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20 DE DICIEMBRE DE 2024
Reflexiones sobre los sentidos del 8 de marzo, del paro de mujeres y del internacionalismo con que se invistió la fecha.
Foto: EGyTC
Alejandra Ciriza, integrante del Grupo de Trabajo Estudios de Género y Teoría Crítica del INCIHUSA, CCT CONICET Mendoza
Publicado el 16 DE ABRIL DE 2018
Por Alejandra Ciriza, integrante del Grupo de Trabajo Estudios de Género y Teoría Crítica del INCIHUSA, CCT CONICET Mendoza.
La consigna bajo la cual millones de mujeres alrededor del mundo fuimos al paro en una jornada de aires internacionalistas el pasado 8M decía, palabras más, palabras menos, “si nosotras paramos, se para el mundo”. La consigna convoca, desde luego, variaciones infinitas y tradiciones en pugna en esa marea espumeante de contradicciones, debates y tensiones que habitamos las feministas.
Si hubiese sido literal, el mundo entero hubiese colapsado pues las mujeres, si es que se puede utilizar ese rótulo sin incurrir en perspectivas homogeneizantes, somos la mitad de la humanidad. El asunto es que lo somos de muchas maneras. Las hay burguesas y proletarias; las hay blancas, racistas y privilegiadas, aun cuando puedan denominarse feministas; las hay racializadas y liberales; las hay anticapitalistas y antirracistas; las hay…biológicas y legales; las hay trans y lesbianas… las hay viejas y jóvenes; las hay… las hay… podría continuar indefinidamente.
De la misma manera que las mujeres lo somos bajo múltiples determinaciones, las feministas nos ubicamos en diversas posiciones. De allí que los sentidos del 8 de marzo, del paro y del internacionalismo disparen en direcciones a menudo muy difíciles de conciliar. Por lo pronto me parece necesario detenerme en esas cuestiones… en las disputas por el 8M, en la idea de un paro y en su carácter internacional.
Es sabido que el 8 de marzo mismo se halla impregnado de debates y tensiones: si la marca fue impresa por el incendio en el que perecieron las huelguistas de la fábrica de camisas Triangle Waist Co. de Nueva York, en 1911; si lo decisivo fue la iniciativa de Clara Zetkin en los agitados años de inicios del siglo XX, cuando la socialdemócrata alemana se hallaba implicada en la organización de las mujeres proletarias y en la lucha por el voto de las mujeres; si el hito relevante estuvo dado por la implicación de las mujeres rusas en la protesta en contra de la guerra interimperialista, en 1914, o en su aún más decisiva intervención de marzo de 1917, cuando los pasos de las huelguistas precedieron la caída del zarismo. Como suele suceder con un movimiento de dimensión internacional, los feminismos tienen múltiples raíces y diferentes acentos.
Luego de las Conferencias Internacionales promovidas por la ONU, el aire proletario se fue esfumando tras la idea de un día internacional de las mujeres. Toda una oportunidad para acompañarlo de rosas y bombones y asimilarlo casi al Día de la Madre, aunque las incómodas feministas insistiéramos en subrayar la violencia misógina, la expropiación de nuestros cuerpos, el trabajo invisible y las múltiples formas de extorsión patriarcal que nos afligen. Por decirlo de alguna manera… más internacional, menos proletario.
El 8 de marzo de 2017 se volvió a apelar a la idea de huelga, un paro internacional que abriera una suerte de compás, de tiempo para sustraernos a las presiones del tiempo capitalista, a la insistencia patriarcal en confiscar nuestros tiempos, la convocatoria era hacernos uno para nosotras y marchar. Lo hicimos entonces, y volvimos a las calles de manera multitudinaria en 2018.
Y una vez más las tensiones. Paula Guerra, Yuderkys Espinosa, María Luisa Veisaga cuestionan el carácter eurocéntrico de los reclamos feministas de este 8M. Ellas señalan que no es posible parar sino para las privilegiadas, las blancas, las burguesas. No participaron del paro en las cortadas de ladrillos, en el sur mendocino; ni lo hicieron las migrantes sin papeles, precarizadas y racializadas…
Sospechan, con justa razón, del internacionalismo del norte, de las usinas de los feminismos bien comidos y mejor financiados, de las liberales, a menudo no sólo burguesas sino también racistas, de los organismos internacionales que se apropian de las trabajosas construcciones desde abajo.
Y sin embargo me inclino por sostener la importancia de parar, de tomar las calles, de recuperar para nosotras la herencia múltiple, plebeya y plural de las huelgas, de traer a nuestro presente las imágenes vívidas de nuestras ancestras que nos convocan a la huelga y a marchar.
El paro no fue nunca un asunto de liberales, y menos aún de burguesas. Fue, y continúa siendo, una forma de resistencia de oprimidas y explotadas.
En 1907, en Buenos Aires, la huelga en los conventillos fue una forma de resistencia a los costos de los alquileres para lxs más pobres. Mujeres bravías e inmigrantes, tomaron esos espacios y resistieron durante días a la policía.
En 1914 las rusas usaron la huelga y la marcha callejera como una forma de oposición a la guerra interimperialista, en 1917 como una forma de resistencia al zarismo.
Los años 60 y 70 en Argentina estuvieron poblados de huelgas de oposición a la dictadura… Incluso en la provincia de La Pampa, en 1972, la huelga salinera fue protagonizada por mujeres proletarias y racializadas, descendientes de ranqueles y mapuches, de polacas e italianas haciendo ollas para sostener el paro de los varones.
Asumo que me interesa recuperar esa vieja raíz proletaria de la huelga, que creo preciso hacer constar cuánto de trabajo hay en las tareas de reproducción social y corporal de la vida humana, cuánto de ese tiempo nos es confiscado por el patriarcado, cuánto de racista hay en la delegación de esas tareas a las mujeres subalternizadas, cuán seria es la amenaza que contra nuestras vidas desata en su fase actual el capitalismo.
Desde luego es precisa una disposición alerta ante las estrategias de apropiación de nuestras tradiciones y herramientas.
La propuesta de un paro internacional ubica -una vez más- ante el dilema del internacionalismo, guiado como está, en los últimos años, por la peligrosa afinidad entre los organismos de promoción de derechos y los organismos internacionales de financiamiento.
Una vez más me interesa recuperar una vieja y olvidada tradición de solidaridad internacional, nacida al calor de las batallas de la independencia de nuestros países. De Haití, de su revolución negra y fraternal emanó el internacionalismo de los oprimidos que contribuyó con Miranda, que apoyó a Bolívar.
El Paro Internacional del 8M es una oportunidad para traer al presente nuestras tradiciones subalternizadas de feministas del sur, una oportunidad para construir herramientas políticas, para encontrarnos e inundar las calles.
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