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Para comprender al paisaje como patrimonio, el Incihusa brinda un análisis de la dimensión histórica, el binomio naturaleza-cultura y los elementos que interactúan en el paisaje.
(Imagen: Conjunto de fotos de elementos constitutivos del Oasis Norte de Mendoza. Fuente Archivo fotográfico del Grupo de Historia y Conservación Patrimonial (GHyCP) del INCIHUSA – CONICET, CCT Nodo CONICET Mendoza)
Patrimonio, arquitectura e historia
Lorena Manzini Marchesi y Matías Esteves / INCIHUSA, CONICET
Publicado el 31 DE OCTUBRE DE 2019
Si cerramos los ojos y pensamos en Mendoza es factible y natural que recordemos imágenes, sonidos y aromas, como por ejemplo montañas nevadas, viento frío, ríos, el sol y su calor, el cielo diáfano azul, aroma a lluvia, el trinar de los pájaros y elementos culturales como plantaciones de viñedos, olivos, frutales, ciudades de veredas anchas, plazas jardín, edificaciones, agua corriendo por las acequias y grandes arboledas, entre tantos otros elementos vinculados a nuestras historias personales y colectivas. Los sentimos como si siempre hubieran sido de esa forma y estado allí integrando nuestra identidad como mendocinos. Según Nogue (“El retorno del paisaje”, Enrahonar 45, 2010), las personas establecemos múltiples y profundas complicidades con el paisaje que integramos; entendiendo por paisaje a la porción del territorio aprehendido por la experiencia sensible e inteligible de la percepción, individual y colectiva del ser humano (IFLA AMERICA, Carta del Paisaje de las Américas, 2018).
Lo cierto es que estas imágenes, sensaciones y el territorio, tal como los recordamos y percibimos, no siempre fueron así, ya que el paisaje que los integra y materializa es un objeto dinámico, activo y en permanente construcción y adaptación que conjuga como un todo en el presente a las diversas etapas históricas que lo integraron junto a sus elementos naturales y culturales. La particularidad o carácter del paisaje descansa en la presencia de las manifestaciones materiales e inmateriales que expresan la creatividad y los saberes de su comunidad; tales como los ritos, la lengua, las creencias, las tradiciones, las costumbres, los lugares históricos, la arquitectura, el urbanismo, las obras de arte, la tecnología, etc., con relevancia en su estructura significativa y procesos acontecidos en el tiempo. El paisaje contribuye en la formación y consolidación de identidades territoriales en permanente construcción, en donde se conjuga el pasado, el presente e influye en el futuro y es un legado para las generaciones posteriores.
Tal como se observó en el diagnóstico del Plan Provincial de Ordenamiento Territorial (PPOT) Ley N° 8999/2017 y el diagnóstico sobre la Dimensión Patrimonial del Paisaje vitivinícola de Lujan de Cuyo y Maipú (Manzini, 2019), los cambios acontecidos en las últimas décadas en los oasis productivos por el crecimiento difuso y descontrolado de las ciudades, los cambios de usos de suelo en las zonas agrícolas, entre otros factores, han puesto en peligro el carácter significativo de sus paisajes y su potencialidad como recurso de desarrollo. Como también han alertado sobre la fragilidad del paisaje y el riesgo de convertirse en un territorio sin discurso y paisajes sin imaginario (Nogue, “Territorios sin discurso, paisajes sin imaginario. Retos y dilemas”, ERÍA, 73-74, 2007).
De esta manera, se evidencia que el paisaje, en su morfología dinámica y acumulativa, es un espacio controversial en tensión de los diversos intereses de los actores vinculados a él y representa en sí mismo, según Pérez y Español Echániz (El paisaje: de la percepción a la gestión, Madrid, 2009), un valor cultural de integración y organización del espacio. La línea delgada que existe entre la evolución del paisaje y la pérdida de su carácter significativo es el incentivo para centrarnos en la reflexión del paisaje como patrimonio y de la importancia de su estudio, conservación y gestión.
Para comprender al paisaje como patrimonio, hacemos énfasis en tres aspectos centrales que intervienen en el estudio del mismo: el primero se vincula con la dimensión histórica, que permite aportar a la comprensión de sus características actuales y sus transformaciones en el tiempo. El segundo aspecto se relaciona con la consideración del paisaje como el binomio naturaleza-cultura. Finalmente, el último aspecto remite a que el paisaje no se comprende a partir de la sumatoria de los elementos que lo componen, sino que a través de la interacción entre ellos. A su vez, uno de los elementos esenciales del paisaje es el observador, es decir que las percepciones de la población respecto a un determinado paisaje son clave en su estudio. De esta manera, se establece un sistema donde unos elementos se apoyan y se explican mediante su articulación con otros elementos, permitiendo comprender un determinado paisaje y de allí obtener lineamientos factibles de ser empleados en la planificación del territorio.
No obstante, para que el paisaje sea considerado patrimonio es necesario el desarrollo de un proceso de patrimonialización, que se inicia con el aprecio social de sus elementos naturales y culturales y de sus relaciones constitutivas. Para que ello sea posible, tienen que darse una serie de fenómenos culturales, como la memoria colectiva, los vínculos identitarios y la creación de un sentido del lugar (Felipe Criado-Boado y David Barreiro, “El patrimonio era otra cosa”, Estudios Atacameños. Arqueología y Antropología Surandinas, n. 45, 2013).
En consecuencia, el paisaje como patrimonio se debe no solo a la historia y a sus elementos y relaciones sistémicas constitutivas sino también al aprecio y valorización de los ciudadanos que lo legitiman socialmente fortaleciendo de esta manera las identidades territoriales y su potencial como recurso de desarrollo. Ante ello, nos planteamos: ¿con qué paisaje nos reconocemos identitariamente? ¿Cómo estamos interviniendo el territorio hoy, cuyas consecuencias serán las características de los paisajes del mañana?
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