Atravesada por la vanguardia

Clarividente mujer en mutación constante, Filomena Moyano de Santángelo ha operado transformaciones clave en la historia de la cultura y la educación mendocinas. Hoy, a sus 90, expone en el MMAMM, que la homenajea.

Atravesada por la vanguardia

Filomena Moyano de Santángelo, artista plástica. Fotos Axel Lloret

Cultura

Unidiversidad

Emma Saccavino

Publicado el 18 DE ABRIL DE 2013

“Me estremecieron mujeres, que la historia anotó entre laureles, y otras desconocidas gigantes, que no hay libro que las aguante”. Si Silvio Rodríguez conociera a Filomena Moyano de Santángelo, tal vez encontraría en ella uno de los íconos más representativos del género. El alma incansable de esta mujer que hoy celebra 90 años es el retrato vivo de la vanguardia, pero también de la resistencia vital. Y esto va más allá –mucho más allá– de la dimensión plástica.

Aquel verso de Girondo que llama a confeccionarse “una nueva virginidad cada cinco minutos” parece resonar patente en ella, siempre lanzada hacia adelante, siempre inquieta, siempre divergente, siempre amorosa –tanto, que uno podría pasar días escuchándola–. Movida por esta fuerza, la mujer que caminó con el genial Marcelo Santángelo durante 60 años “de felicidad” ha transitado senderos que la convirtieron en pionera de materias varias, todas de peso.

Hoy, en el geriátrico en el que le toca transitar la etapa, asegura, más dura de su vida, el arte se ha tornado para Filomena en su arma de salvación. El resultado de esta tenacidad es “Paraexposición”, la muestra que desde el jueves pasado luce en las paredes del Museo Municipal de Arte Moderno (y que estará colgada hasta el 5 de mayo), espacio que comparte, fiel a su fe en los jóvenes, con los artistas emergentes Mariano García –“Symbol”– y Andrés Guerci –“Lo que importa es lo de adentro (comercio exterior)”–.

Ahora sí hagamos zoom, entonces, en algunas de las escenas de la historia de esta mujer aferradísima a la vida.

¿Conoció a Julio Le Parc?

-¡Claro! Mi marido Marcelo lo conoció en París y se hicieron muy amigos, porque coincidían en las ideas estéticas. Julio le regaló a Marcelo un afiche sensacional que hasta hoy conservo en mi departamento. Luego, hace varios años vino Julio a exponer a Mendoza y Marcelo, junto con un grupo, le hicieron un video de su obra, que también conservo.

¿Y la obra de Marcelo?

También la tengo toda en mi departamento. No es porque sea de mi marido, pero yo la encuentro maravillosa. ¡Tenés que ir a mi casa a verla!

Lo haré, pero esta entrevista es para hablar de usted y su obra, que también ha sido fundamental para la historia local...

Mirá, como dice Churchill, la obra mía la he hecho con sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas, sobre todo en esta etapa, porque tengo que armarla arriba de la cama, con un sacrificio inmenso. Por eso he usado medios muy precarios, como lápices de colores, fibras comunes y de doble color y, experimentando, descubrí que mojando en agua los lápices dobles dan un color muy atractivo y distinto al habitual. Y te cuento otra técnica: resulta que uso agua oxigenada para lavarme las manos antes de comer, entonces un día probé echar una gota, arriba le puse el color de la fibra y quedó un color único y maravilloso. Y salen esas manchas, ¿ves? (señala el cuadro que figura en la portada del catálogo de su actual muestra).






¿Y el nombre “Paraexposición” de dónde nace?

En una oportunidad estuve becada en España para especializarme y de allí traje el término “paraconferencias”. Todas las ideas que yo traía, Marcelo las ampliaba y las mejoraba. En este caso, a partir de que conoció este nuevo término, él empezó a llamar así a sus conferencias. Y otra de las palabras que traje a Mendoza es “multimedia”.


Término que, en una ciudad como la que vivimos, hasta hoy suena avanzado.

Claro, y cuando yo les expliqué a mis colegas y amigos de acá el término, nadie me entendía; se reían, bromeaban cariñosamente y me preguntaban si quería decir “muchas medias” o qué, siempre cariñosamente, ¿no? ¿Sabés quién fue el único que me entendió? Antonio Di Benedetto, que en esa época era director de Los Andes. Se quedó tan entusiasmado que me pidió que escribiera una columna sobre el tema. Recuerdo que la publicó a doble página.

