Re-entrevista a Rafael Morán: "Yo no olvido"
La re-entrevista al periodista trae datos reveladores tras la primera entrevista. El rol del diario Los Andes, la relación de los comunicadores con el poder de facto. El caso Di Benedetto y el particular saldo que le dejó la dictadura.
Rafael abre la puerta. Se muestra amable y correcto. Nos lleva hasta su lugar en el mundo.
A continuación del garaje de su vivienda, detrás de una puerta corrediza de madera, se esconde una suerte de estudio que se asemeja a una redacción. Es increíble el parecido. Armarios repletos de carpetas y documentos perfectamente ordenados y clasificados. Libros por todos lados, papeles, escritorios con computadoras, una máquina de escribir Olivetti y una portátil a su lado.
Sobre las paredes, fotos con Raúl Alfonsín y con Rodolfo Gabrielli. En uno de los costados del salón, un mueble que le hizo un importante artista cubano en donde atesora recuerdos de sus viajes por el mundo. Hay un mundo en ese lugar, hay historias.
Rafael Morán (71) es un ícono del periodismo mendocino. Está asociado con la práctica enérgica y resistente en un contexto sombrío y difícil, como fue la dictadura cívico-militar. Además, es padre de Sergio y Fernando, y pareja actual de la directora de la escuela Normal, Amalia Vergara. Morán empezó su carrera de oficio, a sus tempranos 21 años y en el vespertino El Tiempo de Cuyo. Pronto entendió que era importante especializarse e hizo cuanto curso pudo. Cuarenta años de oficio. Trabajó en Clarín, en Los Andes, de donde se lo llevó la dictadura, y en Elevediez, donde llegó a ser gerente de noticias. Se destacó como columnista del semanario de investigación El Sol y como analista político en Canal 9 de Mendoza durante ocho años. Morán fue perseguido, entregado y encarcelado. Y es un incólume testigo denunciante de lo que ocurrió en los 70. Lo detuvieron en la redacción de diario Los Andes, como al gran escritor y periodista Antonio Di Benedetto, como a la maravillosa y comprometida Norma Sibilla.
Dice no haberse guardado rencores y que la dictadura terminó beneficiándolo. Reconoce que el recuerdo se reedita, pero sólo eso ocurre cuando hay constancia de lo que se ha vivido.
¿Cómo era la relación entre los colegas en los 70? ¿Hubo un periodismo entregador?
Se ha dicho mucho. Pero yo voy a decir solo lo que me consta. Supe de un periodista llamado Raúl Bragadin, periodista de Nihuil en aquellos años, encargado de prensa de comando de la 8ª Brigada de Infantería de Montaña. Era un hombre ridículo, un alcahuete de sus propios colegas, un tipo que se ponía el uniforme de combate para determinadas acciones. Por ejemplo, cuando clausuraron El Andino (el diario vespertino de Los Andes) fue con una pistola Ballester Molina 45 en la cintura. Un individuo desdeñable, por cierto. Además de haber delatado a otros colegas, me delató a mí para que fuera detenido. En ese entonces trabajaba en Los Andes. A las 5 de la mañana cayó al lugar para ver quién estaba, porque los milicos no me encontraban. Habían ido a mi casa a hacer un allanamiento y no me hallaron. Cuando el tipo me vio en el diario se retiró, y a la media hora me vinieron a buscar. Un entregador. Sin lugar a dudas, hubo periodistas que simpatizaban con los intereses de los milicos.
¿Quién fue Coll y qué papel jugó?
Era un hombre, profesor de Metafísica, de Filosofía de la UNCUYO, muy preparado pero bucólico. Un poco gordo, le costaba moverse, más bien cansino y callado. No tenía simpatía por los movimientos gremiales ni por alguna corriente más progresista que había en el diario. Y al tiempo de salir detenido me contaron que un ordenanza, revisando su escritorio, encontró una lista que coincidía con los nombres de los detenidos. Este se la entregó a Enrique Ferrari y él se la dio a un periodista que hacía Gremiales.
¿Cuánto tiempo estuvo encarcelado y en qué condiciones?
Cuatro meses y medio estuve. Te cuento cómo fue que supe lo del golpe. Yo era jefe de Policiales, entonces casi todos los días iba a la Jefatura de Policía que funcionaba en la calle Patricias Mendocinas.
