Niño ladrillero
Un estudio presentado a finales de 2012 en la UNCUYO alarma sobre la realidad de los niños, niñas y adolescentes que son explotados en los hornos de ladrillo de El Algarrobal.
Foto de Unicef Argentina
Mendoza constituye la cuarta zona de producción de ladrillos en la Argentina, ubicándose por detrás de Buenos Aires, Córdoba y Rosario, según revela el estudio realizado por la Comisión Provincial para la Erradicación del Trabajo Infantil (Copreti), Unicef, OIT y el Observatorio de Trabajo Infantil y Adolescente, del Ministerio de Trabajo de la Nación, entre los meses de junio y noviembre de 2011.
La Unión Obrera Ladrillera de Argentina aportó datos que indican que en Mendoza hay 380 hornos ladrilleros y 180 de ellos están concentrados en El Algarrobal, cuyos terrenos se distribuyen entre 15 dueños y solo dos se han establecido como empresas propietarias. Únicamente seis de ellos están acordemente formalizados, el resto no cumple con las legislaciones laborales ni ambientales vigentes, por lo que la explotación de los trabajadores/as –caracterizada por la amplia participación de niños y niñas – y el daño ecológico, son moneda corriente en la zona.
Esta actividad cuenta con una historia de 80 años de práctica en el país, pero en ningún momento ha incorporado tecnología. Es decir, en la actualidad la fabricación de ladrillos se realiza del mismo modo que en la década del 30: se lleva a cabo de forma meramente artesanal a través de mano de obra no especializada y sin equipamientos específicos, pues básicamente requiere de fuerza y entrega física.
Se trata, además, de un proceso de producción no sustentable, en tanto es el suelo su materia prima por excelencia, lo que lo hace desaparecer paulatinamente, sin posibilidades de regeneración. Además, en el armado de ladrillos se utilizan combustibles de alto impacto ambiental, como la leña. Las consecuencias ecológicas que esto produce son gravísimas porque se contamina el aire, se fomenta la deforestación indiscriminada y la disponibilidad del agua queda directamente comprometida.
Los especialistas consultados durante el estudio explican que la época óptima para la producción ladrillera corre entre los meses de setiembre y abril, porque así se evitan el frío, la humedad y la lluvia; sin embargo, en Mendoza se produce todo el año.
Precarización
Respecto a la cadena de valor del ladrillo, el estudio revela que en El Algarrobal la producción muestra un grado de atomización tan alto que implica un escaso poder de negociación entre los encargados –medieros- y los trabajadores/as.
El precio de los ladrillos depende solo de los insumos de producción –carbonilla, leña y alquiler de equipos y/o tierras. De cada mil ladrillos fabricados, que por lo general requieren el trabajo del grupo familiar completo –se entregan al trabajador 200 piezas, las de menor calidad-, lo que equivale a 200 pesos. El resto es distribuido aproximadamente de la siguiente manera: el 50 por ciento para los arrendatarios de la tierra y el 30 por ciento para los proveedores de insumos.
El trabajo en los hornos de ladrillos, especialmente en El Algarrobal, se caracteriza por requerir mano de obra a nivel familiar, debido a la precarización laboral que depara para la persona empleada.
Según los representantes sindicales del sector, en Mendoza se ocupan 2200 personas en esta labor, el 95 por ciento no está agremiado ni realiza aportes jubilatorios. Del total de empleados ladrilleros de la provincia, el 90 por ciento corresponde a migrantes del norte del país y Bolivia, aunque los niños y niñas explotados son nacidos en Mendoza.
El trabajo infantil
La Subsecretaria de Trabajo y Seguridad Social ha llevado a cabo distintos operativos en los que se detectaron niños, niñas y adolescentes realizando tareas esforzadas y pesadas bajo extremas condiciones climáticas, ya sea intensos grados de frío o calor. Las edades oscilan entre los 5 y los 15 años, y la mayoría de ellos se desempeña en los hornos junto a sus padres, aunque algunos pocos asisten a trabajar solos.
El dato que indica que entre el 25 y el 30 por ciento de los niños escolarizados en El Algarrobal es explotado laboralmente en las ladrilleras, surge de la información vertida por docentes y directivos de las cuatros escuelas primarias de la zona.
Entre los cuatro establecimientos suman una matrícula de 1845 estudiantes. El cuarto de este número está integrado también por los niños y niñas que deben suplir a sus padres en las tareas hogareñas o completar el ingreso familiar con actividades tales como el cartoneo o la cosecha.
“Los niños y niñas que participan en la producción de ladrillos alternan la escuela y el juego con tareas como ordenar pilas de ladrillos, cargar carretillas con barro, cortar moldes, transportar ladrillos hasta los camiones y luego cargarlos con los productos, y hasta atender los hornos –esto es mantener vivo el fuego con leña y distintos combustibles –“, se describe en el informe. Si los ingresos de los adultos son ínfimos, los de los chicos son aún más magros: por ejemplo, para cargar un camión de mil ladrillos se requiere el trabajo diario de cuatro niños: a cada uno se le paga 20 pesos.
Educación
El aporte de los docentes fue fundamental para dar luz al flagelo que sufre más de un cuarto de la población infantil en el distrito lasherino, a solo 10 kilómetros de la ciudad capital. La fatiga permanente, la falta de concentración y los severos problemas de aprendizaje que padecen los niños y las niñas de la zona repercuten directamente en el alto grado de repitencia que se presentan en las escuelas de El Algarrobal. De hecho, esta cifra supera la media provincial: en Las Heras, el 14 por ciento de los niños, niñas y adolescentes escolarizados repite de año, mientras que a nivel provincial el porcentaje es de 9,6 por ciento.
Salud
Desde los efectores de salud del distrito también se brindó información. Los médicos contaron que no se registran accidentes laborales en los chicos, pero que sí alarma la cantidad de pacientes infantiles que presentan afecciones respiratorias, problemas dermatológicos y oftalmológicos, y severos dolores traumatológicos.
Aportes
El estudio destaca el esfuerzo que, ante la gravedad de esta realidad, despliegan diariamente las organizaciones sociales y las escuelas de la zona con el fin de erradicar el trabajo infantil. Pese a ello, advierte que no se elaboran estrategias en conjunto, de la misma manera que reclama la urgente elaboración políticas integrales por parte del estado en todos sus niveles.
El gravísimo impacto negativo que la actividad ladrillera implica sobre la educación y salud de los niños, niñas y adolescentes en El Algarrobal, además de responder a problemas socioeconómicos estructurales, parte también de patrones culturales profundamente arraigados en la sociedad: “la falsa naturalización de la cultura del trabajo de los bolivianos” y la “invisibilización de los derechos de los niños y las niñas”.