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26 DE DICIEMBRE DE 2024
Preocupa el deterioro del arbolado público de Mendoza. ¿Cuál es nuestra responsabilidad?
Foto: Axel Lloret
Hay bosques que daban
oxígeno y sombra
y ahora ya ni se ven.
La Tierra se retuerce por dentro
y hay tantas flores que ya no crecen.
(Pachamama, Canción de Arbolito)
Por: Jorge Fernández Rojas - Ilustración: Pablo Pavezka
El mayo que pasó fue uno de los meses más mojados y casi no vimos el sol por Mendoza. Una amiga se quejaba entonces de no poder “hacer fotosíntesis”. La ocurrencia certera actuó como un disparador inspirador para recordar la importancia que tienen los árboles para nosotros.
Aunque todo parezca dado, en nuestro caso no lo es, y la realidad mendocina depende de nosotros exclusivamente. Por eso la queja de no poder hacer fotosíntesis era oportuna, ya que eso es lo que ocurre a diario, de modo rutinario y, en consecuencia, los árboles públicos, los que flanquean nuestro paso, son los que hacen ese trabajo.
Estas imágenes son propicias para advertir este despliegue verde en estas páginas que contienen datos y precisiones que son tomadas cotidianamente como obvias, pero que al resaltarlas terminan siendo reveladoras.
La idea de revisar la situación del arbolado público nos obligó a tener una mirada retrospectiva. Los expertos que estudian las sufridas plantas nos impulsaron a ver hacia dentro de la vida vegetal lo que nuestra existencia fugaz nos lleva sin advertir muchas veces.
De acuerdo con lo que describe Sergio Carrieri en este trabajo periodístico de Edición U, “los árboles disminuyen la temperatura ambiental, protegen contra los rayos ultravioletas, fijan elementos contaminantes líquidos y gaseosos, aumentan la humedad, producen oxígeno, disminuyen la incidencia de vientos y su belleza redunda en una mejor calidad de vida y en divisas, ya que existe un retorno económico a través del turismo”.
Claro que esa descripción de un ingeniero agrónomo y catedrático de la UNCUYO contrasta con los desarrollos urbanísticos que crecen exponencialmente en Mendoza. Sólo basta ver los árboles que crecieron a la vera de la antigua hijuela que dio lugar a la calle Tiburcio Benegas de la ciudad de Mendoza. En el tramo entre Suipacha y Jorge Newbery “cayeron” unos 40 ejemplares por las grandes torres donde vivirán unas 4000 personas.
Un dato estimativo proyecta 1 millón de árboles en el Gran Mendoza que se enraízan a la vera de las acequias hormigonadas, obligándolos a buscar humedad en las concavidades cloacales para sostenerse. Por eso terminan levantando veredas y taponando ductos de servicios. La coincidencia estadística hace notar que a cada habitante del conglomerado más grande de la provincia le corresponde un árbol que sobrevive a su lado.
También es evidente que el incremento de la mancha urbana fue acompañado por la implantación de árboles a la orilla de cada cauce barrial y nuestros habitantes verdes se fueron acomodando a esa geografía, en desmedro de la flora autóctona.
Como ejemplo de nuestra inconciencia ecológica histórica es útil recordar que hace 40 años era una tarea familiar y recreativa ir “a buscar leña al campo”. La imagen de retorno de esas incursiones eran autos con grandes cantidades de jarilla sobre sus techos como un trofeo expedicionario. El arbusto siempreverde característico de nuestra región fue una de las primeras víctimas de la deforestación familiar como un símbolo negativo social.
Estos recordatorios pretenden ser un incentivo para leer este despliegue de información ordenada a modo de escaneo de los seres vegetales que hacen el trabajo “sucio” de convertir en oxígeno, que inhalamos, el dióxido de carbono que exhalamos.
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