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02 DE NOVIEMBRE DE 2023
El testimonio de Pablo Seydell expuso la perversión del aparato represivo y de tortura, pero también el modo en que lo colectivo ayudó a los detenidos a resistir.
Seydell en el Megajuicio. Fotos: Guadalupe Pregal
Cuando el representante del Ministerio Público Fiscal, el doctor Dante Vega, comenzó a interrogar a Pablo Rafael Seydell, se refirió a las 13 declaraciones que el testigo ha presentado en diferentes instancias judiciales. Aun así, en una nueva jornada del IV Juicio por Delitos de Lesa Humanidad que se lleva adelante en Mendoza desde febrero de 2014, Seydell volvió a brindar un claro y valiente testimonio de los horrores que vivieron él y su familia durante los años del terrorismo de Estado.
Oriundo de Córdoba, Pablo Seydell venía de una amplia familia con una fuerte militancia social. Su padre era radical y su madre trabajaba junto a los Curas del Tercer Mundo. Era de esperar que tanto él como el resto de sus hermanos y hermanas fueran también militantes en diferentes movimientos políticos y sociales.
Desde los inicios de los 70, la familia Seydell soportó detenciones, torturas, persecuciones y sistemáticos allanamientos en su domicilio. Con la llegada del golpe militar del 24 de marzo de 1976, la situación se profundizó y llevó a que los padres de Pablo decidieran que debía viajar a Mendoza en busca de una salida a Chile. En su testimonio, Seydell detalló cada uno de los episodios vividos por los miembros de su círculo íntimo. “Mi familia no solamente sufrió la persecución, la tortura, el desmembramiento. Sufrió el aislamiento de todo lo que tenía alrededor construido, sufrió la amenaza de muerte”, aseveró.
“La salida (a Chile) era para poder sobrevivir. Tanto mi familia como los compañeros sabían que si yo caía iba a sufrir las peores torturas y los peores vejámenes”, reveló Seydell. Y así fue. A minutos de su llegada a la provincia, el 15 de octubre de 1976, fue interceptado por un operativo de fuerzas conjuntas y llevado primero a Contraventores, donde fue interrogado y comenzaron las primeras torturas, y luego a la Comisaría 7.ª de Godoy Cruz. En este último lugar vivió, junto a Luis Matías Moretti, Francisco Amaya, Ramón Alberto Córdoba, Roque Luna y Miguel Benardinelli, episodios de fuertes golpizas, colgamientos, torturas, violación, hambre y abandono. “Cuando uno es capaz de vivir eso, de convivir y ver que a los otros compañeros les hacen lo mismo... ‘Cuando el dolor del otro te duele más que el tuyo, vas a ver que eso hace que puedas resistir’, me dijo Amaya en un momento en que yo ya estaba muy mal”, recordó Seydell.
Tras 10 días en ese “centro de torturas” como denominó Seydell a la Comisaría 7.ª, el 26 de octubre fue trasladado a la Penitenciaría Provincial. Allí permaneció un año, recibiendo idéntico tratamiento: maltratos, torturas y una cotidianeidad de aislamiento y desidia.
La estancia en la Penitenciaría
Respecto de su llegada a la Penitenciaría, Seydell reveló que fue en un estado de “gran conmoción” porque los castigaron como si los estuvieran preparando para lo que seguía. En el predio de Boulogne Sur Mer se reencontró con Amaya y Moretti, quienes, tal como él, estaban muy demacrados. Tenían escorias por la picana, hematomas en varias partes del cuerpo y habían perdido peso. Seydell, además, tenía desgarros en los hombros y la cadera por el colgamiento que había sufrido en la Comisaría 7.ª durante uno de los varios episodios de tortura.
Según recordó, los recibió “el Jefe de Guardia Externa, Torres”. En el testimonio, el testigo dejó en claro que tanto Torres como el resto del personal penitenciario que trabajó en aquella época en la Cárcel de Mendoza pudieron ver las condiciones en las que arribaron a la institución. “Vieron nuestro estado al llegar, nuestro estado cuando nos torturaban dentro de la cárcel, tanto ellos como los de afuera, y el estado en que estábamos Volmer, Valverde, Matías Moretti y yo cuando nos llevaron al VIII Regimiento de Comunicaciones”, especificó.
Seydell brindó los nombres de varios penitenciarios que participaron en las diferentes instancias de tortura en el penal. Además de Torres nombró a Marasco, Quenan, Gómez, Barrios, Bianchi, Linares, Zuchetti, Pirantonelli, Ojeda y Bonafede.