El jefe de policías era (Julio César) Santuccione y el vicejefe era el comisario Arrieta Cortese. Yo iba a buscar robos y hurtos, charlaba con uno y otro, y noté ese día un enorme movimiento. Me fui hasta el despacho de los jefes y uno de ellos me dijo: “Creo que el golpe es a medianoche”.
Volví al diario a comentarlo, y ya se habían advertido movimientos extraños en Buenos Aires y también habían llegado un par de cables de (la agencia) Noticias Argentinas, que decían que habría una asonada militar en pocas horas. "Bueno", les dije, "yo lo tengo confirmado", y Alberto San Martín me dijo: "Bueno, preparemos una segunda edición".
Me llamó Antonio Di Benedetto, me dijo: “Rafael, han venido a buscarme a la casa de mi hermana, mire qué ignorante es esta gente que no tienen mi domicilio, yo hace 30 años que no estoy más con mi hermana. Voy a ir a mi casa" (vivía en Pedro B Palacios y Catamarca, que fue derruida).
Le dije que lo acompañaría con (el periodista) Miguel Títiro por mi vinculación y mis contactos, debido a que era jefe de Policiales en el diario y pensé que podía serle útil.
Pasaban los vehículos militares. Tenían un triángulo invertido que les servía para identificarse como propia tropa. Tomamos un vino, esperamos un rato y nos volvimos al diario. Antonio se quedó en su casa por si querían ir a detenerlo.
Me llamaron para informarme que le habían hecho un allanamiento al presidente del diario, en la calle Boulogne Sur Mer, cerca de los Portones del Parque. Le gritamos y nos abrió. Lo habían amenazado, intimidado. Los milicos después dijeron que creían que ahí vivía Roberto Roitman (el economista) y nada que ver.
Volvimos al diario, la llamé a mi esposa y le pedí que se quedara con sus padres, porque mis suegros estaban cuidando a mis hijos y vivían a una cuadra de mi casa. Ella se fue ahí y vio todos los movimientos militares cuando intentaron allanar la casa, hicieron el cerco de una manzana. Un imberbe subteniente les gritaba que tuvieran cuidado porque éramos dos subversivos peligrosos, eso me contaron los vecinos.
Se subieron por los techos del patio, y otros por la parte de delante de la casa y, como a mí se me había roto una llave en la cocina, yo le había puesto un hierro atravesado que trababa la puerta. Entonces ellos decían: “Salí, hijo de puta, te vamos a matar”, creyendo que alguien les hacía fuerza desde adentro.
Fueron tan torpes que tiraron una bomba de gas y también fueron afectados ellos. No pudieron entrar. Menos mal, porque me hubieran hecho un desastre, porque se robaban todo, se hubieran llevado mi biblioteca, que era lo más preciado.
¿Dónde vivía en ese entonces? ¿Dónde fue eso?
Barrio de Suboficiales del Ejército. Mi suegro vivía a una cuadra, en Bahía Blanca a media cuadra del Zanjón de los Ciruelos, en la Sexta.
¿Cuándo lo detuvieron?
El mismo 24 de marzo. Cuando me detuvieron fueron a buscarme los de Inteligencia, yo estaba con Títiro y un chofer que se llamaba Ferreira. Y dije: “Bueno, un momento, vamos a ver qué dice di Benedetto”. Él estaba reunido en su despacho con San Martin y dos tipos de la Armada. Di Bendetto me dijo que fuera.
“Quédate tranquilo, que hacen una averiguación de antecedentes y en 48 horas estás liberado”, me dijeron los milicos mientras me palpaban de armas en la vereda. Yo llevaba mis documentos que jamás me los pidieron.
¿Por qué considera que los militares estaban tan en contra de Antonio di Benedetto?
Tengo cinco o seis de las causales por las que fue detenido. La primera es que había sido simpatizante del Partido Socialista Argentino, sobre todo en su época de estudiante de Abogacía, y siempre fue un socialista muy antiperonista. En segundo lugar es que, cuando a él lo nombraron secretario de redacción de Los Andes, trajo a varios periodistas que consideraron que eran gente de izquierda; entre ellos, mi mujer y yo. (Rodolfo) Braceli y (Jorge) Bonardel ya estaban. Nos consideraban gente subversiva. La tercera cosa es que Di Benedetto recibía regalías por carta de Alemania y Francia por las traducciones de sus libros. Ellos consideraban que esa plata era un aporte, algo así como que él era el tesorero del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en la región. La cuarta cuestión era que en la Francia socialista tenía muchos amigos intelectuales. El quinto argumento era que él participó de una famosa reunión en la 8ª Brigada de Infantería de Montaña para corresponsales y directores de diarios. Ya lo habían detenido a Bonardel y él le pidió al General Santiago que hiciera algo. Di Benedetto les dijo “Ustedes son muy brutos, ustedes no entienden”. Y esa expresión no cayó bien. Y no se lo perdonaron nunca. Por estas razones, a Di Benedetto le crearon una causa subversiva.
