A una semana del cuarto triunfo consecutivo del PT en Brasil, Le Monde Diplomatique edición Cono Sur publicó un análisis que explica los motivos del resultado más ajustado en la historia del país sudamericano que lidera la región. "Una victoria ajustada que revela los futuros desafíos a los que tendrá que hacer frente el partido gobernante para mantenerse en el poder".
Dilma y Lula, los últimos presidentes de Brasil, entre ambos completarán 16 años en el poder.
¿Por qué, pese a la resistencia de los sectores económicos concentrados, ganó Dilma Rouseff?¿Pero por qué ganó tan ajustadamente? ¿Qué margen de acción tiene la presidenta reelecta para encarar el cuarto período de gobierno del PT, la fuerza de izquierda creada y sostenida por la poderosa figura de Lula Da Silva?
En este artículo de Martín Schapiro para Le Monde Diplomatique titulado El ajustado triunfo de la continuidad se plantea un repaso del proceso político que pone a la mandataria frente al ciclo más difícil de gobierno en los que lleva el PT.
El ajustado triunfo de la continuidad
"Con el aval de doce años de avances sostenidos para las mayorías populares, el PT alcanzó su cuarto triunfo en las elecciones más reñidas de la historia del país. Una victoria ajustada que revela los futuros desafíos a los que tendrá que hacer frente el partido gobernante para mantenerse en el poder.
"Según declara en su perfil de Facebook, a Renato, paulistano, abogado, hijo de una familia profesional de la clase media alta, no le importa el testimonio de María, de Ceará, hija de una empleada doméstica y nieta de un campesino analfabeto. En la página web de la campaña del Partido de los Trabajadores (PT), María dice haber sido la primera de sus tres hermanos en no tener que trabajar de adolescente a partir del programa Bolsa Familia, y la primera en su familia en acceder a la Universidad con la ayuda del programa gubernamental Universidad para Todos (PROUNI).
"Si le preguntan, Renato dirá que le importa la corrupción, que en su opinión amenaza desde la empresa insignia, Petrobras, hasta el propio sistema político, donde el PT gobernaría a partir de un esquema de sobornos, rodeado de aliados movidos por el interés monetario, y explicará que el mal funcionamiento de los servicios en Brasil se debe a la corrupción que la maquinaria de gobierno utilizó durante doce años para preservarse en el poder.
"María vota al PT por sus propios progresos y por los de su familia de pocos recursos que, por primera vez, dejó de pasar apuros en alimentos y vestimenta, y logró cambiar los electrodomésticos de su casa. Para Renato, que se considera a sí mismo de centroizquierda, María y su familia son clientes, víctimas de engaños y extorsiones, y este año, tras votar por segunda vez consecutiva a Marina Silva en primera vuelta, votará por primera vez a un candidato tucano (1).
"Los relatos, verídicos, de Renato y María, son las historias de un Brasil que llegó a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales cortado casi al medio. Norte y Sur; ricos y pobres; y, según quién contara la historia, pueblo y privilegiados o informados e ignorantes. A diferencia de la anterior elección, esta segunda vuelta no se planteó como un llamado a decidir entre las propuestas de Dilma Rousseff y Aécio Neves, o del PT y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), sino como un plebiscito sobre los gobiernos petistas, un enfrentamiento entre continuidad y ruptura, y así lo entendieron ambos candidatos durante la campaña.
El legado petista
"El mapa económico-social brasileño, al menos visto desde afuera, no parecería ameritar semejantes divisiones. Ninguno de los gobiernos petistas tomó medidas de enfrentamiento frontal con el capital nacional o internacional; si analizamos la inflación, encontramos que, si bien está en un nivel relativamente alto para los parámetros mundiales actuales, nunca excedió el techo de la meta fijada por el Banco Central; las reservas internacionales, que al momento de la asunción del presidente Luiz Inácio Lula da Silva eran cercanas a los 30.000 millones de dólares, hoy superan los 300.000 millones, la relación entre deuda líquida y producto interno bruto (PIB) se encuentra cercana al 30 por ciento y gran parte de los grupos económicos acumularon, como en el resto de América Latina, grandes ganancias a lo largo de los doce años de gestión.
