Ricardo Villalba: “Desfinanciar a la universidad y a la ciencia públicas es matar al sistema”
Para el investigador principal del Conicet, con 44 años de carrera, no es una opción quedarse callado ante el menosprecio y el ataque al sistema. Dijo que la educación y la ciencia son centrales para que el país logre un crecimiento armónico y equitativo. Repasó su historia y compartió su sueño.
"Todas estas medidas que se toman, no ingreso de becarios, no ingresos a la carrera de investigador, están dañando fuertemente el sistema", dijo Villalba. Foto: Unidiversidad
A Ricardo Villalba lo mandaron muchas veces a lavar los platos. Ahora, lo hace otra vez el gobierno de Javier Milei, no con esa frase de Domingo Cavallo, el exministro de Economía de Carlos Menem, pero sí con palabras que menosprecian la actividad y con un recorte de recursos que la paraliza. Él, de 68 años de edad y 44 de carrera en la sede Mendoza del Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet), con los papeles de la jubilación aprobados y con un contrato para seguir trabajando ad honorem, se arremanga y va de nuevo, otra vez, una vez más, a explicar por qué la educación y la ciencia públicas son tan importantes para Argentina. Dice que ese sistema es el pilar del desarrollo armónico e igualitario en este y en cualquier lugar del mundo, que contribuye a solucionar problemas concretos de la población, y que desfinanciarlo, aunque no lo cierren, es igual a matarlo, a desperdiciar recursos humanos que, asegura, el país no se puede dar el lujo de perder.
Que cada tanto lo manden a lavar los platos no es gratuito. Villalba dice que es triste y doloroso, pero, un segundo después, repite que hay que seguir de pie, que es una obligación defender al sistema. “Lo peor sería que nos quedemos callados y dejemos que todo se caiga, se venga abajo. Decir: 'Bueno, doctor, su carrera ya terminó, vaya a jugar a las bochas como jubilado', más allá de que es superlindo jugar a las bochas, pero la situación es que mis colegas y yo no podemos aceptar que esto, que nos costó tanto, se destruya. Somos conscientes de que tenemos capacidad para aportar a solucionar problemas de Argentina, entonces no podemos dejar caer esto por todo lo que significa la educación pública, por todo lo que significa la ciencia pública, por todo lo que puede contribuir a este país y a su gente”.
Villalba recibe a Unidiversidad en la oficina que comparte con una colega en el Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (Ianigla). Para concertar la entrevista, hay que dejar de lado los apuros y la inmediatez de la época, porque nunca tuvo celular, aunque ahora lo obligaron a comprarse uno para poder cobrar la jubilación; no lo usa, sino que se comunica a través de correos electrónicos. Ese detalle se une a otros: pedalea a diario los 20 kilómetros que separan su casa, en Luján de Cuyo, del Conicet ubicado en el Parque San Martín, y su espacio de trabajo es uno de los pocos que no tienen aire acondicionado. Él explica que no puede inculcar el cuidado del medio ambiente y después actuar en sentido opuesto. De este lado, la razón es simple y se resume en una palabra: coherencia.
En esta oficina hay 44 años de carrera y de vida: fotos familiares, de glaciares, de la cordillera, mapas, trozos de árboles, libros y, pegado en un pizarrón, un artículo del diario Página/12 cuyo título es la frase de Cavallo, esa que dijo en los 90, cuando mandó a científicos y científicas a lavar los platos. El investigador principal, ingeniero forestal, especialista en dendrocronología, una disciplina que estudia los cambios ambientales registrados en los anillos de los árboles, que lideró el Inventario Nacional de Glaciares y ahora lleva adelante un estudio sobre los bosques nativos, que integra el Panel Intergubernamental de Cambio Climático, multipremiado aquí y en el exterior, confiesa que este lugar y sus equipos de trabajo lo hacen feliz, que está orgulloso de pertenecer al Conicet y al lugar de excelencia que logró en América Latina.
Villalba dijo que es necesario defender a la educación y a la ciencia públicas porque son valores centrales para el crecimiento. Foto: Unidiversidad
Una vida en clave pública
Villalba defiende la calidad de la educación pública con base en la práctica. Cuenta que su mamá Aída, modista, y su papá Arturo, que arreglaba radios, le inculcaron la importancia de estudiar, aunque no terminaron la primaria. Así lo hizo en su San Rafael natal, primero en la escuela del barrio, y después, en el bachillerato técnico agrario Pascual Iaccarini, donde dice que aprendió las materias y los valores que le sirvieron para su vida, donde la enseñanza se dividía entre el aula y la finca, donde manejaban el tractor, plantaban, cosechaban, cuidaban a los chanchos.
