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21 DE NOVIEMBRE DE 2024
Antonino Oliva es el fundador de Cueros Tony, la marroquinería que desde el año 2000 ocupa el primer local del primer piso de la Galería Caracol. Tiene 77 años, es diseñador y desde los 18 está vinculado con el mundo de la moda. Cómo conoció a Lolita Torres y a Ante Garmaz.
Antonio "Tony" Oliva (77) con su campera blanca de cuero.
Antonino Oliva es el dueño de Cueros Tony, la marroquinería que desde el año 2000 ocupa el primer local del primer piso de la Galería Caracol. Tony, como todos lo conocen, tiene 77 años y se dedica al negocio de la moda y las pieles desde los 18, cuando viajó solo a Buenos Aires y se instaló en Belgrano.
Su historia es un gran viaje de ida y vuelta. Nació en Sicilia y a los 5 años, en 1949, vino con su familia a la Argentina para escapar de la pobreza que había dejado la guerra. Rearmaron su vida en Mendoza, construyeron un hogar y encontraron el modo de seguir adelante. Al cumplir 18 años, Tony Oliva decidió que era momento de conseguir “su independencia” y viajó hasta Buenos Aires para cumplir su meta.
“Entré a Grimoldi como cadete”, cuenta. Ese fue su primer trabajo. Después pasó a hacerse cargo de tres zapaterías pertenecientes a un gallego –cuyo nombre reservamos–. Su vida se concentraba en el barrio de Belgrano. “Trabajaba pieles de zorros de todos los colores”, recuerda, y a continuación enumera una larga lista de artículos que comerciaba en ese entonces y que abarcaba desde zapatos hasta carteras. La relación de Tony con el cuero se produjo, en cierta medida, como una casualidad. A él siempre le llamaron la atención la moda, el modelaje y el mundo del diseño.
Con el gallego aprendió a levantar un negocio. En cada local a su cargo las ventas marchaban en alza. Por eso, cuando después de cuatro años el gallego le respondió que no podía darle el aumento que pedía, la relación laboral se cortó. “Me dijo que el negocio no caminaba, cuando yo sabía que era mentira porque el negocio lo manejaba yo”, explica Tony. Eso fue a principios de noviembre. “Enero y febrero eran los meses más fuertes, porque todo el mundo iba a comprar zapatos”, cuenta. En ese entonces, él tenía 23 años y manejaba un Peugeot 403 de color beige. Como conocía a cada uno de los fabricantes, decidió buscarlos puerta por puerta y salir con su auto a vender por los pueblos de Buenos Aires.
“No pasaron 15 días y el gallego vino a buscarme. Me ofreció el aumento que le había pedido más una comisión sobre las ventas de cada uno de los negocios”, relata. Pero le dijo que no. A modo de respuesta, Tony sacó una planilla que mostraba cuánto había cobrado el último mes en el negocio y cuánto había ganado vendiendo con su 403 beige.
―Mire ―le dijo mostrándole los papeles―, la última vez me pagó $20 000. Yo en quince días gané $45 000.
―No supe darle el valor que usted tenía ―le contestó el gallego.
En ese momento, Tony consiguió la independencia que había ido a buscar cuando se mudó apenas tuvo la mayoría de edad. Renunció a las tres zapaterías y abrió un negocio de ropa en Villa Urquiza. “No funcionó”, cuenta. Pero como a poca distancia había un edificio de tres pisos con salas velatorias, decidió ampliar el rubro, transformar ese local en florería y volver a Belgrano para abrir otro negocio en Amenábar 1953. Esta vez, solo ropa de cuero y pieles. El primer Cueros Tony.
La empresa creció. Con el tiempo, la florería cerró y solamente quedó el local de cueros. Su trabajo lo transformó no solo en comerciante, sino también en diseñador, e incluso lo llevó a Holanda. Fue la única vez que volvió a Europa, pero no pisó Italia.
A su mujer la conoció por accidente. Él cruzaba la calle para llegar a Avenida Cabildo y ella lo atropelló con su auto. No pasó nada grave, pero más tarde, por casualidad, se encontraron en un café, se casaron y en 1982 ella quedó embarazada del primero de sus dos hijos. Ese año el negocio tuvo que reestructurarse y los roles, definirse nuevamente. Mientras ella cuidaba del local de Belgrano, él se dedicaba por completo a la fabricación de nuevas prendas. En el tiempo que compartían juntos, leían revistas de moda extranjeras y armaban diseños propios.
Por casualidad llegaron a conocer a Lolita Torres y de algún modo terminaron organizando desfiles para el programa de Ante Garmaz. Por aquellos años, Garmaz era una auténtica figura pública que presentaba desfiles por todo el país y protagonizaba exitosas películas. Fue el momento en que los diseños de Cueros Tony se exhibieron en pasarelas bajo las luces y las cámaras de la televisión nacional.
Las décadas siguieron su curso. Tony Oliva enviudó. Sus dos hijos crecieron y armaron su propia historia. En el año 2000, por motivos personales, decidió que Buenos Aires ya no era un lugar lo suficientemente seguro, vendió todo y volvió a Mendoza. Con ese dinero alquiló el local que hoy conserva su marca en la Galería Caracol, justo al lado del mítico Moicano.
“A mí lo que siempre me gustó fue la moda”, explica con una sonrisa, parado detrás de su mostrador, apagando la radio JVC con televisor incluido para cerrar durante cinco minutos el local y mostrar que no solamente de cueros vive el hombre. Medio piso más abajo, en la misma galería, tiene una colección de vestidos de tela de todo tipo y colores. Es un segundo local, visitado por mujeres que revisan cada uno de los modelos. “Todos esos los diseñé yo”, dice, mientras señala la vidriera.
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