Sebastián Basualdo: "La niñez se termina cuando te obligan a jugar el juego de otros"
En su nueva novela "Todos los niños mienten", el escritor retorna a la infancia en los años ochenta. Relata la historia de niños que quieren tener relojes con jueguito, un Atari, bicicletas Bmx, videocaseteras importadas, pero conocen a Norberto Roitter, un pibe distinto que incomoda y propone otras experiencias entre sus pares.
Foto: Télam
En su nueva novela "Todos los niños mienten", el escritor Sebastián Basualdo retorna a una infancia en los años ochenta, con personajes que buscan fantasmas con los Walkie Talkie, influenciados por las series policiales norteamericanas al estilo Starsky y Hutch, niños solos porque sus padres trabajan todo el día, un lugar donde, como dice su autor, "todo lo que existía era para siempre, porque nadie se iba a morir."
La novela "Todos los niños mienten" publicada por Emecé, relata la historia de niños que, como todos los demás, quieren tener relojes Casio con jueguito, un Atari, bicicletas Bmx, videocaseteras importadas, pero en la novela estos chicos tienen la suerte de conocer a Norberto Roitter, un pibe distinto que a partir del juego les hará vivir experiencias inolvidables. Pero la mirada de Lautaro, un niño de nueve años, es distorsionada por la mirada de los adultos "para arrebatarles la inocencia, entre otras cosas" explica a Télam, su autor.
Sebastián Basualdo, nacido en 1978, es autor de "Cuando te vi caer", que de alguna forma puede pensarse como una continuación de "Todos los niños mienten", porque su protagonista, Lautaro, ya es un adolescente y la presencia de su mamá Cora, más joven, deja entrever al personaje de la novela anterior.
-Télam: La mentira es una palabra clave en tu novela ¿Cómo trabaja esa idea con la literatura?
-Sebastián Basualdo: La mentira, en el caso de la literatura, no es otra cosa que la ficción. Esto se relaciona íntimamente con los géneros donde se pone de manifiesto algo que no tiene vínculo con la verdad ni con lo real, que al fin y al cabo es lo cultural, sino con lo verosímil y ese contrato tácito de aceptación que se establece con quien lee o mira una serie, por ejemplo. No me voy a sentar a ver Star Wars con un manual de física para revelarme a mí mismo qué ocurre con el sonido en el vacío o el espacio. Es ridículo. Lo tácito que hay en el contrato es la predisposición a la suspensión de ciertos conocimientos. De otra manera tampoco podría ir al teatro o al cine.
-T.: La novela lleva por título "Todos los niños mienten".
-S.B.: Claro, las connotaciones de sentido se resignifican en el interior de la historia, por un lado la mentira como ficción en el universo lúdico de estos niños, nada más serio que el juego para ellos de la mano del más grande de los tres, el admirado Roitter, algo así como un genio, donde se mezcla la fascinación y la amenaza, ya que no va al colegio y todo lo que aprende lo convierte en juego. Llegará un punto en que se confundirá ese universo lúdico con la realidad y ahí otra vez la resignificación del título de la novela, sólo que ahora desde la perspectiva de una mirada adulta que no mira el mundo desde la inocencia y deposita sus propios prejuicios, sus miedos. ¿Qué reproducen las niñas y los niños cuando juegan? A partir de este interrogante fue que escribí "Todos los niños mienten".
-T.: ¿Hay un territorio, una patria, en cada hombre que es su propia infancia?
-S.B.: En términos poéticos, sí. Ya lo dijo Rilke, ¿no? Digo esto porque estamos hablando de una novela y no de un estudio sociológico o antropológico sobre la infancia. Hay que ser precavido en este sentido porque una concepción general para quienes sufrieron en su infancia y tuvieron que exiliarse de ella puede resultar más que ofensivo. En la tonalidad de "Todos los niños mienten" sí está presente esta idea y seguramente por eso me costó tanto escribirla en un principio. Cuando digo tonalidad me refiero a la perspectiva del narrador y todo lo que reverbera en esa elección. La posibilidad de narrar en primera persona me generó por primera vez varios interrogantes que fui plasmando en una especie de cuaderno bitácora previo a la escritura de la novela, durante varios años. Cuando en relación con esa patria uno escribe en primera persona, uno de los riesgos que corre es mejorarse a sí mismo. Y yo no quería eso porque podía caer en el pozo de la idealización, o peor: la nostalgia. Fuera de eso tampoco podía hacerlo por encima de mis propias miserias, es decir autoflagelante como inauguró Dostoievski, ni por debajo a lo Kafka, tampoco un narrador intermedio a lo Proust, ya que a nadie podría interesarle mis meriendas, parafraseando una frase célebre.
