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20 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Foto publicada en nexteducacion.com
El intento de asesinato hacia un candidato del peronismo en Corrientes llama la atención sobre los extremos de violencia a que se va llegando en el país. Antes hubo aquella bomba hacia un local de la Cámpora en Bahía Blanca, el día de la elección correntina un atropello de automóvil de un intendente hacia otro candidato del FdT, la semana pasada un grupo de matones agredió a docentes de la Univ. de Formosa que adhieren a las posiciones del gobierno nacional. Es evidente que asistimos a una escalada. El necesario repudio de parte del principal sector político opositor, “te lo debo”: ni siquiera por guardar apariencias se apuesta ya a aislar los hechos de violencia.
Es que la satanización discursiva por parte de la tv y los medios hegemónicos ha abierto el camino a la agresión. Los insultos brutales de Milei, las degradantes referencias de periodistas a diario para establecer quién hace peor maledicencia sobre la ex presidenta, la barbarie verbal no es en vano: bien decía Freud que quien empieza cediendo en las palabras, termina haciéndolo en los hechos. A las palabras no se las lleva el viento: la agresión unilateral, permanente, hiriente y desmedida que se hace por los medios masivos, es el camino hacia las prácticas de violencia.
Por supuesto, en la satanización del adversario (ciertamente ajena a la democracia) está la base para luego hacer cualquier barbaridad como si fuera justificable. Si el otro es el mal sin mezcla de bien alguno, tomaremos por bueno hacerle el mal. Agredir al “malo” es ser bueno, según esta lógica. Por lo tanto, la degradación televisiva, hecha con las más bajas técnicas y apelaciones a la chismografía y la falsedad, es el camino hacia la violencia directa.
El camino ha estado jalonado con golpes a vehículos de periodistas de C5N, persecución a personas para golpearlas durante las manifestaciones en el Obelisco, ataúdes fingidos en las movilizaciones de la derecha, bolsas negras mortuorias con nombres tan respetables como el de Estela de Carlotto, horcas de donde han colgado muñecos con el nombre de la ex presidenta y alguno de sus adláteres, llamados a “fusilar” a miembros del actual gobierno, y parecidas actitudes de “hondo sentido republicano”, a juzgar por el discurso de quienes se autoatribuyen legitimidad para promover esos actos de barbarie.
En otras épocas se persiguió y mató en nombre de la libertad, se bombardeó civiles en Plaza de mayo con el pretexto de superar pretendidas tiranías, se proscribió al peronismo casi 20 años en nombre de las instituciones republicanas. Es evidente que autoproclamarse exclusivos Señores de la Institucionalidad, da lugar a toda clase de acciones antiinstitucionales: en cambio, cuidar la República es cuidar seriamente el suelo común de reglas que hacen al conjunto de la sociedad, y tomar el compromiso de cumplirlas a rajatabla.
No es sólo “odio”, como hoy se dice. Claro que lo hay, pero odio siente cualquiera, en algún momento todos lo hemos sentido. El problema no es sentirlo sino dejarlo correr, darle cauce por vía práctica, vehiculizarlo en el lenguaje público. Se requiere exigir a los medios de comunicación un límite a los adjetivos (des)calificativos, y un mínimo apego descriptivo a los hechos. Hoy nadie informa: se trata de adoctrinar y de bajar línea sin límites y –peor- sosteniendo que se hace un hipócrita y parcialísimo “periodismo independiente”. In the pendiente, como decía Mafalda.
Y también hay goce, en el sentido lacaniano de la palabra. Hay goce en humillar al otro por tv, dado que no se pudo hacerlo en la práctica. Tras persecusiones hechas por personajes como el hoy prófugo “Pepín”, tras sufrir prisiones preventivas injustificables, tras la apelación interminable a supuesta corrupción de sus líderes, el peronismo subsistió al gobierno anterior. No sólo es que no desapareció: persistió, se organizó, ganó en primera vuelta la elección. El resentimiento de los perdidosos se expresa en la bilis del vilipendio mediático, del ataque artero que permite la impunidad del micrófono, de esa mezcla de ignorancia y mala fe que lleva –justo dos días luego del atentado a balazos al diputado en Corrientes- a Mirta Legrand a acusar de “nazismo” a los que piensan diferente de ella y sus lugares comunes.
Ojalá recuperemos la dignidad y la lucidez, si bien nada parece ir en esa dirección. Si continúa esta situación, que atribuye toda violencia a un peronismo que hace décadas ya no la tiene en su seno –por ej., aquella de la llamada “burocracia sindical”-, iremos hacia consecuencias que son imprevisibles, pero en ningún caso pacíficas. Necesitamos cimentar la paz social y reasumir la convivencia, aun sabiendo que la misma siempre es conflictiva. De lo que se trata, es de encontrar cauces convivenciales al conflicto: la satanización del otro conlleva la imposibilidad de sostener el necesario pacto social.
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