Teresa y Rubén fueron compañeros de militancia de Walmir “Puño” Montoya en Caleta Olivia. Aconsejados por él, huyeron del sur, en un largo viaje que los llevó a distintos lugares de Buenos Aires y Capital, hasta establecerse en Mendoza. Ese consejo les permitió vivir para enterarse de la existencia de un hijo de ese amigo al que nunca olvidaron.
Teresa Ramírez y Rubén Bravo iniciaron su militancia en Caleta Olivia, Santa Cruz, junto a un pequeño grupo de compañeros, muchos de ellos víctimas de la dictadura. Walmir “Puño” Montoya, reconocido hace pocos días como padre de Ignacio Guido –el nieto de Estela de Carlotto–, es uno de los amigos más queridos y extrañados por la pareja de luchadores.
Rubén: Teníamos un grupo cultural en Caleta Olivia. Teníamos teatro, literatura y editábamos una revista. Él esencialmente era mimo; ni músico ni piloto, como decían por ahí. Era un excelente mimo.
Teresa: Teníamos un lugar que se llamaba “Maygne”, ahí se bailaba los sábados a la noche. Los domingos, ¿qué hacías en Caleta? Nada. Nos juntábamos los sábados desde las tres o cuatro de la tarde. Llegaban Puño, Rampoldi, Armando, Tito… de él no supimos nada más. Esto era entre el 70 y el 71. ¿Qué hacíamos? A alguno le gustaba escribir, a otro le gustaba la música. Tito era dibujante y a Puño le gustaba el teatro. Había leído algún libro y venía a desafiarnos a que adivináramos con mímica qué libro había leído. ¡Nos hacía reír tanto! Nos vimos con él hasta el 76 o 77, cuando se fue. Llegó ese día y se escondió en un alero de nuestra casa, que daba a la playa. “¿Qué estás haciendo ahí?”. “Estoy escondido, me andan buscando”. Venía a despedirse. Entró, comimos algo, hablamos de lo que iba a hacer y nos pidió que fuéramos a despedirlo uno o dos días después. A Rampoldi lo andaban buscando. Su nombre también está en el monumento que hicieron en Cañadón Seco.
R: El monumento es por Rampoldi, Puño y otro muchacho que no sabemos quién es (N. de la R.: se trata de Walmir Oscar Montoya, Reinaldo Oscar Rampoldi y Eduardo José Clivio). En ese tiempo teníamos una jerga entre los peronistas. A los de Coordinación General, que eran los más jodidos, les decíamos “coordinas”. En ese momento había aparecido gente nueva, y Caleta es muy chiquito, nos dimos cuenta. Alguien me comentó que unos canas habían alquilado una casa. Fuimos a ver y nos dimos cuenta de que andaban buscando gente para llevársela. Por eso Puño se fue y nos dijo que nos fuéramos.
T: Después de que se fue Puño, vino la redada.
R: Éramos organizados, pero muy poquitos.
T: También estaba el “Negro” Islas, que no sabemos si lo soltaron. Puño se fue, Rampoldi se fue, creemos que a Rivarola lo soltaron (N. de la R.: Juan Domingo Rivarola vive y fue homenajeado recientemente en Cañadón Seco). Tratamos de salir en silencio de Caleta, de no decir a dónde nos íbamos. Lo que hacía Puño era venir y decir: “Hoy le voy a robar a mi mamá”. La primera vez que lo oí le pregunté: “¿Qué le vas a robar a tu mamá?”. “Un pedazo de queso y un pedazo de dulce de batata”. La madre compraba la lata de dulce de batata y la horma de queso, él cortaba pedazos y con eso se iba a hacer teatro y a leerles a los chicos. Eran chicos humildes y con eso podía ingresar a las casas: “Traigo queso y traigo dulce, ¿puedo entrar a leerles un poco y a darles teatro?”. Hacía teatro, leía libros, hacía mímica. Cuando ingresaba a una casa, esa madre llamaba a los otros chicos para que fuesen a ver. Él, chocho de la vida. Veía que los chicos de afuera de Caleta eran muy humildes y él sabía que en esas casas no había otra diversión. Nos cantábamos de la risa con eso. Esa noche que vino… Yo lo veo al hijo y es igual. Esa noche, cuando nos despedíamos a los abrazos, yo le acariciaba el pelo y él nos decía: “Teresa, váyanse, cuídense, por los chicos”. Yo tenía ya a mi hijo varón. Nos fuimos a Buenos Aires en marzo del 78.
