Cierre de la AFIP: ¿qué cambia y qué pasará con el monotributo?
Análisis económico de la actualidad argentina junto a la economista Carina Farah.
24 DE OCTUBRE DE 2024
Roberto Follari, epistemólogo, docente y doctor en Psicología.
Javier Milei y Patricia Bullrich en programa de televisión. Foto: Enrique García Medina para La Nación
Noche de derrota de Bullrich y de remoción de Milei de su anterior primer lugar. Las caras fúnebres en los dos principales canales de TV nacional opositora, eran de antología. Tanto, que varios espectadores no dejaron de tomarles el pelo a los deprimidos “periodistas” (¿o locutores?). María L. Santillán pretendió aclarar: es que estamos muy cansados/as a esta hora. Resultó una respuesta cómica.
Es que el decadente periodismo local no se hace cargo de su rol desprofesionalizado y mendicante. No fungen de periodistas: son propagandistas sin límite ni disimulo. Pretenden a menudo que los entrevistados digan lo que ellos quieren que digan, imitando al personaje paródico de Capusotto. Y además, les dan consejos, órdenes, instrucciones a los políticos, que resultan -muy a menudo- voluntaristas e ingenuas, cuando no grotescas. “Tienen que estar todos unidos”, les truenan a los políticos de la derecha, sin advertir que la política tiene exigencias de estrategias y de legitimación social que no permiten cualquier unión, o la unión a cualquier precio.
Si uno les dijera: “¿Por qué no se unen La Nación y Clarín?”, por ejemplo, ellos dirían que no son lo mismo, que tienen propietarios diferentes, y similares razones: una no menor de ellas, que si en vez de dos empresas fueran una sola, muchos se quedarían sin trabajo. Es la lógica de la competencia periodística: pueden estar unidos en su antiperonismo militante, pero no en su organización institucional ni en sus matices discursivos. Lo mismo sucede -en medida mayor, además, por depender del voto ciudadano- con la política: decirles a quienes hacen política que tienen que unirse a toda costa, resulta a menudo un ejercicio inútil y desencaminado.
Gracioso resultó también verlos quejarse de que “nos ganó Insaurralde”. Con aire compungido, claman que “a la gente no le importa la corrupción”. Tan moralista frase es casi siempre vacía: los que la dicen no han tenido ningún problema para tolerar -y a veces ocultar- la galopante corrupción macrista (Correo Argentino, peajes, parques eólicos, espionaje ilegal reiterado, manejo de jueces y fiscales que iban a la Rosada, soterramiento del Sarmiento, y siguen firmas). Podría traducirse su lamento: “No pudimos manejar a la opinión pública: creíamos que lo íbamos a lograr”. Pues no: el oficialismo ganó ampliamente en el territorio del político implicado. Y Durán Barba -con su modo habitual que no se sabe si es exceso de sinceridad o de cinismo- les espetó: “La gente cree que los que denuncian corrupción son tan corruptos como los denunciados”. Game over.
También asistimos ahora a un modo por demás unilateral de mostrar los sucesos bélicos de Medio Oriente. En tanto Israel es el aliado principal de Estados Unidos y tiene fuertes enclaves financieros y culturales a nivel planetario, el “periodismo soft” se encarga de diabolizar a los palestinos -identificándolos in toto con Hamas- y de presentar al fuerte aparato militar israelí como puras víctimas de lo que llaman “terrorismo”.
Pero, ¿acaso no sabemos los argentinos que existe el terrorismo de Estado? ¿qué puede decirse de lo que la prensa internacional llama “respuesta” israelí, cuando ya han muerto por ella 3 veces más palestinos que los israelíes muertos por el ataque del día 7 de octubre? ¿Cómo puede llamarse a eso una “respuesta” que, para colmo, no acaba nunca sino que parece que recién comienza? Y acaso: ¿no fue la violencia de Hamas también una respuesta? ¿Alguien puede decir seriamente que los conflictos en la región comenzaron a comienzos de este mes de octubre?
El pseudo/periodismo en auge se rasga las vestiduras por el sufrimiento de los ciudadanos israelíes -que ciertamente ha sido grande-, pero es miope o ciego respecto del sufrimiento de los palestinos -que pareciera que sufren con sordina-. Y hasta hacen como Novaresio, que cuando una entrevistada no comulga con su evidente toma de partido, se da por ofendido y se retira de la entrevista, tildando a su interlocutora de supuesta “defensora de dictaduras”. Como si el gobierno extremista de Netanyahu fuera una maravilla de centrismo y antifundamentalismo, como si las manifestaciones reiteradas en Israel previas al 7 de octubre no mostraran una población donde un importante sector rechaza por completo la postura de ese gobierno, que pretende hacer una reforma judicial que sirva a la impunidad del jefe de Estado.
Ahora son esos periodistas de carácter "in the pendiente" (al decir de Mafalda) los que pretenden que los argentinos tomemos por “normal” el pacto entre Macri y Milei. El primero mostrando que ayudó a perder a sus propios candidatos, el segundo exhibiendo que ruega por los votos de aquellos a que insultó con total impunidad: la asesina de niños se transformó en dos días en compañera de ideales. La ideología de derechas todo lo puede, hasta disimular una candidata a vicepresidente que se reunía con el dictador Videla y que aparece en la libreta personal de contactos del represor Etchecolatz.
Pero no todo está perdido: vimos esta semana a María Granata, a Baby Echecopar y hasta a Jorge Lanata, tener -cada quien a su modo- gestos de diferenciación respecto del pacto urdido por el sector más autoritario de la política nacional. Ha habido carros a los que se subieron casi todos, pero este contubernio entre las dos derechas no parece ser el caso: ni siquiera en el pantanoso espacio del periodismo televisivo.-
Análisis económico de la actualidad argentina junto a la economista Carina Farah.
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