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La autora es profesora titular de la Facultad de Derecho e investigadora del CONICET en el INCIHUSA.
#12 - Bitácora de la Independencia
Beatriz Bragoni - INCIHUSA-CONICET Mendoza / Universidad Nacional de Cuyo
Publicado el 04 DE JULIO DE 2016
Doscientos años atrás, las Provincias Unidas en Sud América se declararon libres e independientes de la metrópoli española y de toda otra dominación extranjera. Se trató de un acontecimiento político de enorme trascendencia para la revolución que se había iniciado en Buenos Aires en 1810, no sólo porque ponía fin al mandato que la Asamblea del Año XIII no pudo cumplir, sino también porque el nuevo estatus exigía avanzar en la formación del Estado y resolver el litigio entre centralización y descentralización.
A esa altura, el devenir de las independencias era poco auspicioso ante el colapso de los bastiones patriotas de Bogotá, Quito, Caracas y Santiago de Chile, que no habían sobrevivido a la descarga militar de los realistas dirigida desde el Perú por el virrey Abascal. Sólo la revolución rioplatense había sobrevivido a la reacción, y lo hacía inmersa en un cono de sombras a raíz de las derrotas militares en el Alto Perú y al acecho, cada vez más tenaz, de quienes, como José Artigas, pretendían reemplazar el “sistema de unión” por una federación de pueblos libres.
La política en el Viejo Mundo tampoco ofrecía condiciones favorables: el restablecimiento de los absolutismos, luego de la caída de Napoleón, y el regreso de Fernando VII al trono español habían hecho cerrar filas entre los más decididos defensores de sus derechos patrimoniales sobre los reinos americanos. La furia desatada contra los revolucionarios de Nueva Granada hacía cada vez más incierto el futuro libertario en el sur.
En 1815, esa cadena de infortunios tumbó al director supremo Carlos de Alvear, aunque la revolución se mantuvo en pie. El gobernador de Cuyo, José de San Martín, apoyó al nuevo gobierno bajo la condición de convocar a un Congreso soberano con el fin de declarar la independencia de las Provincias Unidas. A su juicio, el éxito de la guerra contra los realistas exigía introducir un giro radical del estatus jurídico vigente para dar por tierra con el mote de “insurgentes” o “revolucionarios” y ser aceptados como comunidad política independiente.
La convicción de que ese era el más firme camino para afianzar la emancipación condujo a San Martín a elegir los diputados al Congreso que se reunió en Tucumán. Tomás Godoy Cruz, el patriota letrado que representó a Mendoza junto a Juan Agustín Maza, sería el principal vocero de la opinión sanmartiniana.
El argumento esgrimido por San Martín quedó registrado en una memorable carta en la que expresó: “¡Hasta cuando esperamos declarar nuestra Independencia! No le parece a V. una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener pabellón y cucarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos […] Los enemigos nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos. Esté V. seguro que nadie nos auxiliará en tal situación […] si no se hace el Congreso es nulo en todas sus partes porque reasumiendo éste la soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero, es decir a Fernandito”*.
La oportunidad de declarar la independencia no conllevaba la forma republicana como sistema político apropiado para gobernar la revolución. En su lugar, San Martín (al igual que Belgrano) entendía que la monarquía constitucional representaba la única ingeniería institucional capaz de sostener la “unidad de régimen”, al entenderla como remedio seguro para frenar la “anarquía” y atemperar la proliferación de “soberanías independientes” que, bajo el protectorado de Artigas, habían desgajado de la égida del poder porteño las provincias del Litoral e incluso Córdoba.
En otra carta fechada el 22 de julio de 1816, el gobernador de Cuyo afirmaba: “Yo digo a Laprida [diputado por San Juan] lo admirable que me parece el plan de un Inca a la cabeza; las ventajas son geométricas; pero por la Patria les suplico no nos metan una regencia de personas; en el momento que pase de una, todo se paraliza y nos lleva el diablo”. Las preferencias monárquicas de San Martín eran correlativas con el rechazo de la federación: “Me muero cada vez que oigo hablar de Federación”, escribió, bajo la convicción que las “justas quejas” de las provincias contra la capital no justificaban adoptar la federación como sistema político en función del atraso cultural y económico que exhibían las provincias.
Cuyo juró y festejó la independencia con todos los rituales de rigor: las celebraciones se prolongaron durante varios días y envolvieron a las familias decentes y a los grupos plebeyos de las ciudades y sus campañas. Las fiestas alcanzaron también las Lagunas de Guanacache: allí fue el cura quien encabezó el solemne acto por el cual los feligreses indios y mestizos juraron el acta fundacional de las Provincias Unidas sobre la que se bosquejaría, tiempo después, la nación argentina.
*Carta de José de San Martín enviada a Tomás Godoy Cruz el 12 de abril de 1816.
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