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05 DE NOVIEMBRE DE 2024
Razones para construir un mundo más justo.
Foto publicada por Posta, de México
Claudia Anzorena - INCIHUSA-CONICET/UNCUYO
Publicado el 09 DE MARZO DE 2016
Desde hace más de un siglo, el 8 de marzo se ha ido posicionando en muchos países como el día de las mujeres, alcanzando hoy una proporción global. El establecimiento de este día lejos está de ser una estrategia de marketing –como la mayoría de “los días de…”– sino que se trata de la visibilización de la larga disputa que los movimientos de mujeres y feministas han llevado adelante, y aún lo hacen, para construir un mundo más justo, donde no se trate a las mujeres como objetos o como sirvientas, se las considere ciudadanas plenas y autónomas, se garanticen sus derechos humanos, se reconozca su igualdad y se respeten sus diferencias.
La historia
Reconstruir la historia del 8 de marzo ha sido una labor genealógica. Como siempre, la historia, y sobre todo la de los sectores subalternos, no sigue una línea cronológica en su desarrollo.
Los orígenes se remontan a inicios del siglo XX, en el contexto álgido de las luchas por los derechos laborales y el mejoramiento de las condiciones de vida de las clases trabajadoras y no privilegiadas, del que las mujeres, sobre todo las obreras textiles y las sufragistas, fueron protagonistas escasamente reconocidas. Surge, entonces, de evidenciar la presencia de las mujeres en el mercado laboral como explotadas y en el espacio público reclamando por sus derechos, a la vez que de denunciar la represión brutal a la que eran sometidas por los poderes públicos, cuando se manifestaban en contra de las inhumanas condiciones de trabajo en las fábricas y los abusos (laborales y sexuales) de los que eran víctimas por parte de los patrones, los jefes e, inclusive, de los mismos compañeros trabajadores.
Coinciden las crónicas en que fue la socialista alemana Clara Zetkin quien, en 1910, durante la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, en Copenhague, propuso el establecimiento del Día de la Mujer Trabajadora para promover el sufragio femenino universal e impulsar las reivindicaciones de las mujeres.
Se dice que se eligió esa fecha en memoria de 130 obreras que habrían muerto carbonizadas un 8 de marzo de 1908 en Nueva York, cuando la fábrica en la que trabajaban fue incendiada para reprimir la protesta que llevaban adelante, por la igualdad de salarios y la reducción de la jornada laboral. No se encontraron pruebas históricas de este hecho en particular, pero sí de muchos otros similares que ocurrieron en diferentes ciudades en épocas cercanas y diferentes años.
En los años 60, el mundo contemporáneo –sobre todo el norte global– asistió a la aparición de un movimiento social y político protagonizado por mujeres. A partir de los años 70, el movimiento feminista se suma y hace suyo el 8 de marzo, ampliando las reivindicaciones al tema de la sexualidad y la violencia contra las mujeres, reivindicando que lo personal es político.
La modificación en las relaciones internacionales por la emergencia del Tercer Mundo y los avances en cuanto a los derechos sociales y económicos, configuraron un contexto propicio para instalar en el debate internacional la situación injusta de desigualdad en que vivían las mujeres y la necesidad de reconocer sus derechos en espacios institucionales. En 1972 un grupo de organizaciones de mujeres sugirió el establecimiento del “Año Internacional de la Mujer” para 1975. Naciones Unidas apoyó la iniciativa. El “Año Internacional de la Mujer” marcó el inicio del “Decenio de la Mujer” (1975 a 1985) y una etapa de gran actividad de la ONU para el abordaje de temáticas relacionadas con las condiciones de las mujeres, entre éstas la proclamación del 8 de marzo como Día de las Naciones Unidas para los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional.
El movimiento de mujeres y feminista
El movimiento de mujeres y feminista, como otros movimientos sociales, viene desplegando nuevas dimensiones de la justicia que ponen en cuestión y buscan transformar lo que “normalmente” se entiende por justo, para quién es justo y cómo se plantean y se arbitran las reivindicaciones, tal como sostiene Nancy Fraser en su libro Escala de justicia. Las feministas han transformado las competencias del Estado, y esto ha sido posible por el impulso de la participación política y social de las mujeres, con la denuncia de la discriminación y la politización de “problemas” considerados como privados, individuales y circunscriptos a la esfera doméstica, tal como sostiene Line Bareiro.
Cuando miramos el camino recorrido, parece casi impensable que alguien niegue hoy que las mujeres somos seres humanos con derechos. El tema se ha instalado en diferentes espacios: en los medios de comunicación, en las escuelas, en la calle, en el trabajo. Hoy –a diferencia de hace un siglo– tener un empleo remunerado, estudiar, ingresar a una carrera universitaria, tener una profesión, heredar, conducir un auto, frecuentar bares, comprar una casa, vivir sola, hablar en público, viajar, son actividades tan cotidianas para las mujeres como para los varones.
Sin embargo, es difícil celebrar estas conquistas cuando domingo 28 de febrero de 2016 explotaron los medios de comunicación y las redes sociales con la noticia de que habían sido encontrados sin vida, y con marcas de ensañada violencia, los cuerpos de “las dos mochileras mendocinas perdidas” en Ecuador: María José Coni y Marina Menegazzo. Los casos de violaciones, desapariciones y asesinatos de mujeres, adolescentes y niñas, no son hechos aislados que irrumpen ocasionalmente en la escena pública, sino que son moneda corriente en nuestra cotidianeidad. Lo que emergió con estos femicidios es la naturalidad con la que se culpabiliza a las mujeres cuando desafían los preceptos del temor y el cuidado con el que deben andar las mujeres. Como dice una frase del activismo: “Vivimos en un mundo donde enseñan a las mujeres a cuidarse de no ser violadas, en vez de enseñar a los varones a no violar”.
Entonces ¿por qué necesitamos un día internacional de las mujeres?
Lo necesitamos porque vivimos en sociedades que toleran, naturalizan y justifican la violencia y la discriminación contra las mujeres y que no hacen más que lo mínimo e inevitable para crear algunas condiciones para la igualdad y mínima dignidad .
Lo necesitamos porque la dinámica histórica y multideterminada de la instalación de las temáticas de los sectores sulbalternizados en el espacio público, navega en las aguas borrascosas entre lo que las mujeres demandamos por ser justo y las resistencias institucionales y patriarcales de ceder un ápice de privilegios.
Años observando la dinámica de las transformaciones de nuestras sociedades, no hace más que presentarnos una y otra vez las mismas inquietudes: por qué si las mujeres tenemos derecho a vivir una vida sin violencia, las formas de violencia parecen multiplicarse y no erradicarse. Por qué si hay leyes que garantizan nuestros derechos sexuales y reproductivos tenemos que acudir a abortos clandestinos en casos que son legales, como peligro de la salud y violación. Por qué si tenemos leyes de igualdad laboral y económica nuestros salarios son menores. Por qué el reconocimiento de nuestra participación en el espacio público y en la esfera productiva no va acompañado de un reparto de las responsabilidades sobre las tareas de cuidado y domésticas.
Con una larga lista de por qué nos enfrentamos a este 8 de marzo como cientistas sociales, como feministas, como defensoras/es de los derechos humanos, como simples ciudadanos/as. Y con una tristeza muy profunda cuando vemos que el día de las mujeres sigue siendo un día de lucha y conmemoración, y se aleja ineludiblemente de la utopía de pensarlo como un día para celebrar un mundo sin discriminación.
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