“¿A qué le temen?, es lo primero que preguntaría”, interpela la activista, psicóloga y coordinadora de la Consejería de Género de la secretaría de Bienestar de la UNCUYO, Aleyda Yanes. La pregunta es para los detractores del lenguaje inclusivo, a raíz del caso de la docente de Junín que fue trasladada luego de que los padres de la escuela se quejaran porque la educadora usó el “todes”.

¿Qué es lo que toca en la sociedad el lenguaje inclusivo, que tiene opositores tan vehementes? “Me parece que lo que está detrás es que el lenguaje inclusivo apela a un cambio de estructura y de un sistema de creencias que vertebra nuestra sociedad. No es una minoría, hablamos de algo que vertebra y el lenguaje es un campo de batalla, claramente, que tiene esa doble direccionalidad entre ser constructor de una realidad  y ser construido. Lo que no se nombra no existe y lo que sí se nombra existe”, explica Aleyda. 

“Hay algunas transformaciones de la lengua que son admisibles y otras que no, o que al menos no incomodan tanto”, explica la doctora en Filosofía y especialista en estudios feministas Alejandra Ciriza. La especialista expone que en la sociedad están aceptados y admitidos algunos usos de la lengua que pueden ser nocivos para el propio lenguaje, como las faltas de ortografía o expresiones que no son castellanas, como verbos mal conjugados o el uso excesivo de diminutivos, y que no generan tanta polémica porque son transformaciones admisibles. 

“Las lenguas están vivas, se modifican y cambian a medida que las sociedades cambian, hay cambios en la lengua que tienen que ver con que está viva, con que transformamos las maneras de comunicarnos en la medida en que nuestras sociedades también se van transformando”, explica. Agrega que el problema con el uso del lenguaje inclusivo es que está relacionado con la visibilidad que las disidencias sexuales reclaman y que ese es el punto que molesta e incomoda.

En este sentido, Aleyda explica que el lenguaje inclusivo no es un fin, es un medio para poder hablar de un mundo mucho más plural. “Permite darles lugar a las disidencias, a la interseccionalidad y a todas las identidades, nombrar es nombrar todo esto. Es un medio que nos permite ampliar la mirada”, apunta la psicóloga.

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“Creo que este lenguaje, este medio y este mundo que queremos nombrar han sido históricamente innombrables, esto es una forma de nombrar y de construir una realidad. El género está impuesto desde antes del nacimiento, cuando nos preguntamos, por ejemplo, si es nena o varón, y enarbolando desde ahí quebramos uno de los ejes que tiene que ver con el trabajo reproductivo y productivo”, analiza Aleyda.

Esa molestia

Para Ciriza,el problema con el “les” es que está relacionado con la visibilidad que las disidencias sexuales reclaman. “Me parece que eso es lo molesto, que eso es lo incomodante, de la misma manera que durante mucho tiempo ha sido incómoda la utilización del 'los', cuando quedó claro que no es neutro sino que es masculino. Me parece que este rechazo tiene que ver con la visión de ciertos sectores sobre la corporalidad. La crítica feminista lo que hace es poner de manifiesto que no hay sexo natural, sino que los cuerpos humanos son sexuados, pero no hay nada de determinante en el sexo biológico,y que además no es binario”, agrega Ciriza.

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Gabriel Liceaga, sociólogo y profesor de filosofía en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, advierte que en la cuestión del lenguaje inclusivo se ponen en juego relaciones de poder que han sido solidificadas en la costumbre. “Hasta ahora, los hombres podían nombrar a todo el mundo y las mujeres se pueden nombrar a ellas, pero las disidencias no pueden ser nombradas ni por ellas mismas ni por nadie. El uso de la letra 'e' permite que todos sean nombrados”, analiza.

Carolina Gutiérrez, la docente que fue trasladada luego de usar lenguaje inclusivo, escribió una carta pública en la que expresó con claridad qué significa la inclusión. “La inclusión es dar la bienvenida al otro, ese otro que es diferente a mí, por eso la base de nuestra acción pedagógica nace en la empatía, en ponernos en el lugar del otro y comprenderlo, y a partir de ahí gestionar las múltiples necesidades de la escuela y su comunidad”, expresa.