Qué es el amor, primera parte
Tras rastrear las principales líneas interpretativas que definen la palabra “amor" en el Diccionario de Pensamiento Alternativo, la investigadora Marisa Muñoz nos ubica en las últimas décadas en las que, pese a que el amor es tratado como “mercancía”, se hace patente su sentido emancipatorio.
La década del 60 vio emerger el movimiento hippie fundado en el valor del amor
Es Sigmund Freud quien pone en primer plano la problemática de la sexualidad, haciéndola jugar en una dinámica instintiva cuya tensión básica es vida/muerte. El impacto que alcanzaron las tesis de carácter antropológico-filosófico de Freud respecto a la naturaleza humana y al lugar que en ella ocupa el principio del placer o “eros”, alcanzó centralidad en la producción y debate de los años 60, particularmente en algunas formulaciones que intentaron pensar lo social de modo crítico, aunando tanto tópicos provenientes de Marx como de Freud, proyecto que dio lugar a las denominadas concepciones freudomarxistas.
La “utopía del amor”, concebida en el marco de un proyecto social y político emancipatorio, toma fuerza entre las décadas del 50 y del 60, en medio de movimientos juveniles emergentes. Se emprende así una relectura de Freud por algunos representantes de la izquierda intelectual; entre ellos podemos mencionar a dos miembros de la escuela de Frankfurt: Erich Fromm y Herbert Marcuse. Ambos abordaron la problemática del amor desde el marco de lectura mencionado, aunque con marcadas diferencias en cuanto a sus posiciones, tanto teóricas como ideológicas. Fromm parte desde un punto de vista revisionista con respecto a Freud, al acentuar el valor del presente respecto del pasado y al desplazar lo biológico por lo cultural. Retoma la idea ovidiana del amor como un arte destinado a conocer en profundidad al otro y a sí mismo .
En este sentido, el autor plantea superar la “separatividad” y la consideración de los seres humanos como un medio para alcanzar metas personales, ideas predominantes en la sociedad capitalista. Marcuse suma al marxismo lo que entiende es la dialéctica del psicoanálisis e intenta responder afirmativamente a los alcances pesimistas de las tesis de Freud expresadas en el Malestar en la cultura (1929). La psicología freudiana es leída en clave política e historizada. La “revolución erótica” queda planteada como viable en el marco de una sociedad no represiva que habrá que gestar. Ambas lecturas parten de la crítica a la sociedad norteamericana como “sociedad de consumo” y como “sociedad opulenta”.
Sin dudas, entre los aportes fundamentales de los años 60 a la problemática del amor, puede señalarse la ruptura del binomio sexualidad/reproducción, así como la consideración acerca de que no es posible alcanzar una revolución política sin una revolución erótica. Concepciones con distintos matices circulan por esos años en torno a la liberación sexual: Reich, Cooper, Sartre, Simone de Beauvoir, representan algunas de ellas. En las décadas del 70 y 80, varias de estas posiciones serán revisadas críticamente por Foucault en cuanto a la “hipótesis represiva” que ponen en juego. La liberación del sexo y el discurso sobre la sexualidad no dejan de articularse, para el autor francés, con los nuevos disciplinamientos que atraviesan las prácticas de los sujetos.
Simone de Beauvoir
La importancia que adquiere el lenguaje en las ciencias sociales y humanas a partir del llamado “giro lingüístico” es profundizada en las décadas del 80 y 90 por el “giro semiótico”. A partir de este último se inicia el intento de incorporar lo afectivo y/o pasional a la problemática de los signos por parte de autores como Umberto Eco, Paolo Fabri, Herman Parret y otros. En este sentido, el libro de Roland Barthes Fragmentos de un discurso amoroso (1977) representa una tentativa precursora de este proyecto de inclusión de la afectividad en el discurso.
En las últimas décadas, el abordaje del amor tiene en cuenta no sólo la problemática del lenguaje y del cuerpo sino que además profundiza en torno a la categoría de género, en la medida en que este juega como un aspecto decisivo en la construcción de las subjetividades. En esta última línea podemos mencionar aportes como los de Julia Kristeva y su lectura de la "experiencia amorosa”; Jessica Benjamin y la teoría intersubjetiva basada en la “autoafirmación” y “reconocimiento” del otro/a; Luce Irigaray y la cualificación de la subjetividad sexuada; Celia Amorós y la resignificación de la categoría ilustrada de “igualdad”, Anna Jónasdóttir y la sospecha acerca de los usos del sexo y el amor en tiempos de democracia; Clarissa Pinkola Estés y el rescate de la vida subjetiva y de “lo salvaje” como diálogo con la naturaleza y los sentimientos.
A esta altura del recorrido, podemos concluir que el amor y la capacidad de amar no están a salvo de plantearse en contextos de alienación, en medio de relaciones de dominación y de ideologías represivas. El amor puede tratarse como mercancía, cuyo efecto visible es que tanto hombres como mujeres evalúan sus afectos en términos de “costos”, “beneficios”, “duración”, “inversión”, etcétera. La “intimidad”, como nueva categoría nacida con la modernidad, no se salva de estar atravesada por estas condiciones, así como tampoco es posible aislar el análisis de las relaciones amorosas separando la esfera pública de la privada. La sexualidad, la corporeidad, el deseo, el erotismo, no están a salvo de estar regidos por las leyes del mercado.