-T.: ¿Pero tu narrador quiere recordar la infancia?
-S.B.: No, no. Me propuse algo que de pronto sentí que estaba por encima de mis posibilidades: yo no quería un narrador que recordara su infancia, necesitaba recuperar, por medio de las limitaciones que me ofrecen las palabras, la manera en que yo veía y sentía el mundo en mi infancia de los años 80. Algo imposible. Entonces me propuse volver a jugar. Fuera de que hay quienes se sirven de la literatura para engordar su cuenta bancaria cocinando refritos, yo creo en Pavese cuando dijo que la literatura te permite vivir dos veces. Un pasaporte a esa patria. Cuando yo era niño también me gustaban las repeticiones, cuántas veces habré visto los mismos dibujitos animados, y vivía instalado en el tiempo presente. Además todo lo que existía era para siempre, nadie se iba a morir. Nadie abandonaría este escenario del teatro de la vida. Así fue cómo encontré lo que estaba buscando para contar esta historia.
-T: ¿Hasta qué límite los niños juegan en esta historia?
-S. B.: En esta historia los niños juegan hasta que irrumpe la mirada adulta para arrebatarles la inocencia, entre otras cosas. Las lectoras y los lectores deben organizar los niveles de la trama igual que cuando escuchabas a tus padres discutir o cuando hablaban mal de alguien que querías mucho. ¿Cuántas veces nos hemos dejado llevar por lo que dicen otros de alguien y no por nuestra propia experiencia con ese alguien? Hay un cuento de Salinger, "Un día perfecto para el pez banana" que me resultó revelador para construir al personaje de Roitter. La literatura está hecha de herencias, homenajes y diálogos secretos. Y quise poner de manifiesto otras cosas, por ejemplo que cuando un niño de siete años dice que su sueño es ir a Disneylandia está siendo víctima del discurso homogéneo, el sueño inventado, construido. ¿Por qué le preguntamos a una niña o un niño que quiere ser cuando sea grande en vez de qué quiere hacer? No hay que ser académico para sospechar que la figura legal de la infancia y su supuesto cuidado está ligada al consumo según la lógica capitalista. La niña y el niño consumidor es un gran negocio. Lo que entendemos por infancia o niñez implica ¿lo cronológico, lo cultural, ambos? ¿otras cosas? Cuando escucho a cierta gente hablar de trabajo infantil, parecen ignorar que las niñas y los niños que le alcanzan la pelotita al tenista también están trabajando, por darte un ejemplo.
T.: ¿La presencia de Roitter en la novela es para incomodar al niño que vive en el lector?
S.B.: Bueno, en la novela aparece Roitter, un distinto, un genio diría. ¿Y qué se hace con un distinto? Ya conté que Roitter no va a la escuela. ¿Cuántas escuelas para chicos genios conocés en nuestro país? Si "Todos los niños mienten" es sobre el fin de la infancia, también intenta reivindicarla a partir de lo que implica jugar como modo de aprendizaje. Yo jugaba con armas de plástico y casco de guerra, ¿por qué? Porque estaba la dictadura cívico militar, porque luego vendría Malvinas y por la televisión con sus series norteamericanas. En "Todos los niños mienten", Roitter es el distinto, incomoda, denuncia la estupidez ajena. Es peligroso. Hay un momento en que uno de los chicos quiere jugar al "Juego de la vida" y Roitter dice que ese juego es una mierda. El juego de la vida… La vida no es comprar y vender y tener seguro. Por eso me refiero a lo que pone de manifiesto el juego de los niños y las niñas. Cuando jugás al juego de la vida, tenés que leer las instrucciones y las reglas. Cuando te arrojan al mundo adulto o a la adolescencia no te dicen explícitamente cuáles son esas reglas. Te enseñan un montón de cosas sin sentido profundo, confundiendo lo que es información, saber y conocimiento. Me encanta la metamorfosis y ver la germinación en un frasco con un papel secante, pero la realidad es que no sé sacar agua de la tierra ni generar fuego, ignoro cómo curar una planta o un animal. No sé hacer nada. La niñez se termina cuando te obligan a jugar el juego de otros.
Fuente: Por Carlos Daniel Aletto para Télam
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