R: El día de la redada paró un camión lleno de milicos y atrás paró un jeep. Pensé que venían a matarme y mandé a Teresa a encerrarse con los chicos en la pieza. Tenía muchísima literatura de Marx, del Che, de Salvador Allende, libros y discos que me habían regalado amigos chilenos. Todo eso lo prendí fuego en la parrilla de mi casa. Es de lo que más me arrepiento, porque lo podría haber enterrado, como hicieron muchos.
T: El intendente vivía atrás de la casa nuestra, al final de la calle, y dijo a los militares: “Estas casas no las tocan”. Por eso nosotros nos salvamos, porque revisaron todas las demás. Eso fue como al mediodía. Después de eso, tratábamos de estar con la casa cerrada, como para mostrar que no había nadie. Yo salía, hacía las compras y volvía, y él salía al trabajo. A los pocos días se pegó el tiro un chico en la playa, y nosotros no salimos, porque aparecieron todos los militares. Quedamos encerrados en la casa con las luces apagadas. Rubén habló en la empresa y el ingeniero le dijo que renunciara, que él lo iba a llamar para trabajar en Buenos Aires cuando volviera de Italia. Nos fuimos a la provincia de Buenos Aires, a Merlo; de ahí, a Capital; de Capital, a Morón. Nunca nos quedábamos tranquilos. Estos días, lo que pasó me hizo revivir todo. Ese día me mandó un mensaje una amiga: “Teresa, encontraron al nieto de la Carlotto, prendé la televisión y fíjate, que va a dar una conferencia de prensa”. Prendí la tele y me quedé esperando. Cuando dijo “Montoya, de Caleta Olivia” sentí una cosa…
R: Conoció a esta chica cuando se escapó a Buenos Aires. Tuvieron una relación, ella quedó embarazada y ahí es cuando lo mataron. Cuando el padre fue a Buenos Aires a dejar la sangre, fui a verlo y me contó que le habían dicho que lo habían matado en Tucumán. Era mentira, ¿qué iba a hacer a Tucumán? Los milicos te mataban en un lugar y te mandaban a otro para despistar.
T: Cuando fuimos a Caleta, hace 27 años, nos dijeron que los dos habían muerto y no se sabía dónde estaban. Con Puño y con Rampoldi nos divertíamos tanto… Puño era de esas personas buenas, que no tenían maldad ni querían hacer daño. Él estaba con vos y te hacía reír, te contaba historias y vos la pasabas bien con él. A Rampoldi le decíamos “Viejo” porque usaba anteojos chiquitos muy bajitos sobre la nariz.
R: Él era mimo, le gustaba la música pero no era músico. Eso de que era piloto, no sé de dónde lo sacaron. Tenía sus inquietudes sociales y eligió la lucha armada. Me dijo que preveía que esa sería su vida. Le dije que yo no podía seguirlo. Me quedé con mucho miedo hasta que vino Kirchner y empezó a blanquear un poco la historia de la lucha nuestra.
Sobrevivir con miedo, esperar por la justicia
T: Todo lo que se buscaba era poder llegar a ser libres, estar mejor. Una vez estuvimos en un acto en Caleta, estábamos sentados, apareció un político y ahí nos marcaron a todos. Tuvimos que levantarnos y salir calladitos la boca. Se nos han perdido libros en tantas mudanzas que hemos tenido… (muestra un número de la revista Recienvenido). Teníamos varias de estas revistas, pero en tantas mudanzas se han perdido (llora cuando muestra un cuadro pintado por Tito Contreras). ¿Éramos malas personas? Esa generación no era mala gente.