A usted, ¿cómo lo trataron?
Bien. A mí me interrogaron cuatro veces, todas con una capucha que era una “bolsa de rancho”. Nos daban eso para guardar los utensilios para comer. Esa misma bolsa te la ponían para que no los vieras. El 80 o 90 por ciento de los interrogatorios era sobre Di Benedetto o sobre Bonardel.
Eran gente ignorante. No sabían que Di Benedetto era un preciosista del lenguaje. Socialmente, en su literatura no era muy comprometido abiertamente, era un inventor de historias.
La arbitrariedad de los militares era terrible. Yo fui detenido el 24 de marzo, pasé a disposición del Poder Ejecutivo en junio, me liberaron el 5 de agosto.
Recuerdo que nos querían quitar las casas que nos había dado el Ujemvi. Dijeron que a los subversivos les quitarían las viviendas y se las darían a los militares. Y mi casa estaba adjudicada de palabra a un interventor del Sute, capitán Peroni, entonces mis padres y mis suegros fueron verlo a Tamer Yapur para que intercediera y me dejaran libre.
Yo salí con el Chango Díaz, el mismo día (¿te acordás, el que fue ministro de Menem?) y cuatro gremialistas de un frigorífico que habían hecho una huelga. Vino Yapur y nos habló. Yo le pregunté si podía volver al periodismo y me dijo que sí.
Cuando lo detienen a usted, ¿qué pasa con su compañera Norma?
Cuando me detuvieron a mí, mi mujer se refugió en la casa de un tío italiano que vivía a 30 metros del D2, así que ella veía el movimiento que hacía la policía desde la ventana. Los chicos seguían con sus abuelos, uno con mis padres y el otro con mis suegros.
A esa casa la fueron a ver dirigentes radicales. Alberto Day y Alfredo Mosso iban todos los días a decirle cómo iban las cosas. Hasta que el mismo Mosso se encontró en una lista como posible sospechoso y decidió irse al Perú por temor.
A mi mujer le llegó a la casa de mis suegros un telegrama del diario intimándola a volver a trabajo; si no se presentaba en 48 horas, iba a ser despedida. Day le dijo que se presentara. A los tres o cuatro días la detuvieron en el Los Andes.
El mismo diario la obligó a renunciar estando en la cárcel. Los militares le dijeron que así obtendría su libertad.
Un buen ejemplo de la complicidad empresarial con la dictadura. El diario la visibiliza y los militares la detienen.
Claro. El diario fue cómplice desde todo punto de vista. A ella la presionaron para que se presentara a trabajar, seguramente en connivencia con los militares, para que apareciera y fuera detenida. Segunda connivencia: le exigieron la renuncia. Ella estuvo ocho meses y medio, primero en un campo de concentración y luego, en la cárcel. Como a nosotros nos despidieron del diario le iniciamos una demanda, entonces el diario negoció con los militares para que eso no se llevara adelante.
Recuerdo haber leído que, luego de que fuera liberado, tuvo dos años de “ostracismo”. ¿Qué pasó en ese tiempo?
Hice de todo. Fui a buscar trabajo en una compañía constructora, personal de vigilancia, había que comer. Pero cuando descubrieron que yo era quien era, inmediatamente me dieron un cargo jerárquico, eso me sirvió para la jubilación. Después, con mi suegro nos pusimos a hacer pan, yo hacía el reparto en la 4ª Brigada Aérea.
Un día me llamó el jefe de prensa de Elevediez y me dijo si quería trabajar. Simultáneamente me ofrecieron trabajar para el Mundial. Sentí que era volver al ruedo.
¿Cuáles fueron los daños personales y económicos que le dejó la dictadura? ¿Y cuál el aprendizaje?
