentemente no al ritmo que hubiéramos querido, pero sí al ritmo de la perseverancia que caracteriza a este movimiento que cada vez es más grande, más diverso y más poderoso. Al ritmo del ser parte de algo, al ritmo de la acción colectiva.

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