"En cuanto a la agenda social, el mejor legado de estos doce años de continuidad política, el balance resulta impresionante por la magnitud de los cambios y la magnitud del país. En ese período, entre treinta y cinco y cuarenta millones de personas dejaron la pobreza para integrar la nueva clase media, la llamada Clase C, motorizando el crecimiento del consumo interno en el país. La pobreza extrema, por otra parte, se redujo del 15 a menos del 5 por ciento de la población, lo que llevó a que este último año, por primera vez desde que se elabora, Brasil no figurara en el Mapa del Hambre de las Naciones Unidas. Si miramos otros indicadores sociales, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), el Coeficiente de Gini bajó casi 7 puntos entre 2002 y 2013; el desempleo pasó de cerca del 12 por ciento a menos del 5 por ciento, y el salario mínimo subió de 200 a 724 reales, determinando un aumento real superior al 50 por ciento. Y más allá del mínimo, todos los sectores asalariados registraron aumentos en su poder adquisitivo.
"Desde la gestión gubernamental se crearon y profundizaron enormes programas de transferencia de renta. Bolsa Familia, a partir del gobierno de Lula, que cuenta con cerca de 50 millones de beneficiarios, y Brasil Sin Miseria, durante el gobierno de Dilma, resultaron exitosos en el combate a las manifestaciones más extremas de la pobreza. También se promovieron los programas PROUNI y Programa Nacional de Enseñanza Técnica y Empleo (PRONATEC), de educación universitaria de grado y posgrado y de educación técnica, respectivamente, que aumentaron fuertemente las matrículas, garantizando el acceso a las instituciones educativas de sectores antes excluidos. También durante los gobiernos petistas se puso en marcha el ambicioso programa de construcción de viviendas 'Mi casa, Mi vida' y se llevó el tendido eléctrico a toda la población a través del programa 'Luz para Todos'.
Cambios en el mapa electoral
"En el contexto de un exitoso ciclo de gobiernos reformistas, la reelección de Dilma Rousseff resultó mucho más ajustada de lo que los resultados del ciclo y sus profundas transformaciones en el mapa social brasileño permitirían inferir.
"Sin embargo, es en las propias condiciones de posibilidad del éxito del ciclo petista en donde se encuentran las sombras y los enfrentamientos que explican gran parte de sus apuros electorales.
"Desde su constitución hasta su llegada al gobierno federal, las mayores fortalezas del PT se concentraban en la parte industrializada del país, donde ejerció de representante de la alianza entre el proletariado sindicalizado, movimientos de excluidos y la fracción más progresista de las clases medias, mayormente empobrecidas durante sucesivos ciclos de gobiernos neoliberales. A la representación de la agenda de sindicatos y movimientos sociales, el partido agregaba una agenda ética muy difundida, a partir de la cual se erigió en fiscal, relativamente exitoso, de los emergentes de la corrupción endémica del sistema político brasileño, lo que resultó simpático a los reclamos de las clases medias urbanas.
"El acceso al gobierno y las medidas que mejoraron la situación de decenas de millones de brasileños modificaron la base de apoyo del partido. Al tiempo que lo tornaron hegemónico en el empobrecido Nordeste brasileño –histórico bastión de caudillos territoriales derechistas–, las condiciones para el ejercicio del gobierno, en el que el PT gestiona con menos de cien diputados propios y unos pocos aliados naturales entre los más de quinientos que integran la Cámara, implicó concesiones, muchas veces enormes, al pragmatismo y las viejas prácticas de las élites políticas del país, juzgadas necesarias para ganar elecciones y gobernar.
"El amplio marco de alianzas determinó que el primer gobierno de Dilma se compusiera de más de treinta ministerios, cuya única función era preservar, mediante el otorgamiento de cargos y presupuestos, a una cantidad suficiente de partidos dentro de la base aliada.
"En ese contexto, nos encontramos con históricos rivales de Lula y su partido convertidos en aliados, circunstanciales o permanentes, de la coalición gobernante, en razón de su poder institucional o local. Nombres como el de José Sarney, Paulo Maluf e incluso Fernando Collor de Mello pasaron a integrar postales sonrientes junto a candidatos y funcionarios petistas.
"También los avatares relacionados con escándalos de corrupción por los que incluso fueron condenados dirigentes de la primerísima línea del Partido, como el mensalao (pago de mensualidades a diputados a cambio de integrar la base aliada) y la llamada caixa dois (financiamiento paralelo al legal), tuvieron relación, predominantemente, con el acceso y el ejercicio del gobierno más que con acusaciones de enriquecimiento personal sobre los integrantes de la dirección partidaria.
"Todas estas circunstancias, que contribuyeron a alejar a las clases medias, fueron magnificadas por los medios más grandes y tradicionales del país, cuya agenda coincide desde tiempos dictatoriales con la del gran capital brasileño y, fundamentalmente, con la poderosa burguesía industrial agrupada en la Federación de Industrias de San Pablo (FIESP), y opuestos a los gobiernos petistas, primero tímida y luego frontalmente, debido a las políticas de aumento de la participación asalariada en detrimento de la rentabilidad industrial privada, la menos favorecida del ciclo 2002-2014.
