Prevengámonos del ACV
Por Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Foto: pixabay.com
No tenemos un cuerpo: somos un cuerpo. Y por cierto nuestro cuerpo no es una especie de envase dentro del cual habitaría nuestra subjetividad: ésta se constituye también en y con la corporalidad. La vieja tradición occidental ha privilegiado el trabajo intelectual sobre el manual: y se ha coaligado con la tradición cristiana que ha asociado lo corporal con pasiones supuestamente malsanas y con tentaciones pretendidamente rechazables, para en nombre de todo ello llevarnos a olvidar que estamos constituidos como cuerpos –los que, eso sí, tienen también la dimensión de la conciencia y la inteligencia-.
Por eso solemos ocuparnos del cuerpo menos de lo que corresponde. Y una de las dimensiones centrales de lo corporal –con efectos enormes en la subjetividad- es la de la salud, y la de los cuidados que ella exige.
Una de aquellas afectaciones fuertes a la salud, es la que producen los accidentes cerebrovasculares (ACV). Estos nos parecen lejanos, hasta que ocurren a alguna persona con la cual nos relacionamos: alguien de nuestros parientes, amigos, compañeros o compañeras de trabajo. Por cierto, ha sido ésa mi experiencia, y si bien la persona del caso ha evolucionado considerablemente tras sufrir el accidente, éste marcó inevitablemente su vida posterior.
Por eso me parece imprescindible transmitir algunas consideraciones sobre esta dolencia, que es de las primeras en producción de muerte, y la máxima en promover discapacidades a nivel planetario.
El especialista en educación Cayetano de Lella, ha señalado al respecto:
“El ACV se produce cuando se interrumpe el flujo sanguíneo en determinada zona del cerebro. Existen dos tipos de ACV: el isquémico (en el que hay una obstrucción de los vasos sanguíneos del cerebro) y el hemorrágico (donde un vaso sanguíneo se rompe, causando sangrado dentro del cerebro o alrededor del mismo) y al no recibir oxígeno y nutrientes, las neuronas de la zona afectada mueren.
Los síntomas que se presentan al producirse un ACV se caracterizan por aparecer súbitamente y dependen de la región del cerebro afectada. Los principales signos y síntomas son los siguientes: alteraciones del lenguaje (dificultad para hablar o entender lo que otros dicen); parálisis o entumecimiento de la cara, el brazo o la pierna (generalmente de un solo lado del cuerpo); dificultades en la motricidad, coordinación y equilibrio; problemas para ver con uno o ambos ojos.”
Y son conocidos los factores que aumentan la posibilidad de sufrir ACV: alta presión arterial, tabaquismo, diabetes, colesterol elevado, consumo excesivo de alcohol, sedentarismo, obesidad, sobrepeso.
En caso de sufrirse un ACV (son síntomas la pérdida del equilibrio, alteraciones del lenguaje, parálisis en la cara, el abrazo o la pierna, generalmente de un solo lado del cuerpo), es decisivo lo que pase en las primeras horas: importa recibir tratamiento inmediato. Ello tiene efectos importantes para la vida posterior, y la recuperación que pueda establecerse.
Las secuelas suelen implicar hemiplejía de un sector del cuerpo: la recuperación de algún margen de movimiento depende de que las tareas terapéuticas se realicen desde las primeras semanas. La rehabilitación exige paciencia y tiempo, pero acorde a cada caso, puede ofrecer mejorías importantes para permitir a quien padeció el ACV, no sufrir una discapacidad tan marcada. Además de los problemas de movimiento, los que se relacionan con el habla también suelen ser fuertes, y exigen una recuperación prolongada y paciente, que en muchos casos puede recuperar parte importante de esa funciones.
Es importante informarse para prevenir la posibilidad de emergencia de ACV, disminuyendo los factores de riesgo: y luego, en caso de que se lo haya padecido, para actuar rápidamente y lograr la mejor recuperación posible.
No nos olvidemos que somos un cuerpo, y seamos capaces de gestionarle la mejor posibilidad de salud. Siempre es mejor prevenir que lamentar, y tener lo más a pleno las posibilidades de una vida saludable, es cuidar nuestro cuerpo como decía aquel viejo y repetido adagio de los deportistas: “mens sana in corpore sano”.
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