“Esa escuela fue un sueño fantástico, el grupo humano que se formó fue muy dichoso. En ese colegio no solo me enseñaron las materias y me dieron una base extraordinaria que me sirvió en mi carrera, sino que me enseñaron valores, la importancia del conocimiento, la capacidad de lograr cosas como grupo, cosas que no podías hacer en forma individual. Esa idea de que triunfamos como grupo la aprendí en el colegio, que el conocimiento es exitoso cuando es colectivo, algo que está muy lejos del individualismo que se quiere instalar en este momento”, expresa.
Esa escuela lo orientó hacia lo verde, hacia la producción, hacia el ambiente, y lo llevó a estudiar ingeniería Forestal en la Universidad Nacional de Santiago del Estero. En la carrera –cuenta– había una materia “cuco”, el terror del alumnado: Química Analítica, pero él era un maestro en la temática gracias a la formación que recibió en la secundaria. Finalmente, con la ayuda de becas, se recibió en la Universidad Nacional de La Plata. Ahí empezó otra historia, su historia en el Conicet.
La carrera científica de Villalba está marcada por los vaivenes económicos, por las mandadas a lavar los platos. Ingresó como becario del Ianigla en los 80 de la mano de su formador, José Boninsegna, pero, después de 12 años, no le renovaron la beca. Buscó alternativas, se ganó una beca en Colombia, donde hizo una maestría, conoció y se casó con su esposa, la también ingeniera argentina María Cristina Della Blanca, concluyó su formación, volvió a Argentina, ingresó nuevamente como becario, pero en los 90 lo mandaron a lavar platos.
Villalba se quedó otra vez sin trabajo, pero ahora con una familia, con dos hijos a los que les puso nombres mapuche: Tromen y Ayelén. Esta vez, lo salvó un profesor de la Universidad de Colorado, Tomás Vebles, que le ofreció hacer un doctorado, y allá se fueron. Tiempo después, le avisaron que el Conicet había aceptado la presentación a carrera que realizó seis años antes, en 1986, pero debían volver de inmediato. Y volvieron. Luego, consiguió una beca para hacer un posdoctorado y lo hizo en el Instituto de Observación de la Tierra, de la Universidad de Columbia; lo terminó y regresó al país.
Ahora, con 44 años en el Conicet y su jubilación ya aceptada, seguirá con un cargo ad honorem porque cuenta que tiene tres becarios y cinco investigadores a cargo, asistentes y un trabajo en curso sobre bosques que no puede –ni quiere– dejar. “Esto es mi vida. Yo amo esto que estoy haciendo. Lo paso muy bien”, resume.
Hace 44 años que Villalba trabaja en el Conicet. Ahora, luego de que le aceptaron los papeles de la jubilación, seguirá ad honorem. Foto: Unidiversidad
A lavar los platos
Después de toda su carrera, ¿cuál es el sentimiento que tiene frente a los ataques al sistema científico, frente a los recortes?
Es muy triste, muy doloroso, sobre todo cuando a la ciencia argentina, en especial el Conicet, se la evalúa a nivel de instituciones científicas y es la más productiva de toda América Latina. Y eso se logró con investigadores que se formaron como yo, a los golpes, a los palos, yendo de un lado para otro por esta inestabilidad que caracteriza a Argentina y, sin embargo, estamos acá porque amamos el país, porque hacemos cosas para proteger sus glaciares, ahora para proteger sus bosques, porque uno quiere esto, se siente bien en el país, entonces resulta muy triste ver que hay como un descuido. Un desfinanciamiento de la universidad pública, del sistema científico, es darles un golpe muy duro, porque son imprescindibles. Y aun cuando no se cierre la universidad, aun cuando no se cierre el Conicet, desfinanciar las instituciones, desfinanciar la universidad, desfinanciar la ciencia, es matar al sistema de alguna forma, es destruir todo lo que costó tanto construir, lo que significa, el orgullo que yo siento de la educación pública, el orgullo de formar parte del Conicet. Yo estoy muy orgulloso del Conicet y del pueblo argentino que me ha dado esta oportunidad para vivir aquí 44 años, trabajar fuertemente en algo, dedicarle mi vida y recibir un montón de satisfacciones; gente que se formó, hay más de 20 investigadores que han ingresado bajo mi dirección, 15 becarios, también un número muy alto de tesis doctorales, todas alegrías, todos momentos compartidos con grupos. Esto, más allá de mi familia, me llena la vida, entonces me duele mucho. Quisiera pensar que es desinformación de la gente que toma estas decisiones y no que es algo intencional, porque, sinceramente, yo que puedo comparar con las universidad privadas americanas donde estudié y trabajé, obviamente ellos tienen más recursos, pero la calidad de la educación no pasa simplemente por la cantidad de recursos, sino que está compuesta por el espíritu y el alma del profesor que tenés enfrente, y yo creo que la universidad pública, obviamente no todos, tiene personas que llenan esos requisitos, que tienen un espíritu y una capacidad de transmisión increíbles. Yo recuerdo a profesores que, cuando hablaban, se me ponía la piel de gallina y, cuando una persona mayor logra emocionar a alguien que está aprendiendo, es fantástico. Eso me pasó en Argentina, no me pasó en ningún otro lado.
