Último programa de "Apuntes": recorrido por sus tres años
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20 DE DICIEMBRE DE 2024
Por Leandro Hidalgo, escritor y sociólogo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCUYO.
Foto: prensa Casa Rosada
Estamos devastados. Buscando un álbum, un libro, un comentario. La Plaza de Mayo que vimos desde Mendoza fue un hilo diminuto de energía enterrada. Gente trabajadora vitoreando motosierras, cantando por mayores recortes, vivando la quita, apoyando al instante la desesperación de treinta días después. Por momentos, se vuelve indescriptible. La dispersión es tal que se trizan los celulares donde confirmamos la verdad personal. Alguna vez va a ganar las elecciones un robot.
No necesitan dictaduras los mercados. No ofrecemos resistencia a la amnesia digital que nos proponen. No necesitan perseguir a los jóvenes, a nuestros estudiantes. No necesitan espiarlos. Apenas algunas bellas palabras apropiadas: la libertad, el cambio. Otras tantas, resignificadas: ajuste, merecer. Apenas el algoritmo basta para ser pensados, para la ficción de un régimen que se viene con muerte anunciada, tal como está escrito en cualquier libro de historia a la mano. Milei es un hombre creyendo en que todo este derrumbe total es necesario. Parece creerlo férreamente. Me recuerda a la Crítica del mito a la modernidad, de Enrique Dussel, cuando enseñaba que la dominación ejercida sobre el otro en la conquista era presentada como emancipación, "utilidad", "bien" del bárbaro que se va a civilizar.
Cuando los españoles escribían sobre los conquistados, por ejemplo decían: "La primera razón es que, siendo por naturaleza siervos los hombres bárbaros [indios], incultos e inhumanos, se niegan a admitir el imperio de los que son más prudentes, poderosos y perfectos que ellos; imperio que les trae grandísimas utilidades, siendo además cosa justa por derecho natural que la materia obedezca a la forma, el cuerpo al alma, el apetito a la razón, los brutos al hombre, la mujer al marido, lo imperfecto a lo perfecto, lo peor a lo mejor, para bien de todos” (Ginés de Sepúlveda).
En esos textos ya se presentaba un grupo dominante diciendo que el dolor de las mayorías era por su bien. Ahora, además, agregan pequeños artilugios motivacionales. Es sincera la maldad. Es franca la maldad. Es honrada. El discurso, transparente. La idea, eficaz. Lo público versus lo privado. Con pocos o nulos elementos discursivos, con una endeble construcción narrativa, apenas con un patito, un león escolar, construyen un pacto imaginario con la nueva ciudadanía votando a la vieja política. La derecha se vuelve así una zona confortable: no lee, no estudia y siempre está ocupada, volviéndose etérea, volátil, memeosa, porque lo “nuevo” en política no exige, no reclama entender, no pide pensar ni decidir. Solo quieren que deseemos lo mismo, y después que, por favor, pongamos el hombro. Hay que pagar la fiesta. No hay plata. Bajo el salario porque después va a subir. Subo el precio porque después va a bajar. Primero tengo que hacerles esto, me sabrán perdonar, me sabrán esperar.
La historia argentina está inscripta en una historia general. El reconocimiento de un mundo global debe remitirnos a pensar en nuestras posibilidades reales de solución, dentro de lo que se puede, en un sistema desigual cada vez más concentrado. No se trata de "En diez años seremos… en veinte seremos… en treinta y cinco seremos…". No tenemos que ser otra cosa que nosotros mismos, junto a los países de la región, con soluciones conjuntas, empezando por pequeños alcances. No pasamos de vencido a vencedor porque un panelista decreta en TikTok que se acabó la joda, ni nos volvemos país central porque algunas empresas empiecen a importar lo que las mayorías no podrán comprar.
El ministro en televisión explicando el complejo problema fiscal, descontextualizado, ahistórico, cínico, dando cátedra de economía sin vincularlo con la gente, con los niños, con las escuelas, con los jubilados, es, como mínimo, estremecedor. Venimos de varios años muy mal, pero sabremos que se puede estar incluso mucho peor.
A veces intento mirar adentro de los ojos de Milei buscando no sé qué. Me encuentro en silencio, pegado al televisor. También de la gente que lo vitoreaba aquel domingo en la plaza. Quieren creer. No se juzga eso. Valoro eso.
Lamento la navidad en estas circunstancias. Yo soy un simple padre, un simple profesor de Sociología que no puede menos que ver cómo se nos derrumba el esqueleto. Nos faltó enseñar y aprender Historia, Sociología, Filosofía. Nos faltó enseñar Literatura, Música. Arte. Nos faltó todo lo que nos hacía sensibles, lo que nos demoraba, los que nos hacía escuchar, esperar, lo que nos hacía no concluir. Ellos nos aceleran el mundo y se lo llevan. Dirigen la educación hacia un único lugar, el mercantil, y se la llevan. Cuántas veces en estos días he pensado en el trillado poema de Bertolt Brecht, “¿Qué tiempos son estos en los que tenemos que defender lo obvio?". Y he recordado también a Camus: “No me importa lo duro que el mundo empuje en mi contra, dentro de mí hay algo mejor empujando de vuelta”.
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