Pensarse colectivamente: trece mujeres sostienen el trabajo sin patrón
Contra la lógica del "Sálvese quien pueda", la Cooperativa Fernanda Toledo sostiene un espacio de producción textil que apuesta a la economía social, solidaria y feminista. Melisa Ovejero, una de las trabajadoras, explicó toda su historia, tareas y objetivos.
Foto: BBL
En un taller ubicado en Las Heras, trece trabajadoras –algunas cercanas a los 30 años y otras mayores de 50– sostienen desde hace casi diez años la Cooperativa Fernanda Toledo, un espacio productivo que, con los pilares del trabajo sin patrón, defiende la economía social, solidaria y feminista. Desde Unidiversidad, dialogamos con una de sus trabajadoras, Melisa Ovejero.
Luego del femicidio de Fernanda Toledo, cometido en 2009, un grupo de mujeres cercanas a ella decidieron juntarse con la intención de entender el hecho. El espacio de catarsis y contención se fue ampliando a la reflexión sobre las violencias machistas. En ese camino, el grupo notó que una de las principales violencias que sufrían las mujeres y las disidencias era la falta de trabajo, ya que, por diferentes motivos, siempre quedaban fuera del mercado laboral.
Los trabajos formales o bien remunerados son casi inaccesibles para las mujeres de los barrios, pensaron, por distintas circunstancias: la maternidad, el lugar donde habitaban o la responsabilidad sobre las tareas de cuidado que les impedía disponer de su tiempo como el mercado exige. Fueron proyectando, así, la necesidad de armar un espacio productivo que les sirviera de sostén económico.
En este contexto, a fines de 2010 o principios de 2011, les llegó la propuesta de una fundación que tenía en un galpón máquinas textiles industriales –facilitadas por el gobierno nacional– para un proyecto que no había prosperado. En acuerdo con la fundación, el grupo de mujeres se apropió de aquella maquinaria en desuso. Ellas tuvieron que aprender a manejarlas porque, si habían tenido contacto con algo de costura, había sido con máquinas de coser familiares.
En 2012, aquella fundación donó la maquinaria y la cooperativa pudo llevarla a su primer local, en Dorrego. En ese momento, comenzaron a elaborar líneas propias –marroquinería y juegos para la primera edad– con insumos reciclados porque no tenían fondos ni capital para invertir en materiales. Con el tiempo, pudieron acceder a ventas más grandes, sobre todo al Estado nacional, y, con eso, a la compra de materia prima. Se mudaron a Las Heras en 2014 y el taller aún hoy continúa allí.
Esta semana, después de casi diez años, las trece trabajadoras recibieron la matrícula de la Cooperativa Fernanda Toledo. Hasta ahora, facturaban desde sus monotributos y eso las limitaba a producciones menores. Este reconocimiento institucional les va a permitir la posibilidad de ser proveedoras del Estado, de presentarse en licitaciones para trabajos industrializados –que les permitan planificar mayores ingresos y sueldos a largo plazo–, financiamientos y subsidios para renovar la maquinaria y avanzar en la modernización del espacio.
“Ahora se viene el salto cualitativo que necesitábamos”, celebró Melisa Ovejero. Es que, de esta manera, van a poder avanzar en trabajos mayores e incorporar compañeras: “Creemos que vamos a poder dar un salto en cantidad y calidad de producción. Todos estos años nos han dado un bagaje y una experiencia para afrontar los trabajos grandes y poder resolverlos”, repasó la trabajadora.
La economía social, solidaria y feminista
“Las bases que nos motivan y ordenan tienen que ver con el trabajo sin patrón”, explica Ovejero. Eso significa que la figura de responsabilidad, mando y dirección es asumida colectivamente. Su órgano principal es la asamblea que durante estos diez años se ha hecho una vez por semana ininterrumpidamente. Además, dos veces al año se reúnen en plenarios en los que tratan temas estructurales y deciden el rumbo de la producción. La asistencia a ambas instancias es obligatoria.
La cooperativa “es un espacio laboral, político, de militancia”, donde sostienen los esquemas que creen que la economía tiene que tener. Llevan adelante un “trabajo colectivo, horizontal, donde los personalismos se dejen de lado” y se pueda avanzar en el objetivo común: sobrevivir colectivamente. Lo consideran, además, un espacio de pertenencia porque, con la doble jornada laboral –el trabajo productivo y el doméstico–, las mujeres casi no tienen tiempo, espacio ni recursos para organizarse políticamente.