Los milicos vivían haciendo daño, usurpando el poder, eran casi un partido político. El aprendizaje que me dejaron es que nunca la violencia, ni nunca las ideas extremas pueden promover otra cosa que no sea la violencia. Siempre hay que apostar a la democracia, siempre. Esa es la tremenda enseñanza, pelear por la República, por la división de poderes, por la tolerancia, porque los países que progresan y son adultos sin pensamientos extremos institucionales, no crean odios entre facciones, no hay lugar para las revanchas. Nunca la violencia, ni física ni verbal.
¿Daño? Temporal de unos años. No pudimos trabajar. Mi mujer tardó ocho años en volver a trabajar. Felipe Llaver la llevó, como gesto de reivindicación, como jefa de prensa de su gestión. Ella fue socialista y canalizó por Alfonsín, fue miembro de la UCR, asesora del Viti Fayad y de Iglesias.
Estuvimos muy acotados, nos costó mucho volver. Fue como una segunda iniciación. El daño a mis hijos, el shock de abandono forzado en el más chico, con secuelas que le quedaron muchos años y probablemente aún le queden.
En los hechos reales, me trajo más beneficios que daños. Porque estos militares, en su brusquedad, en su torpeza, en su falta de inteligencia, nos convirtieron a algunos en cuasi héroes que nunca fuimos, nos colgaron una tremenda medalla.
Cuando gané el concurso de Clarín me ayudó haber estado detenido. ¡Me ayudó! Tanto es así que la gente que me entrevista, me entrevista sobre lo mismo.
Pude progresar, tengo una vida buena, viajo, estamos sanos, no me quedaron secuelas de ningún tipo, no hay rencor, está todo saldado. Les enseñé a mis hijos que no se podía vivir con el rencor. Les dije: “No te hace daño el que quiere, sino el que puede”. Por eso te digo que a mí los militares, más que un daño, me beneficiaron.
Yo nunca pedí trabajo en el periodismo, tuve la enorme suerte de que siempre me llamaron. Una cosa es no tener rencor y otra cosa es el olvido. Yo no olvido.
¿Qué opinión le merece el periodismo militante?, le preguntamos. "Bueno, yo no adhiero al periodismo militante. Yo adhiero al periodismo profesional. Un periodista puede tener sus ideas: radicales, peronistas, socialistas, lo que fuere. Pero primero el periodista tiene que ser profesional. El militante no es periodismo, es propaganda. A eso yo no lo llamo periodismo, es una cosa de la publicidad. Pero el llamado periodismo militante también está orientado a la investigación de los hechos de la dictadura y la reivindicación de los derechos humanos, insistimos."Que se investiguen los hechos de la dictadura está bien, tenemos que llegar a la verdad y tiene que hacerse justicia. Se debe buscar la verdad, se debe juzgar y condenar a los culpables. Las heridas se curarán sólo con justicia. Los derechos humanos son sagrados. No podemos apostar a un país donde hay un permanente rencor de unos contra otros, tenemos que salir adelante. Pero se sale adelante con justicia y verdad".
Bonus track
El libro. “Tengo mucho material de archivo para eso. Cartas con Antonio Di Benedetto en España y Buenos Aires. Tengo archivos inéditos de la guerra de Malvinas que no los tiene nadie en el país. Podría hacer muchas teorías, con algún toque sociológico, pero no está cerrado. Eso está pendiente”.
Norma (Sibilla) en la vida de Rafael. “Fue una mujer que admiré entrañablemente. Era admirable, todo el mundo la quería. Ella era como un manantial. ¿Viste cuando el agua brota de un manantial? Bueno, su periodismo era así. Ella escribía con una facilidad, con una versatilidad, parecía hacerlo sin esfuerzo, tenía ese don. Norma brotaba sola. Tenía cierto carisma. Si no hubiera muerto, hubiera llegado muy lejos, te lo puedo asegurar. Era una mujer como pocas. Era 'una' de las pocas”.
Nota del Editor: La re-entrevista es la compulsa periodística donde se profundiza sobre el entrevistado. La particularidad es que es realizada en un segundo momento y por otrx periodista tras haber leído detenidamemnte el primer abordaje, lo que garantiza otro punto de vista para enriquecer y profundizar el trabajo. Para acceder a la primera entrevista hagan clic en: Rafael Morán y la difícil tarea de ser periodista en la dictadura.
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