Desde el gobierno, aseguran que es necesario corregir aspectos que no funcionan en el sistema…
Todo sistema tiene problemas, es corregible, pero una cosa es buscar corregir un sistema y otra es tratar de reemplazarlo, reemplazar la educación pública por una educación privada, reemplazar la ciencia pública por una ciencia privada, porque los intereses, los objetivos, serían totalmente distintos de los que necesitamos como pueblo argentino, como nación, como territorio, aquí en el fin del mundo, en esta situación geográfica tan particular. No puedo aplicar conocimientos generalistas si no me formo aquí, si no conozco las necesidades del pueblo que vive en este lugar del cual formamos parte, es difícil aportar para la solución de los problemas.
¿Para qué sirve tener un sistema científico nacional?
El sistema científico es clave y fundamental porque la ciencia y la educación son el pilar de un desarrollo armónico e igualitario en todos los lugares del mundo. La educación pública es la que da esa posibilidad. Me ha tocado a mí poder formar parte, contribuir con este sistema, y eso ha sido gracias a la educación pública, a la escuela, a la universidad pública y al Conicet, que me han dado la oportunidad de formar parte del sistema científico, de formar parte del Panel Intergubernamental del Cambio Climático a nivel mundial, de tener reconocimiento, y no es para mostrar un logro personal, sino para mostrar que lo obtuve en este sistema que me ha dado todo y me ha permitido que no solo mis trabajos sean reconocidos internacionalmente, sino que me da la posibilidad de aportar para resolver problemas de la sociedad. Haber liderado el Inventario Nacional de Glaciares, conseguir que Ianigla esté en una ley nacional, que sea el responsable por ley de cuidar y defender un recurso clave, un recurso estratégico como el agua, que es fundamental para la provincia de Mendoza, es importante. Entonces, la ciencia me permite contribuir al avance del conocimiento no solo de Argentina, sino a nivel internacional, a poder contribuir a la toma de decisiones de situaciones particulares que hacen a la vida de los argentinos, a la vida de los mendocinos. La ciencia es una herramienta clave y fundamental, y te provee una visión para resolver problemas que no se da en otros ámbitos, y no porque la gente no tenga la capacidad, sino porque está en otras cosas en las que son mucho más expertos que nosotros. Todos somos parte de estos ladrillos que componen la sociedad: médicos, maestros, enfermeros, choferes de colectivo; la ciencia también es un ladrillo de esta sociedad que necesita estar presente para avanzar en forma armónica y para mejorar la calidad de vida de todos. La ciencia no es la única solución, no, lejos de eso, pero sí es un elemento imprescindible en este conjunto de componentes de una sociedad para lograr el crecimiento armónico y sustentable que buscamos.
Debido a los recortes, no ingresaron a Conicet profesionales que ya cumplieron con todos los requisitos. ¿Qué produce esta decisión en el sistema?