Las trabajadoras de la Cooperativa Fernanda Toledo atravesaron un proceso bastante largo para poder identificarse dentro de la economía social y solidaria. Cuando participaban de conversatorios o instancias académicas, aseguran, siempre notaban que quienes hablaban de tecnicismos y estructuras eran varones, pero en la realidad, explica Ovejero, “el 80 % o el 90 % de quienes trabajamos en la economía social y solidaria somos mujeres y disidencias. Por eso es imprescindible agregar lo de ‘feminista’: porque es parte de esa construcción y de esa visibilización de las trabajadoras”.
No son nuevas las formas colectivas de entender la economía comunitaria, “en la que el centro no es el capital sino que son las relaciones humanas. Nos lo han enseñado las machis, las comunidades indígenas, no se ha inventado ahora –aportó la trabajadora de la cooperativa–. Es algo que las mujeres venimos construyendo desde hace muchísimos años, que son las formas colectivas de sobrevivir y de entender la economía como un medio y un motor comunitario, y no como un fin”.
“La economía social, solidaria y feminista no solamente es posible sino que es real y existe desde hace muchísimos años, en las bases de las organizaciones, a lo largo del continente, donde las mujeres somos protagonistas de otras formas de producción. No se pone en un primer lugar la ganancia, sino al ser humano y, a partir de ahí, procuramos solventar colectivamente las necesidades individuales”, se explayó Melisa Ovejero.
Nadie se salva solx
Melisa Ovejero apuntó a desarticular las supuestas bondades del emprendedurismo del que tanto se habla en estos tiempos. “El nuevo mundo que nos proponen es un mundo del ‘Sálvese quien pueda’”. El hecho, destacó, es que sin un capital de respaldo, triunfar por cuenta propia “es prácticamente imposible (...) Solo no se salva nadie –subrayó–. La única fortaleza que tenemos las clases populares y las clases trabajadoras es la unidad”.
“No es contra una persona emprendedora. Es contra el concepto del emprendedurismo, de ‘Sé tu propio jefe’, que oculta el ‘Abandoná todos tus derechos laborales’. ‘Autoexplotate y, si te esforzás muchísimo, vas a triunfar’. Esa meritocracia no funciona y no es real”, apuntó la trabajadora de la cooperativa.
Muchas veces, quienes defienden estas lógicas se apoderan del discurso de la economía social, pero lo hacen desde una mirada neoliberal, y eso subvierte completamente la propuesta. Es el caso de quienes trabajan en la repartición callejera, explica Ovejero, a quienes, con el discurso de “Manejá tus propios tiempos”, las y los someten a la renuncia de sus derechos laborales.
“Que nosotras seamos cooperativistas no quiere decir que no aspiremos a tener nuestra obra social, nuestro seguro médico, jubilatorio, vacaciones, licencias pagas. Estamos en esa lucha por poder acceder a esos derechos laborales que nos corresponden como trabajadoras”, aclara Melisa Ovejero.
Si bien el sector económico se ha visto perjudicado en el contexto actual de pandemia, desde la Cooperativa Fernanda Toledo aseguran que pudieron hacerle frente gracias a su organización previa. “Nos dijeron que teníamos que estar encerradas y en una o dos semanas ya habíamos armado los talleres cada una en su casa, habíamos repartido las máquinas, ya teníamos un cliente potencial que había comprado un montón de material para hacer barbijos”, cuenta la trabajadora.
Al principio del aislamiento, en marzo del 2020, ese cliente les había pedido 20 mil barbijos por semana, pero les ofrecía un pago irrisorio. Ellas pelearon el precio y organizaron la producción a través de una red de doce talleres de distintas partes de la provincia con principios similares a la cooperativa. Se pusieron en contacto con movimientos sociales y espacios colectivos, les ofrecieron activar el trabajo textil y, con más de cien costureras trabajando, consiguieron producir más de 30 mil barbijos semanales.
El trabajo de costura está sumamente precarizado. Por eso se sumaron al Sindicato Argentino de Trabajo a Domicilio Textil y Afines que, aunque se plantea la representación de costureras individuales, es un espacio de lucha por más derechos para el oficio. “La precarización del sector es algo silenciado” y se sostiene en gran medida con talleres clandestinos, asegura Ovejero.