R: Es una generación que se crio sin el líder, que era Perón. Cuando éramos chiquitos no se podía nombrar a Perón; crecimos bajo sus enseñanzas pero no podíamos nombrarlo. John William Cooke fue el mayor revolucionario, Perón lo nombró su secretario y detrás de él aparecimos nosotros. La cosa se complicó más cuando comenzó la lucha. Las armas eran para defender la vida, no era solo armarse. En el 80, en Buenos Aires, teníamos una agrupación de juventud peronista, pero empezamos también a juntarnos con otras juventudes: radicales, comunistas, e hicimos el grupo de Juventudes Políticas Organizadas. Con los que no teníamos buena onda era con los sindicalistas. Yo estaba en el gremio petrolero, controlado por la gente del palo de Vandor. Ese tipo era muy jodido, para nosotros era de los verdes. Vandor traicionó a Perón, lo mataron y ahí comenzó la guerra hasta que lo mataron a Rucci, que lo mataron ellos mismos para que la gente creyera que habíamos sido nosotros. En Malargüe conocí a una persona que era peronista y tenía en su casa una foto autografiada por Perón. Después de un tiempo de amistad, me dijo que había sido secretario de la CGT en Mendoza y era del grupo de Vandor. Se me vino el alma al piso, pero después de un tiempo pasó a ser mi compadre. En el 83, cuando ganó Alfonsín, me encontré a Piccinini, que me dijo: “Agradecé que ganó este, si no, a ustedes los iban a matar a todos”. Eran tiempos muy jodidos, no tenías confianza en nadie.
T: Uno se hace una coraza. Ni a nuestra familia le decíamos lo que hacíamos, en qué andábamos. En Buenos Aires dejábamos a los chicos con una vecina y nos íbamos a las marchas, pero no decíamos a qué íbamos. Nos han corrido, nos han golpeado mil veces con los caballos. Nunca le dijimos demasiado a la familia, nos prometimos no decir a nadie de Montoneros. Ese miedo no se supera. Te sentás en las reuniones y empiezan a decir: “Ah, pero esos eran montoneros, extremistas. Si les pasó…”. A él siempre lo he tenido amenazado cuando íbamos a algún lado. Desde que le dio el ACV, lo tengo más calmado, pero antes era de irse de boca (se ríe). La Triple A fue terrible. Tenías que tener cuidado de lo que hablabas y con quién hablabas. Si me preguntaban hace un tiempo quién era Puño, no iba a hacer más que decir que estudiaba la secundaria enfrente de Maygne. En Castelar vivíamos cerca de la casa de Bignone, cuando pasábamos por la casa de él era como si nos estuviera mirando. No sé si es que uno tenía una mirada distinta. Empezamos a hacer juntadas. Después vinieron las marchas, cuando empezaron a aparecer las Madres de Plaza de Mayo. Ya nos habíamos enterado de que Puño y el Viejo habían desaparecido, que no se sabía dónde estaban. ¿Sabés quiénes marchaban ahí con nosotros? Rousellot y Patricia Bullrich. Con ella hacíamos los carteles cuando nos juntábamos en Morón, y marchábamos después para Plaza de Mayo. También nos juntábamos con Dante Gullo. Cuando lo sacaron de la cárcel estuvimos en el asado que se hizo en la casa. Cuando marchábamos, pasábamos frente a las columnas del Ministerio de Bienestar Social y bajábamos la cabeza, porque desde los balcones tomaba fotos la policía. A nosotros nos sacaron una foto…
R: Del diario La Voz, de Saadi, que después no salió más.
T: Salimos en la puerta del Congreso.
R: Eso fue cuando se presentó el libro Nunca Más. Marchamos con todo el grupo nuestro. En las escalinatas del Congreso cantamos el Himno y la Marcha Peronista, y nos escracharon a todos.
T: Ahí nos llevamos gran susto.
R: Te queda ese susto adentro. En nuestro tiempo era muy complicado. Cuando empezó toda esta movida en Caleta, nosotros nos desafiliamos, quemamos los carnés. En Buenos Aires vivimos cerca de la mansión Seré, oíamos de noche que paraba un jeep y sonaban tiros.