Leo su texto en el catálogo de la muestra y en un momento habla de que usted no se considera una artista, ¡cómo es eso!

Así es. Lo que creo es que solo el tiempo demuestra si sos artista o no, mientras tanto son solo obras pictóricas. Cuando pase el tiempo se verá si son, además, obras de arte. Dice Marta Minujín: “Hay muchísimos escultores, pintores, grabadores, pero hay muy pocos artistas”. ¿Ves? Afirma lo que yo pienso.

¿Cuál es el trasfondo conceptual de “Paraexposición?

Mi objetivo central es que los observadores se ubiquen delante de la obra y piensen. Porque pensar es tan importante como respirar. Después de que piensen y de que perciban la obra, busco que den una respuesta o una propuesta, con el fin de completarla. Porque las obras plásticas son para eso: para invitar a participar.

He observado con alegría cómo los artistas jóvenes la valoran; debe ser porque usted hace lo mismo con ellos…

Ah, sí. Para mí los jóvenes son sensacionales. Y me da muchísima emoción que, aunque hayan pasado tantos años, mis ex alumnos que hoy son profesores de la facultad cumplan un objetivo para mí fundamental, que es respetar las distintas personalidades de los alumnos, no exigirles que repitan literalmente lo que les enseñan, sino buscar que ellos formen un pensamiento propio. Vos sabés que Roque (su único hijo) suele llevarme a las exposiciones de estos artistas nuevos, y afortunadamente veo que son todas completamente distintas. Esa es otra muestra de que cumplí mi objetivo.

¿Cómo llegó a conectarse con el arte? Leí que fue por casualidad…

Fue de no creer: un día una amiga me pidió que la acompañara a la Escuela de Bellas Artes. Fuimos, y el que tomaba el examen de ingreso, que era nada menos que el famoso grabador Sergio Sergi, me dice: “¿Usted también quiere rendir?”. “No, yo vengo a acompañarla a ella”. “¡Tome la carbonilla y dibuje!”. “¡Es que nunca he usado una!”. “¡Dibuje!”, insistió. Dibujé. “¡Muy bien, ha ingresado!”. Imaginate, para mí fue hermoso porque no tenía idea de que manejaba esa habilidad.

¿Y cuándo conoció a Marcelo?

En la carrera. Él estudiaba en la escuela desde la secundaria, que antes funcionaba en el mismo edificio que la universidad, en el centro, en la calle San Martín. Al principio éramos amigos, y él me propuso que eligiéramos el taller de Víctor Delhez, porque era el mejor profesor de esa época aunque era muy conservador, muy católico...

¿Usted era católica?

En esa época sí, luego me separé de la religión por miles de razones, pero sigo creyendo en Dios. Soy la única de los Santángelo, el resto son todos ateos. Te sigo contando: entramos al taller, cosa que me satisfizo completamente, porque Delhez me dio una base sólida que me permite crear las obras que hago hasta hoy. Además era muy respetuoso, por ejemplo: en nuestra clase estaba Luis Quesada, que era comunista, y el profesor Delhez nunca hizo diferencias; Marcelo era ateo y nunca lo juzgó por eso. Él, Sergio Sergi, César Janello y muchos personajes extraordinarios pasaron por la facultad. Los primeros alumnos gozamos de toda esa gente.

¿Con Marcelo se casaron después de recibirse?

No, nos casamos a los 25 años, teníamos la misma edad. Recuerdo que Delhez se enojó porque “¡los mejores grabadores se casan!” Él sostenía que Marcelo era el mejor xilógrafo que había tenido.

Consecuente con la lógica patriarcal, la sociedad en general suele reconocer más a los varones, ¿cree que ha evolucionado Mendoza en este plano?

No, creo que la sociedad mendocina no ha cambiado en absolutamente nada.

Hablemos de su faceta como educadora: en este plano también ha dejado una huella muy fuerte, aspecto que está plasmado en las imágenes que se ven en el MMAMM.

Así es. Fui educadora durante 25 años en primaria, porque siempre adoré los niños. Incluso cuando era profesora de nivel superior seguía dando clases a niños de primer grado. Pasa que yo inventé un procedimiento totalmente distinto al que se usaba en toda la provincia: iba del todo a las partes. Muchísimos niños de todos los estratos sociales aprendieron a leer a través de él.