Cuando se conoce sobre trata de personas, se aprende que los principales destinos de las víctimas son la explotación sexual, en el campo y en lo textil. “Entonces nuestra lucha no es solamente por la subsistencia, es también contra un sistema de explotación”, concluyó la trabajadora de la cooperativa.
Foto de perfil de la cooperativa en Facebook
Los cuidados son colectivos
En la Cooperativa Fernanda Toledo tienen en cuenta que las tareas de cuidado son casi exclusivamente asignadas a las mujeres y disidencias. Por eso, buscan alternativas para evitar prácticas que las excluyan de la producción. Los cuidados no son un tema secundario para organizarse: “Hoy compartimos nuestro espacio de producción con nuestras niñeces”, explica la entrevistada. Aunque son conscientes de que es necesario que las madres tengan su espacio propio, han encontrado esta forma de organizarse.
El hecho de que las que son madres lleven a sus hijas e hijos no significa que sean las únicas responsables de su atención, ya que también es una tarea compartida. Se van turnando para poder acompañar y hacerles amena a esas niñas y niños su estancia en la cooperativa: “Tratamos de que también sea un espacio amigable con elles, que no lo padezcan”, agrega Melisa.
“Apuntamos a que compartir el espacio pueda ser de una manera más integral. Hoy hay tres bebés que van todos los días al espacio: uno de meses, uno de 2 años y una de 3. Las mamás coordinan los horarios para ir juntas, para que compartan y jueguen. Ahí nosotras nos vamos turnando, un ratito cada una se queda con elles para que se pueda seguir con la producción y no sea un espacio de sufrimiento”, se explaya.
En el lugar, hay cajones con juegos y también algunos útiles escolares. Varias de ellas no tienen acceso a una buena conexión de internet en sus casas, así que sus hijas e hijos toman clases virtuales en el espacio de la cooperativa. Colectivizan todos los insumos para que puedan seguir avanzando en su la escolaridad.
Ovejero reflexiona: “Sabemos que no estamos en lo ideal, pero con las posibilidades y las limitaciones que tenemos, tratamos de compartir el espacio con esas niñeces”. Se da una situación interesante: “Saben perfectamente qué es la asamblea, cómo funciona, quién cumple cada rol”, dice sonriente Melisa. Hacia la adolescencia, hay quienes empiezan a proyectarse trabajando en la cooperativa, “empiezan a entender como algo natural la forma de organizarse colectivamente” y eso las llena de satisfacción.
Las trece sueñan en grande. Se ilusionan con tener un espacio con alguien a cargo que incentive y acompañe a esos niños y niñas desde lo lúdico, para que puedan aprender, dispersarse y relacionarse.
Los pañuelos de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto
Uno de los trabajos más grandes que encaró la Cooperativa Fernanda Toledo fue la elaboración de los pañuelos de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito desde 2018. En contacto con la regional Mendoza, se abocaron a la producción masiva de la insignia verde para el Gran Mendoza primero y para otras regionales después.
“Fue una de las experiencias más valiosas que hemos tenido en lo económico, en lo político y en lo formativo”, aseguró Melisa.
No solo significó mucho trabajo hacia adentro sino que, además, pudieron “aportar en la coordinación de varios espacios de mujeres”. A partir de esta oportunidad, “se activaron un montón de talleres que se sostienen hasta el día de hoy, con los cuales seguimos en contacto y vamos enlazando nuevos trabajos”, detalló la integrante de la cooperativa.
De hecho, también pudieron plasmar una forma de producir que se replicó en todo el país. A partir de un estudio que hicieron desde la cooperativa local, notaron que era conveniente en precio cambiar la tela que se usaba porque abarataba costos de estampado, evitaba las costuras en los bordes y resultaba en un producto de mejor calidad.
Con la matrícula y la posibilidad de acceder a producciones industrializadas, el horizonte de la Cooperativa Fernanda Toledo se corre dos pasos más allá: piensan en seguir incorporando compañeras y coordinando trabajos con otras organizaciones de lógicas colectivas. Sobre la base de lo aprendido, lo consolidado y lo recorrido, la cooperativa encarna el ejemplo de una economía social, solidaria y feminista.
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