T: Cuando dijeron que iban a soltar a todos (con el indulto) nos decíamos: “¿Cómo van a aparecer el Puño y el Viejo Rampoldi?”, porque antes imaginábamos que cuando llegaran a juicio iban a contar dónde estaban los cuerpos. Nosotros vimos desaparecer una familia completa en la provincia de Buenos Aires. Les habían hecho escribir con sangre en las paredes: “Nosotros somos terroristas”. Cuando pasó el indulto… no sé cómo explicarlo. Por eso, cuando Néstor bajó el cuadro, me dije: “Qué tipo, Dios mío, tener el coraje de bajar el cuadro”.
R: Nosotros hasta ese momento pensábamos que todo lo que habíamos luchado había sido en vano, estábamos entregados. Hoy oigo a la gente hablar mal de Néstor y de Cristina y no lo soporto.
T: Uno sabía que en la Esma pasaba cualquier cosa, por eso, cuando había intenciones de tirarla abajo pensábamos que no se iba a saber nada, que quedaría todo tapado. Hay muchos desgraciados que dicen que hay que dejar de hablar, y yo digo que no, que no hay que dejar de contarle a las generaciones que vienen. Acá no hay que olvidarse, es una parte de la historia argentina que no puede olvidarse. La generación que se perdió no era de gente estúpida, era de gente inteligente. A eso le tuvieron miedo. Después vino una generación muy distinta, pero la actual es parecida a aquella. Es bueno ver a la gente joven hablar, marchar, y es algo que no pasa solamente en Argentina, pasa también en Europa.
R: Hoy ves que las parejas van con los hijos chiquitos a las marchas, a los recitales. Está bueno, porque es un semillero.
Un dulce recuerdo
T: Para mí, fue como un regalo lo que pasó. El día que pasó esto, me llamó mi hermana diciendo: “¡Es el hijo de Montoya!”. “Esto es un regalo por mi cumpleaños”, le contesté. En el 62 secuestraron a mi hermano, él tenía 21 años. Vivíamos en Santa Cruz, en una estancia en Las Heras. Mi hermano había armado una tropilla de caballos; se la robaron y él decidió buscarlos. Los tipos lo engancharon y lo secuestraron el 1.º de diciembre. Apareció muerto el 17 de diciembre, estaba atado y tenía marcas de latigazos por todo el cuerpo. Se llamaba Edmundo. Siempre digo que mi hermano es un ángel y le pido deseos. Cuando apareció el hijo de Puño, le dije a mi hermana: “Es como si mi hermano me lo hubiese mandado”, porque yo vivo recordando a Puño. Lo que más recuerdo es su forma de ser, tan cariñosa. Lo veía entrar con su forma de caminar, se reía y decía: “Yo voy a hacer algo y vos tenés que adivinar qué”. Nosotras le decíamos: “¡Qué no vamos a saber!”. “Yo leí algo y ustedes tienen que adivinar qué es”. A lo mejor había leído algo de Sábato, Cortázar, Borges, Arlt. Siempre me acuerdo de una vez que nos tuvo sentadas adivinando, hasta que nos dimos cuenta de que era un cisne lo que estaba haciendo. ¡Nos reíamos tanto de la forma en que lo hacía! El otro día veía al hijo en una entrevista, su cara cuando le pasaba alguno por delante. En el Maygne, Armando ponía música y Puño hacía mímica, y cuando le pasaba alguno por delante lo seguía con la mirada. ¡Le cortaba la inspiración! Tenía que empezar otra vez. Nos reíamos tanto con esas tonteras… Para nosotros era algo divertido. El viejo Rampoldi se paraba en la puerta y lo miraba. Los domingos a la tarde sabíamos que nos juntábamos en Maygne a hacer esas cosas. Después empezamos a meternos un poco más en política, pero lo que le gustaba era hacer esas cosas, actuar para los chicos, entretenerlos. Hubiese estado tan orgulloso de ese hijo que sabe música, que se ve que es bueno, que es igual a Puño, que está comprometido con la política, con ayudar. Puño era de ayudar.
R: Era muy comprometido. No era un tipo violento, por eso me llamó la atención que se fuera a combatir. Era buena persona, buen amigo.
T: Nos teníamos ese cariño tan sano. Lo veo al hijo y digo: “¡Cómo le tocaría la cabeza, esos rulos!”. Son esas sensaciones que te quedan.