Aun así, el amor también ha significado a lo largo de la historia una apuesta inherente a la condición humana y un desafío, en su ejercicio más genuino, al poder, al dinero, a las relaciones de dominación y a la muerte. La experiencia amorosa es posible y el amor sigue siendo, como expresión humana, un canal de liberación. El paradigma de la “abundancia” respecto del amor, que hemos mencionado, tiende a integrar la experiencia subjetiva, la corporeidad, la sexualidad en distintos contextos de la vida humana, social, cultural, política, económica, en los cuales hombres y mujeres se afirman sin negarse. Es en este sentido que puede decirse que el amor tiene la posibilidad de adquirir contenidos emancipatorios.
La “utopía del amor”, concebida en el marco de un proyecto social y político emancipatorio, toma fuerza entre las décadas del 50 y del 60, en medio de movimientos juveniles emergentes. Se emprende así una relectura de Freud por algunos representantes de la izquierda intelectual; entre ellos podemos mencionar a dos miembros de la escuela de Frankfurt: Erich Fromm y Herbert Marcuse. Ambos abordaron la problemática del amor desde el marco de lectura mencionado, aunque con marcadas diferencias en cuanto a sus posiciones, tanto teóricas como ideológicas. Fromm parte desde un punto de vista revisionista con respecto a Freud, al acentuar el valor del presente respecto del pasado y al desplazar lo biológico por lo cultural. Retoma la idea ovidiana del amor como un arte destinado a conocer en profundidad al otro y a sí mismo .
En este sentido, el autor plantea superar la “separatividad” y la consideración de los seres humanos como un medio para alcanzar metas personales, ideas predominantes en la sociedad capitalista. Marcuse suma al marxismo lo que entiende es la dialéctica del psicoanálisis e intenta responder afirmativamente a los alcances pesimistas de las tesis de Freud expresadas en el Malestar en la cultura (1929). La psicología freudiana es leída en clave política e historizada. La “revolución erótica” queda planteada como viable en el marco de una sociedad no represiva que habrá que gestar. Ambas lecturas parten de la crítica a la sociedad norteamericana como “sociedad de consumo” y como “sociedad opulenta”.
Sin dudas, entre los aportes fundamentales de los años 60 a la problemática del amor, puede señalarse la ruptura del binomio sexualidad/reproducción, así como la consideración acerca de que no es posible alcanzar una revolución política sin una revolución erótica. Concepciones con distintos matices circulan por esos años en torno a la liberación sexual: Reich, Cooper, Sartre, Simone de Beauvoir, representan algunas de ellas. En las décadas del 70 y 80, varias de estas posiciones serán revisadas críticamente por Foucault en cuanto a la “hipótesis represiva” que ponen en juego. La liberación del sexo y el discurso sobre la sexualidad no dejan de articularse, para el autor francés, con los nuevos disciplinamientos que atraviesan las prácticas de los sujetos.
Simone de Beauvoir
La importancia que adquiere el lenguaje en las ciencias sociales y humanas a partir del llamado “giro lingüístico” es profundizada en las décadas del 80 y 90 por el “giro semiótico”. A partir de este último se inicia el intento de incorporar lo afectivo y/o pasional a la problemática de los signos por parte de autores como Umberto Eco, Paolo Fabri, Herman Parret y otros. En este sentido, el libro de Roland Barthes Fragmentos de un discurso amoroso (1977) representa una tentativa precursora de este proyecto de inclusión de la afectividad en el discurso.
En las últimas décadas, el abordaje del amor tiene en cuenta no sólo la problemática del lenguaje y del cuerpo sino que además profundiza en torno a la categoría de género, en la medida en que este juega como un aspecto decisivo en la construcción de las subjetividades. En esta última línea podemos mencionar aportes como los de Julia Kristeva y su lectura de la "experiencia amorosa”; Jessica Benjamin y la teoría intersubjetiva basada en la “autoafirmación” y “reconocimiento” del otro/a; Luce Irigaray y la cualificación de la subjetividad sexuada; Celia Amorós y la resignificación de la categoría ilustrada de “igualdad”, Anna Jónasdóttir y la sospecha acerca de los usos del sexo y el amor en tiempos de democracia; Clarissa Pinkola Estés y el rescate de la vida subjetiva y de “lo salvaje” como diálogo con la naturaleza y los sentimientos.
A esta altura del recorrido, podemos concluir que el amor y la capacidad de amar no están a salvo de plantearse en contextos de alienación, en medio de relaciones de dominación y de ideologías represivas. El amor puede tratarse como mercancía, cuyo efecto visible es que tanto hombres como mujeres evalúan sus afectos en términos de “costos”, “beneficios”, “duración”, “inversión”, etcétera. La “intimidad”, como nueva categoría nacida con la modernidad, no se salva de estar atravesada por estas condiciones, así como tampoco es posible aislar el análisis de las relaciones amorosas separando la esfera pública de la privada. La sexualidad, la corporeidad, el deseo, el erotismo, no están a salvo de estar regidos por las leyes del mercado.
Aun así, el amor también ha significado a lo largo de la historia una apuesta inherente a la condición humana y un desafío, en su ejercicio más genuino, al poder, al dinero, a las relaciones de dominación y a la muerte. La experiencia amorosa es posible y el amor sigue siendo, como expresión humana, un canal de liberación. El paradigma de la “abundancia” respecto del amor, que hemos mencionado, tiende a integrar la experiencia subjetiva, la corporeidad, la sexualidad en distintos contextos de la vida humana, social, cultural, política, económica, en los cuales hombres y mujeres se afirman sin negarse. Es en este sentido que puede decirse que el amor tiene la posibilidad de adquirir contenidos emancipatorios.
pensamiento alternativo, amor,