¡Eso es muy novedoso! Tanto, que a partir de los 70 la lingüística textual planteó no partir de oraciones sueltas, sino de textos y de ahí ir a las partes.

Pues yo lo apliqué por intuición. Además les pedía a las madres que no ayudaran a sus hijos ni les hicieran repetir mil veces oraciones como “mi mamá me ama”, porque era inútil. Yo trabajé en escuelas pobrísimas y otras más aristocráticas, pero en todos los casos los chicos aprendían a leer volando. Otra cosa te cuento: yo además soy asistente social.

¡No me diga! ¿Titulada?

¡Claro! Y tuve el enorme orgullo de ser alumna del doctor Humberto Notti, que fue el fundador de la Escuela de Asistencia Social. Era una carrera de dos años, pero yo los hice en uno solo. Fue un verdadero lujo, tuve una suerte extraordinaria.

Vamos a su etapa de la tevé educativa…

Ah, eso es maravilloso. En los 60  a Marcelo lo nombraron asesor del Ministerio de Cultura de la Nación. Yo me pedí un año de licencia sin goce y nos trasladamos allá con Roque, que tenía 5 años. Como no podía estar sin hacer nada, porque es mi naturaleza, hice un curso de teleescuela. Años más tarde traje a Mendoza no sólo la idea, sino también el término “medios de comunicación”, que pasó a remplazar la expresión “medios audiovisuales”; porque no es sólo la voz y el oído lo que se involucra, es el pensamiento y mucho más. Cuando volví hice una ronda de capacitación a la que vinieron docentes, directores e incluso un representante del Canal 7. Se entusiasmó tanto que me ofreció cuatro espacios gratuitos en esa señal –­por supuesto, tampoco nos pagaban nada–­ para que yo y mis maestros diéramos clases por televisión. Ahí nació Teleplatea escolar, con Vivian Levinson y Mimí Tuller de locutoras.






¿Y luego qué vino?

Al tiempo comenzamos a hacer un programa cultural y artístico con Marcelo, que en ese momento había encontrado un trabajo en la Secretaría de Extensión Universitaria porque, como siempre, lo habían echado por sus ideas de su cargo de funcionario. ¡El programa era tan dinámico! Era sensacional. Se llamaba Es el día... Y en eso mucho tuvo que ver Marcelo; él era, cómo explicarte, un ser de otra galaxia. Como marido, como pintor, como profesional…

¿Nunca pensaron en irse, en volar a una metrópoli?

Mirá, como en la sociedad mendocina nunca se vendió bien el arte, yo siempre le dije a Marcelo: “Vamos a vivir a una capital. No importa si es Buenos Aires o cualquiera, ¡pero vámonos!”. Yo sobreviví porque me dediqué mucho a los medios de comunicación. De hecho, yo fui quien inauguró esa cátedra en la Facultad de Artes.

Atenta al contexto, Filomena percibe que debe cerrar su relato. Sabe que es ella quien ha manejado los tiempos y, coherente, decide ir a por un lazo mental que le ponga un lúcido moño a su discurso: “Yo siempre he ido delante. Delante de los alumnos, delante de los colegas. Siempre delante –una de las auxiliares anuncia, sutilmente, que la charla debe llegar a su fin–. Debo admitir que en la vida me ha acompañado la fortuna. Aunque hace unos años se me haya acabado”. Su gesto muda a tristeza y comienza a relatar algunos de los pesados padecimientos cotidianos del geriátrico. Intento animarla hablándole de lo importante que es tener el arte como arma y resalto lo vitales que han sido las transformaciones que ella ha conseguido en la sociedad mendocina. Sus ojos retoman su brillo; su mirada, la alegría.

Por su persistente inquietud, imagino que ya estará tramando algo nuevo…

Mi plan a futuro es hacer obras aplicando muchas de las novedades que ofrece la tecnología, que son infinitas. Ya tengo muchas ideas anotadas en el cuaderno. Tengo pensado hacer una torre de ladrillos transparentes y luego pintar antifaces que adheriré a esa torre. Sería una especie de mezcla entre pintura y escultura. Todo, si Dios me ayuda con la edad, claro (ríe).

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