“Fui trasladado a la peluquería cuatro veces, a interrogatorio, solamente con golpes… Los golpes también son tortura… He aprendido muy claramente eso…”, reflexionó Seydell, cuando recordó cómo se utilizaba esa dependencia durante las noches como centro de tortura. También hizo alusión a sus traslados desde la Penitenciaría al VIII Regimiento de Comunicaciones, donde también fue interrogado pero con picana.
En su relato, Seydell profundizó sobre las torturas dentro del Penal y contó que, en una oportunidad, vino Bianchi a buscarlo. “Vino antes a decirme: ‘Prepárese que va a salir’. Él estaba de civil. Me lleva (sic) hasta la peluquería y me venda. A partir de ahí, yo no puedo decir si están o no están en la tortura. Me vuelven a interrogar los cordobeses y ahí está mi madre”. Su madre había viajado desde Córdoba, en compañía de su hermana María Celeste, porque habían recibido un llamado donde les avisaban que Seydell se encontraba detenido en la Comisaría 7.ª de Godoy Cruz, pero cuando se presentaron en esa dependencia fueron detenidas por personal militar.
El testigo desnudó también la complicidad de los penitenciarios. Reveló, por ejemplo, que Zuchetti, en dos oportunidades en que fue trasladado al VIII Regimiento de Comunicaciones, se ocupaba de que no tuviera contacto con la realidad. “Me ponía los algodones, me ponía la venda blanca, la negra y la capucha”, recalcó. Y agregó: “No se hacía ningún traslado sin que ningún alcaide tomara conocimiento. Naman García tomaba conocimiento de lo que pasaba. Él me veía y me aclaraba: ‘Nosotros no somos. Es gente de afuera’. Eso decía el director de la cárcel”.
Otra cuestión que desnudó Seydell fue la participación de los penitenciarios en duplas o en conjunto, como un grupo cohesionado.
Cuando Vega le preguntó por las funciones de los penitenciarios Linares y Bianchi, contestó: “Me cuesta hablar de uno solo porque los dos actuaban juntos. Pero Linares, en particular, estaba destinado al pabellón de presos políticos. Eso quiere decir que tenían para con él un tratamiento absolutamente diferente, porque no cualquiera iba a la atención de los presos políticos”, reveló.
Pero Seydell, con su relato, también develó la perversidad hasta en el mínimo detalle con que se manejaban los carceleros. Por dar un ejemplo, contó cómo Linares o Bianchi tenían poder para abrir las rejas para servir el “magro” mate cocido que les daban por día pero, sin embargo, preferían no hacerlo. De esta manera, era el preso el que debía estirar su mano por entre las rejas para tomar el jarro. Pero luego la taza no pasaba por entre las rejas, con lo cual debía girar la mano, por lo que perdía la mitad del contenido.
Las preguntas de la defensa
Pablo Seydell también fue interrogado por los abogados defensores, los cuales le solicitaron un nivel de detalle inaudito, teniendo en cuenta que los hechos sucedieron hace casi cuarenta años y la gran cantidad de información que había aportado el testigo en las diferentes instancias testimoniales en las que había participado. Con gran entereza, Seydell dejó en claro la complicidad de los integrantes de las diferentes fuerzas que sostuvieron los engranajes de una maquinaria de terror y destrucción. “Cuando usted en la cárcel está aislado, está siendo torturado sistemáticamente, está siendo acosado por las guardias del servicio penitenciario de Mendoza, cuando sabe que la persona que le servía el mate cocido después lo llevaba a la tortura, que dejaba el mate cocido dos horas en el tacho para que se enfriara… A uno como detenido se le despertaba, entre otras cosas, la organización. Nosotros nos organizábamos para no perder la calma, para dar una respuesta colectiva, porque nosotros, a todo este tipo de provocaciones, le dimos una respuesta colectiva”, cerró.
Luego de estar un año en la cárcel de Mendoza, Seydell fue trasladado al penal de Sierra Chica. donde permaneció más de un año. Posteriormente lo trajeron de vuelta a Mendoza por otro año y luego lo llevaron a la U9 de La Plata. Más tarde lo enviaron a Rawson, donde estuvo cuatro años y, después de las elecciones de 1983, lo trasladaron a Villa Devoto. Finalmente, en abril de 1984 volvio a la Penitenciaría de Mendoza, donde obtuvo la libertad el 27 de junio de 1984. “Yo lo he dicho: la de Mendoza, junto con Sierra Chica, es la peor cárcel que yo pasé”, sentenció.
Fuente: Edición UNCUYO
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