Primero de Mayo: una genealogía

El autor desentraña el origen de la celebración del 1 de Mayo como Día del Trabajador.

Primero de Mayo: una genealogía

Sociedad

Unidiversidad

Federico Mare

Publicado el 02 DE MAYO DE 2013

Es bueno que sepamos, o recordemos si ya lo sabemos, que el 1º de mayo, en sus inicios, no era un día feriado, ni festivo, ni interclasista ni oficial. Por el contrario, era una jornada huelguística, conmemorativa, proletaria y subversiva. En nuestro país, el desguace ideológico de esta efeméride comenzó a fines de la década del 20, en tiempos de la segunda presidencia de Yrigoyen, y culminó en los años 40, durante el primer peronismo. El Día Internacional de los Trabajadores fue oficializado, nacionalizado, normalizado, domesticado como «Día del Trabajo», es decir, como jornada donde se celebra la ocupación laboral in abstracto, sin distinciones sociales de ningún tipo, desde las faenas agrícolas de un peón rural hasta la especulación bursátil de un broker. Organicismo puro.

Estados Unidos, 1886. Los obreros reclaman con firmeza el cumplimiento efectivo de la Ley Ingersoll, por la cual se debe limitar la jornada laboral a ocho horas. Ante la negativa patronal y la inacción gubernamental, 200 mil trabajadores de todos los gremios van al paro el 1º de mayo, desoyendo los cantos de sirena de la burocracia sindical («tengamos paciencia», «mantengamos la calma», «la confrontación es contraproducente», etcétera). Multitudinarias manifestaciones de protesta se llevan a cabo en todas las ciudades fabriles del país. En Chicago, gran emporio industrial y epicentro del movimiento obrero, la huelga general y la movilización callejera se prolongan durante los dos días siguientes, registrándose una intensa pelea con los carneros de la fábrica McCormik, la única en funcionamiento. La policía interviene para garantizar la «libertad de trabajo»: reprime con ferocidad. Seis huelguistas pierden la vida y decenas resultan heridos por los disparos a quemarropa. 

El 4 de mayo se realiza un mitin en la Plaza Haymarket, al que asisten cerca de 20 mil personas. La policía comienza a reprimir a los manifestantes con el objeto de que se desconcentren. La multitud se resiste. En un confuso episodio, estalla  una bomba y muere un oficial, Mathias Degan; otros resultan heridos. Es la coartada perfecta para la carnicería. Las «fuerzas del orden» abren fuego a discreción, dejando un tendal de muertos y heridos. Pero es sólo el comienzo de este terror blanco. El gobierno estadual de Illinois declara el estado de sitio y el toque de queda. Los allanamientos, las detenciones, los interrogatorios y las torturas se multiplican sin fin. En su faena represiva, la policía se ensaña con los anarquistas, verdaderos puntales del movimiento huelguístico. Con calumnias de todo tipo y exhortaciones constantes a la pena capital, la prensa burguesa le allana el camino.

El 21 de junio comienza el juicio por el Haymarket affair. A base de pruebas fraguadas y falsos testimonios, ocho activistas libertarios son declarados culpables por el crimen del oficial Degan. Georg Engel (alemán, 50 años, tipógrafo), Adolf Fischer (alemán, 30 años, periodista), Albert Parsons (estadounidense, 39 años, periodista), Hessois Auguste Spies (alemán, 31 años, periodista) y Louis Linng (alemán, 22 años, carpintero) reciben la condena de la pena capital (ahorcamiento). La ejecución habría de consumarse –salvo en el caso de Linng, que prefirió suicidarse antes en su calabozo– el 11 de noviembre de 1887. Serán recordados desde entonces como los Mártires de Chicago. Los tres acusados restantes, Samuel Fielden (inglés, 39 años, obrero textil), Michael Swabb (alemán, 33 años, tipógrafo) y Oscar Neebe (estadounidense, 36 años, vendedor), son condenados a prisión, perpetua en el caso de los dos primeros y por el plazo de quince años en el caso del último.

Desempolvemos sus alegatos: “Sólo quiero protestar contra la pena de muerte que me imponen porque no he cometido crimen alguno […] Pero si he de ser ahorcado por profesar mis ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente. Lo digo bien alto: dispongan de mi vida” (Fischer). “El principio fundamental de la anarquía es la abolición del salario y la sustitución del actual sistema industrial y autoritario por un sistema de libre cooperación universal, el único que puede resolver el conflicto que se prepara. La sociedad actual sólo vive por medio de la represión, y nosotros hemos aconsejado una revolución social de los trabajadores contra este sistema basado en la fuerza. Si voy a ser ahorcado por mis ideas anarquistas, está bien: mátenme” (Parsons). “Honorable juez, mi defensa es su propia acusación […] Puede sentenciarme, pero al menos que se sepa que en el estado de Illinois ocho hombres fueron sentenciados por no perder la fe en el último triunfo de la libertad y la justicia” (Spies). “No, no es por un crimen que nos condenan a muerte, es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos: nos condenan a muerte por la anarquía, y puesto que se nos condena por nuestros principios, yo grito bien fuerte: ¡soy anarquista! Los desprecio, desprecio su orden, sus leyes, su fuerza, su autoridad. ¡Ahórquenme!” (Linng). 

Desde entonces, cada 1º de Mayo –fecha en que comenzó la gran huelga general que desembocaría en la Revuelta de Haymarket–, los trabajadores de todo el mundo habrían de conmemorar a los Mártires de Chicago, íconos de la lucha proletaria, manifestándose por las calles en defensa de sus derechos.

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