Cortar el ingreso de becarios significa no darle la posibilidad a una generación de formarse y aportar al sistema. Además, en este momento, hay colegas que volvieron del exterior después de doctorarse, pero, como no hay nombramientos, los tienen ahí, en el aire. Eso es desperdiciar los recursos, desperdiciar a nuestra gente, a personas que, si estuvieron trabajando en Nueva York, en California, en Barcelona, en los centros de investigación más importantes del mundo, es porque tienen la capacidad para hacerlo, allá no van a traer a alguien porque es la sobrina, el tío o el pariente; no, es porque tienen la capacidad, y perder eso es tristísimo. Cerrar la ciencia a una determinada generación es muy triste, es una cuestión de falta de justicia social, es quitarle la posibilidad de ser algo. No podemos hacer eso porque produce un daño irreparable que cuesta muchísimo rehacer. Con todo el esfuerzo que han hecho algunos gobiernos, y no voy a dar nombres, pero la ciencia alcanzó a tener el 0,36 % del Producto Bruto Interno (PBI) y, por determinadas situaciones, por estos envíos a lavar los platos, cayó al 0,21 %. Los gobiernos después hicieron todo lo posible para aumentarlo y hemos llegado al 0,25 %, pero ahora estamos cayendo nuevamente. Después no es sencillo volver al porcentaje anterior, no podemos volver a tener lo que teníamos hace 10 o 15 años. Todas estas medidas que se toman ahora: no ingreso de becarios, no ingresos a la carrera de investigador, no ingreso a cargos en la universidad, todo eso está dañando muy fuertemente nuestro sistema, nuestra capacidad de haber logrado, en el caso de Conicet, ser la institución de ciencia del Estado más importante de América Latina. Eso no es un milagro, no se hace de un día para otro; se consigue con esfuerzo, con dedicación, con políticas que apoyen esto. Entonces, cuando uno ve que todo eso se trata de destruir, de menospreciar, de no proveer los recursos, es muy triste. No se está pidiendo que la ciencia tenga el 50 % del PBI argentino, pero mantener lo que está, que no se destruya, es clave, porque lo que se destruyó en dos o tres meses va a llevar años recuperarlo. No nos podemos dar el lujo, en la situación en la que estamos, de que esto ocurra.
El investigador dijo que Argentina no se puede dar el lujo de desperdiciar un recurso humano formado y con capacidad de aportar al país. Foto: Unidiversidad
Defender el sistema con participación
¿Cuál es su forma de defender al sistema?
Participar, movilizarse, estar presente y manifestarlo en cada momento; si hay una manifestación, hay que participar. Yo fui con mis nietos a las manifestaciones de la universidad por los valores que la universidad me dio, por lo que representa para mí la universidad y, en el momento que puedo, les presento a periodistas este panorama, de que no se puede dejar afuera a becarios, a investigadores que nos costó muchísimo formar, que tenemos el lujo de que sean reconocidos internacionalmente, no los podemos dejar afuera, el país los necesita. Creo que lo peor sería que nos quedemos callados, y dejar y esperar que todo se caiga y se venga abajo, decir: "Bueno, doctor, su carrera ya terminó, vaya a jugar a las bochas como jubilado", más allá que es superlindo jugar a las bochas, pero no, la situación es que todos mis colegas y yo no podemos aceptar que esto, que nos costó tanto, se destruya. Nosotros somos conscientes de que tenemos capacidad para aportar y solucionar problemas de Argentina, no podemos dejar caer el sistema por todo lo que significa la educación pública, por todo lo que significa la ciencia pública, por todo lo que puede contribuir a este país y a su gente. De ahí va a salir un desarrollo armónico y un futuro próspero, no pensando que todo lo traemos de afuera, que puede hacerlo solo la actividad privada, más allá de todo el reconocimiento a la actividad privada, que es fantástica, pero tenemos que ser conscientes de que hay facetas en las cuales el Estado es clave y fundamental, como la educación y la ciencia. Son dos pilares, tenemos que mantenerlos, respetarlos y luchar para que el sistema público, tanto educativo como científico, no pierda calidad.
A usted le otorgaron cientos de premios aquí y en el exterior, ¿hay alguno más que le gustaría recibir?
No, pienso que no son necesario más reconocimientos, porque los reconocimientos, como hablamos a lo largo de la charla, son algo muy individual, muy particular, generalmente son a una persona. Yo por ahora estoy muy feliz como estoy y no necesito más reconocimientos. Sí me encantaría que la población de argentina, que la población de Mendoza, que el mundo en el que vivimos haga un reconocimiento a la ciencia, a la contribución de la ciencia, a valorar la ciencia. Un reconocimiento a los científicos argentinos, a la ciencia argentina y al esfuerzo que hacemos.
¿Qué le queda por hacer, cuál es su sueño?
Sería muy feliz si Argentina pudiera volver al camino del crecimiento, volver al camino del respeto por las instituciones, del respeto por nuestro ambiente, del respeto por las personas, del respeto por la educación pública argentina, que tantas satisfacciones nos ha dado, que nos posiciona en el mundo, que hace que un científico argentino formado en nuestro país tenga la capacidad de sentarse en cualquier lado, de liderar proyectos a nivel mundial. Poder retomar ese camino me haría muy feliz. Creo hay que seguir con el trabajo diario y no aflojarle, seguir en Mendoza mirando lo que hacemos, trabajando, comunicando, seguir con la interacción con la universidad. No hay que aflojar, hay que seguir en la lucha por mantener valores que conseguimos. Eso me haría muy feliz, más allá del cariño que les tengo a mis maderas, que a los 68 años me siguen enseñando y moviendo las estructuras de este mundo maravilloso que nos ha tocado vivir.
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