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La intervención del arte feminista para deconstruir la simbología y representación patriarcal.
“El Tendedero”, de Mónica Mayer, una de las obras icónicas del arte feminista latinoamericano.
Natalia Encinas, INCIHUSA, CONICET Mendoza / FCPyS UNCuyo
Publicado el 29 DE NOVIEMBRE DE 2018
¿Cómo pensamos nuestros propios trabajos de investigación sobre arte (o en torno a algún aspecto vinculado al campo del arte) en el sistema científico? ¿Por qué legitimar estos temas como objetos de estudio? Articulado alrededor de esos interrogantes, ejes a partir de los cuales comenzamos a tramar estos artículos, este texto tiene por objeto compartir algunas reflexiones en torno a la investigación científica vinculada al campo del arte a partir de la propia experiencia como becaria doctoral.
Mi proyecto de tesis en curso busca aportar a la comprensión de los vínculos entre arte, género, feminismo y periodismo cultural en la Argentina, desde la poscrisis del 2001 y hasta el 2015. La teoría feminista, en sus cruces diversos con los estudios de comunicación por un lado, y con el campo del arte y sus aportaciones a los estudios visuales por otro, contribuye a vertebrar y definir tanto el objeto como el problema de mi trabajo. ¿Por qué abordar entonces, desde una perspectiva situada en el feminismo, aspectos vinculados al arte?
Para comenzar responder a esta pregunta es ineludible la referencia a las intervenciones feministas en el campo del arte que, desde la década de 1970, han realizado una de las críticas más radicales a los relatos canónicos de la historia del arte así como a los regímenes de representación modernos y occidentales. Las teóricas feministas han señalado que historia del arte es una disciplina que, pese a ser aparentemente muy marginal y pequeña, brinda uno de los modelos más potentes del héroe masculino a la sociedad. Esto, dado que el canon occidental de las artes visuales se ha ido construyendo alrededor de una serie de “grandes hombres”: una galería de “héroes” en la cual el artista es una figura simbólica, a través de la cual ciertas fantasías públicas adquieren forma representacional. En el campo de la historia del arte el punto de vista del varón, blanco, occidental, ha sido aceptado así como “el” punto de vista y la creatividad artística moderna –sostiene la historiadora feminista del arte Griselda Pollock- es un modelo de virilidad en acción.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver la historia del arte con la lucha feminista? ¿Qué importancia política tiene para las feministas intervenir en un área aparentemente tan marginal como el arte? Si consideramos a la cultura como escenario de un tipo de lucha particular, la lucha cultural, que implica el desafío a regímenes de sentido particulares y órdenes de representación, podemos comprender lo que allí se disputa. Siguiendo la conceptualización de la teoría feminista del arte que recupera la tradición de la teoría cultural marxista, la cultura sería entonces el nivel social en el que se producen imágenes del mundo y definiciones de la realidad que pueden movilizarse ideológicamente para legitimar (o cuestionar) el orden existente de las relaciones de dominación y subordinación entre clases, razas y sexos. Esto demanda el reconocimiento de las relaciones de poder entre los géneros en el campo del arte, haciendo visibles los mecanismos de poder masculinos, la construcción social de la diferencia sexual y el papel que desempeñan las representaciones culturales en esa construcción.
Tal como ha argumentado la teoría feminista, el control del cuerpo femenino –su disciplinamiento y apropiación- es uno de los núcleos donde se asienta el patriarcado. Y las producciones artísticas, es posible afirmar, han ocupado y ocupan un rol significativo en dicho control si tenemos en cuenta que los terrenos de la práctica artística y de la historia del arte están estructurados por, y al mismo tiempo estructuran, relaciones de poder generizadas. Entendido como una parte de la producción social y a la vez en sí mismo productivo (es decir, como un sitio en el que se producen y renegocian significados) el arte se relaciona entonces con los cuerpos de las mujeres -no sólo a nivel de sus representaciones, sino con los cuerpos, vidas y prácticas de las mujeres como sujetas históricas-, así como con las múltiples formas de violencias que contra nosotras persisten y se multiplican.
Por ello, en el terreno del arte también se disputa la lucha feminista: a lo largo del tiempo, y a partir de singulares condiciones de producción atravesadas por experiencias marcadas por disímiles imbricaciones de las opresiones de género, clase, racialización, así como por las distintas coyunturas históricas, las artistas se han implicado de modos y con estrategias diversas en la crítica al patriarcado. Si consideramos que los discursos de la historia del arte así como las prácticas artísticas han sido históricamente un lugar de construcción de subjetividades cuerpos y vidas posibles y vivibles, podemos comprender entonces la importancia de pensar a la práctica artística, también, como un lugar desde donde discutir y subvertir los sentidos dominantes asignados desde el androcentrismo, el colonialismo y la heterosexualidad obligatoria.
Dispersas, las prácticas rebeldes de las artistas, que han desafiado a las visualidades y modos de ver patriarcales con sus producciones de arte feminista, convocan a la tarea de inscribirlas en las genealogías feministas, a la que busco aportar con mi trabajo. La búsqueda/construcción de genealogías feministas surge, tal como sostiene Alejandra Ciriza, “de la necesidad de hallar raíces históricas y situadas para nuestras intervenciones teóricas y políticas”.
En relación a ello y para finalizar, quisiera señalar que entiendo, retomando a Griselda Pollock, que la problemática feminista en este campo particular de lo social toma forma en el terreno de las representaciones visuales y sus prácticas, pero en última instancia se define dentro de la crítica colectiva al poder social, económico e ideológico que es el movimiento de mujeres. En ese horizonte teórico-político es que se inscribe la investigación que llevo a cabo.
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