"Si la corrupción fue el caballo de batalla de los medios opositores durante los doce años transcurridos desde la asunción de Lula, los ataques se intensificaron luego de las protestas de junio de 2013, en las que parecieron encontrar el combustible ideal para desangelar a Dilma y evitar su reelección. Así, el relato más difundido de las eclécticas protestas –en las que se mezclaron con fuerza reclamos que requerían de mayor presencia del Estado (transporte, salud, seguridad), o de desenmarañar la compleja trama de intereses público-privados (en el caso de la falta de transparencia en el financiamiento partidario)– fue el de las quejas contra la corrupción y el derroche “de los políticos”, simbolizado en los estadios de la Copa del Mundo, que llegó a ser boicoteada abiertamente por los principales medios de comunicación del país.
"Estos ataques, ya exitosos entre la clase media tradicional, consiguieron interpelar a un sector de la nueva clase media asalariada al son del pobre crecimiento económico del cuatrienio de Dilma, caracterizado por la reversión de los términos del intercambio de la década ganada de América Latina frente al que el gobierno continuó privilegiando a los sectores más postergados, manteniendo el desempleo en mínimos históricos y continuando con los aumentos del salario mínimo y los planes sociales.
El aval del apoyo popular
"En este marco se presentaron, en la primera vuelta, las candidaturas de Marina Silva y Aécio Neves. El discurso de este último recurrió al típico recetario liberal vinculado al aumento de las inversiones, la 'optimización' del Estado y la apertura comercial como medicina destinada a recuperar la senda del crecimiento, mientras la primera, exministra de Lula, con una construcción fuertemente personalista y beneficiada por las simpatías que produjo el trágico fallecimiento de quien fuera su candidato a presidente, Eduardo Campos, dirigió su campaña a las franjas indignadas con la política y a los emergentes de las jornadas de junio con un discurso republicano y participacionista en lo político pero no muy diferente del candidato del PSDB en lo económico, cuyas marcadas inconsistencias le permitieron subir rápidamente en las encuestas pero determinaron también una extrema vulnerabilidad de su candidatura, que terminó por desinflarse, estacionándose en un porcentaje, si bien alto, similar al de la anterior elección presidencial.
"De cara a la segunda vuelta, y cerrado el apoyo de la derrotada Marina Silva, Aécio intentaría dejar de ser el candidato del bloque de centro-derecha, el primero desde el 2002 en reivindicar en campaña los gobiernos de Cardoso, para ser el candidato del cambio, con un discurso de refundación republicanista y apoyado en una nueva serie de denuncias mediáticas de corrupción, sugestivamente coincidentes con la fecha de la elección.
"Ante la posibilidad, por primera vez cierta, de tener que dejar el gobierno, el PT tuvo que afinar su capacidad de reacción. Fue enorme la movilización de las bases, que salieron a las calles masivamente y, lideradas por la activa presencia de Lula, desbordaron incluso las previsiones de la dirección partidaria. Al mismo tiempo, se acentuó la comparación con el pasado, recordando simultáneamente los logros de la década y las dificultades enfrentadas durante los gobiernos del partido de Aécio, mientras Dilma alternó una primera etapa de certeros ataques personales con propuestas de reforma política y nuevas mejoras en los servicios y la infraestructura del país.
"Con el aval de doce años de avances sostenidos para las mayorías populares, el PT alcanzó su cuarto triunfo en las elecciones más reñidas de la historia del país. Si los pactos con las oligarquías políticas y los enfrentamientos con las oligarquías mediáticas e industriales hicieron posible la impresionante transformación del mapa de Brasil, también condicionaron enormemente su base de apoyo. Una impostergable reforma política, la recuperación económica y una drástica mejora de los servicios públicos y la infraestructura logística del país constituyen los desafíos centrales de esta nueva etapa.
"Las concesiones que resultaron esenciales para posibilitar el exitoso ciclo de gobierno constituyen hoy las mayores amenazas. El PT, sin embargo, por la densidad de sus bases, la popularidad de sus líderes y los progresos sociales, es también el único en condiciones de superarlas y liderar a Brasil, definitivamente, en el camino del desarrollo".
Autor: Martín Schapiro, Maestrando en Derecho Administrativo por la UBA. Miembro de la Usina de Estudios Políticos, Laborales y Sociales (UEPLAS).