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Por Rodrigo Olmedo
Rodrigo Olmedo, secretario de Bienestar Universitario UNCUYO (Foto: Axel Lloret)
Rodrigo Olmedo, secretario de Bienestar Universitario de la UNCUYO
Publicado el 25 DE JUNIO DE 2017
Por Rodrigo Olmedo, secretario de Bienestar Universitario de la UNCUYO
Los millennials son hoy la mayor población en el mercado de trabajo. Convivimos con esta generación a la que le cabe, al igual que a las nuestras, estigmas y generalidades sobre su forma de acción y participación. Uno de estos encasillamientos está vinculado con la relación que tienen con el trabajo y desde dónde se posicionan, bajo el prejuicio de que no se comprometen o están desmotivados.
Es oportuno revisar el contexto para comprender los desafíos que afrontan al momento de su desarrollo laboral y profesional. La permanente rotación y poca fidelidad en el empleo no implica necesariamente falta de compromiso y responsabilidad. Cambia la lógica, se modifica el paradigma y, en este nuevo escenario, enmarcado por cambios abruptos, crisis recurrentes y un entorno complejo, se prioriza la empleabilidad que se alcanza por la posesión de competencias o nuevas habilidades.
Estas les permiten una mayor rotación de un empleo a otro sin grandes crisis. No es su principal objetivo mantenerse en un puesto aparentemente estable, ya que muchos de estos jóvenes vivieron y fueron testigos de cómo, en la década del 90, sus padres perdían sus trabajos como consecuencia de los grandes procesos de ajuste y privatización, luego de haberse desempeñado durante 20 años o más en el Estado o en una empresa.
Asimilarse en un contexto altamente cambiante requiere una capacidad de resiliencia innata en los millennials y una ventaja competitiva en relación con otras generaciones. Para ellos, la formación para el trabajo va acompañada de una capacidad de adaptación a los cambios que resulta ventajosa, en la que el foco está puesto en adquirir competencias que se complementen con las tradicionales para adaptarse a los requerimientos de nuevas fuentes de trabajo.
Esta generación ha nacido de la mano de la tecnología y las redes. Nadie les enseña cómo usarlas, no hay tiempos de capacitación, es su propio espacio de comunicación y desarrollo, y lo aprovechan.
En esto, la Universidad, como usina de conocimiento, debe estar atenta a las nuevas demandas de saberes y adaptarse para ser atractiva a los requerimientos formativos de las nuevas generaciones. Ya no alcanza con un modelo tradicional, segmentado y atomizado de carreras. Por el contrario, es prioritario analizar nuevas formas de organización, nuevas disciplinas interrelacionadas y con miradas complejas sobre la realidad que nos circunda.
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